Del gran viaje había traído muchas notas y algunas impresiones que suponía irían apareciendo poco a poco, una vez diluida la burbuja en que nos movimos aquellos días. Me había acompañado en el viaje Vila-Matas, que me habló insistentemente sobre la obsesión, porque la misión de uno en la vida es buscar sus obsesiones y sus temas, para ser "él mismo".
Muchas veces me habían dicho que soy un poco obsesivo, pero yo contrariamente, pensaba ahora que vendría muy bien a mi vida encontrar una obsesión. Compartía con Vila-Matas el tema de la impostura. También el tema del doble (soy Gémnis) y la presencia habitual en mi vida de algunos fantasmas. De hecho había disfrutado en "Dublinesca" especialmente por la presencia de fantasmas, incluidos los padres del protagonista y el protagonista mismo.
Al volver, leyendo su último libro "Aire de Dylan", en el que yo buscaba una continuación de aquella conversación, me di cuenta de que Vila-Matas no estaba allí. Me había dejado solo. Claro que otro tema que compartíamos era el de la urgencia de no estar demasiado tiempo en un mismo sitio. Los dos sentíamos el apremio de escapar, de no ir allí a donde se nos pudiera esperar.
En "Aire de Dylan", una frase se convierte en obsesión para un joven cuyo padre ha muerto. Un joven cuya madre no lo es y que, por tanto, ostenta realmente la condición de huérfano. El padre era mucho mejor que él, o así lo ha creído siempre. La madre ha traicionado a ambos. Entonces, él necesita una obsesión para seguir adelante. Cualquier obsesión basta para poner rumbo a alguna parte cuando uno no sabe para dónde tirar.
"Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien", es la frase motor para Vilnius, la búsqueda del autor de esa frase que aparece en una vieja película de los años treinta pone en marcha una investigación de la realidad que quizás llevará al joven Vilnius a descubrir otras cosas, incluso a descubrir
la realidad última.
Necesito una obsesión, pensaba ayer (mientras dejaba descansar el libro de Vila-Matas), cuando se me puso por delante una joven cuya forma de andar pareció despertarme del ensimismamiento. Tenía un mensaje escrito en la espalda. Un mensaje que, enseguida, comprendí que podía ser parte de la conversación mantenida durante el viaje. Quizás una posible obsesión. La seguí durante un tiempo, fotografiando desde la menor distancia posible el mensaje. No he llegado a descifrarlo. No me atreví a asaltar a esta joven extranjera, seguramente anglosajona, no sólo por mi torpeza en el idioma de Shakespeare sino por la dificultad de justificar mi interés por la literatura de su cuerpo.
"Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien". La realidad última es probablemente como el mensaje escrito en el cuerpo de una muchacha desconocida a la que nunca más veremos y cuyo texto no podremos descifrar.