Wednesday, August 27, 2008

IRÈNE NÉMIROVSKY EN MEDIO DE LA TEMPESTAD

Las vacaciones terminaron hace días. Hay ahora la melancolía de la próxima vuelta a lo cotidiano. Pero estos días residuales de agosto, en la ciudad vacía, me acantono por las tardes en la casa, artificialmente fresca, sin hacer nada: cargando pilas y mirando a mi ombligo, disfrutando de la soledad y de grado de actividad cero. No me apetece salir. Me quedo leyendo y viendo películas.
Leo, por ejemplo, a Irène Némirovsky, “Suite francesa”, y pienso, como otras muchas veces ¿cómo pudo toda esa gente seguir viviendo durante años en aquella situación, soportando la arbitrariedad de las restricciones impuestas a los judíos por el hecho de serlo, la discriminación ante la complicidad cobarde del resto de los franceses? ¿Cómo Irène –con dos hijas pequeñas a su cargo- y siendo una escritora reconocida, no se puso a salvo? Verse obligada a llevar y hacer llevar a sus hijas la estrella de David amarilla cosida al pecho… ¿Cómo fue capaz de seguir escribiendo cuando todo se derrumbaba a su alrededor, de concebir su proyecto literario más ambicioso en esas condiciones? Creó un mundo de fantasía, que era más real para ella –y más urgente- que la realidad misma, un mundo en el que vivía mental y emocionalmente (planificando el desarrollo de su obra, rodeada de los protagonistas de su ficción), mientras se hacía inminente su detención, su deportación, su asesinato. Se quedó esperando, proyectando contar el final de todo aquello en su novela (que tendría “mil páginas”). Quizás nadie pudo suponer la atrocidad del genocidio: en ese tiempo era todavía inconcebible el asesinato como proyecto político. Cuando la realidad cotidiana nos ahoga, a veces necesitamos crear un espacio donde soñar y crear, para seguir respirando. No es retirarse, es trascender lo inmediato.


El problema es que seguimos pensando que siempre tiene que existir una causa para todo. Que las cosas obedecen a una lógica. Para ser detenido, para ser ajusticiado, uno ha tenido que hacer algo grave. Uno tiene que ser culpable. Pero Irène había leído a Kafka y sabía que la vida no es razonable.
Igualmente absurda fue la suerte del manuscrito de “Suite francesa”, llevado de aquí para allá en una maleta, casi inadvertido, inédito durante sesenta años, para hacer resucitar en pleno siglo XXI, como un milagro para nosotros, con toda su frescura a esa mujer judía que en la primavera de 1942 escribía sin énfasis, con sabiduría, con objetividad, serenamente, con poesía también, estas páginas, en medio de la Tempestad que la arrastraría a la muerte ese mismo verano.
Tenía Irène treinta y nueve años.

Monday, August 18, 2008

EL HEROÍSMO DE LO VULGAR

El verano es –entre otras muchas cosas- el tiempo para leer como a mí me gusta. Uno entra de lleno en lo que lee y de alguna manera, los días que dura la lectura son vividos con el tono espiritual que la novela marca.
He leído “El periodista deportivo”, del escritor americano Richard Ford. Era un libro que un día comencé y dejé (como tantos durante el curso) por otras ocupaciones. Ya no pensaba en él, pero me vino a las manos cuando no tenía otra cosa que leer.
Portnoy dijo de este libro: “El periodista deportivo es un canto a la vulgaridad, en muchos aspectos terriblemente conservadora, que conduce a la anulación del individuo, a su dilución en la masa”. Él leyó el libro –según entiendo- en clave irónica, como una crítica al modo de vida americano.
Yo no comparto esta opinión. Me gusta el libro y creo en ese personaje que, frente a los embates de la vida (muerte de su hijo de diez años que motiva la ruptura de su matrimonio), sabe salir a flote a base de aferrarse al día a día, disfrutando lo que cada momento le trae. Ese hombre que es capaz de volver a enamorarse una y otra vez.
Frank Bascombe, el escritor que decide ser un vulgar periodista deportivo, es un hombre que disfruta de su trabajo, de los viajes, de conocer a otras personas, que transmite a los lectores la épica del deporte.

Al parecer, el propio Ford ejerció como periodista deportivo a raíz del fracaso de su segunda novela y pensó que le gustaría seguir con ese trabajo, pero lo perdió. Entonces, buscando un tema para su nuevo libro, su esposa le planteó la posibilidad de escribir sobre alguien que es feliz. Leyendo las declaraciones de Ford a “Babelia” no parece que al escribir el libro tuviera un propósito crítico hacia el sistema de vida americano. “Yo tenía una concepción muy romántica de los personajes de las novelas. Eran siempre tipos conducidos por la angustia, sometidos a terribles torturas psíquicas, preocupaciones... Así que decidí cambiar mi visión del mundo. Lo primero que voy a hacer, pensé, es darle al personaje un trabajo que le guste. Y le di un trabajo de periodista deportivo. Luego pensé: una persona feliz es probablemente alguien que ha sido infeliz en el pasado y que intenta ser feliz. Y ésa es la manera en que llegué a Frank. Ésa es toda mi concepción de Frank Bascombe”.
Es, por lo tanto, un libro de alguien que vive entre dos muertes –la muerte de un hijo, es un poco una muerte anticipada a la que uno sobrevive- y en cierta forma, su vida ya es, a partir de esa ruptura, distinta, una especie de tiempo de prórroga, que tiene que ocupar hasta que llegue su propia muerte. La vulgaridad de una vida que se sobrevive a sí misma creo que tiene algo de heroísmo. Frank Bascombe hace lo que puede. Es un hombre bueno, que intenta ser honrado. Intenta ser buen padre, intenta ser buen esposo, incluso un buen yerno. Probablemente sus miras son muy bajas, probablemente el protagonista se conforma con una versión aligerada de la felicidad (una “felicidad posible”). Pero es que se trata ya de sobrevivir.
El heroísmo del superviviente es un heroísmo oculto, que a veces lleva la máscara del conformismo, impuesta por la necesidad de convivir con los sueños rotos, con la desgracia que ha destruido la posibilidad de una vida feliz. Eso sólo lo puede comprender quien lo ha vivido.
En la novela, los padres, divorciados (huérfanos de su propio hijo), se reunen cada año junto al cementerio, para recordarlo, en la madrugada del día de Acción de Gracias (como si siguieran siendo una familia). Es un encuentro que rinde homenaje a la felicidad perdida. Esa tumba es (y será emocionalmente) un vínculo entre ambos, aunque vivan vidas distintas. Mientras tanto, sus vecinos juegan al tenis y en el aire de la urbanización le llega a Frank el aroma del agua clorada de las piscinas.


Foto de Fred R. Conrad,The New York Times