Wednesday, August 28, 2013

SOÑANDO CON EL NUEVO CURSO


He empezado hace pocas semanas en twiter. Tenía mis reservas. Y las sigo teniendo. Pero lo que sí es verdad es que encuentras mensajes que en un momento determinado te ayudan. Pistas. Incluso respuestas, que te hacen darte cuenta de cuales eran tus preguntas.

 Leo un twet del coaching Ignacio Andrío: “No se pueden descubrir nuevas tierras sin tener el valor de perder de vista la orilla. ¿Qué esperas del nuevo curso?"

La pregunta es oportuna para mí porque yo, en estas semanas finales de agosto, más que en Navidad, veo el año transcurrido, en perspectiva y suelo dedicarme a pensar en el curso que se avecina y fantaseo sobre cómo me gustaría que fuera, formulo mis deseos para el nuevo curso (como si estuviera delante del genio de la lámpara maravillosa) y hago planes, más o menos realizables sobre lo que haré con mi tiempo.

 Lo que dice Ignacio es claro: tengo, cada uno tenemos, un territorio cómodo, un territorio conocido, en el que nos movemos con facilidad y nos apetece quedarnos en él, más cuanto más mayores nos hacemos. Pero la evolución se produce, precisamente, cuando nos atrevemos a adentrarnos en la terra incognita y explorar nuevos territorios. Aún sintiendo el miedo de no tener referencias claras, afrontamos el riesgo de abandonar lo conocido (perder de vista la orilla).

Pero a la hora de adentrarnos en nuevas tierras, no debemos perder de vista la importancia del deseo, que es como el velamen de mi barco. Sólo el deseo nos puede hacer superar el miedo a lo desconocido, como el hambre hace a los toreros o la pobreza hizo a los conquistadores. Leía otro twet –creo que de Jodorowsky- en el que se decía más o menos que siempre acabamos conociendo aquello que hemos deseado conocer. Es decir, desear un territorio, soñar con él, es en parte estar ya en él. Como desear rezar es estar rezando. O desear amar es estar ya amando, de alguna manera. Lo importante es mantener los deseos, conservar los sueños.

Entonces, la pregunta clave sería qué deseo? La pregunta fundamental es siempre esa ¿qué quieres? por que eso tendrás. Es la pregunta más difícil de responder y sin embargo, la respuesta está en los hechos, en lo cotidiano de mi vida ¿qué me tiene interesado ahora? ¿En qué me meto tan a fondo que me olvido del tiempo? ¿A qué actividad estoy dispuesto siempre? ¿Por hacer qué estoy dispuesto a quitar horas al descanso? ¿Qué estoy leyendo? ¿De qué estoy disfrutando más ahora? Ojo. No es “qué debería leer”, “de qué me debería ocupar más” o “qué tendría que hacer”. El territorio del deseo es el territorio de mi identidad más profunda. El territorio del deber pertenece a mi condición de miembro de una comunidad, a mi condición de ciudadano. Son cosas distintas. 

El deseo debería estar en la base de toda educación. El maestro debería despertar el deseo en el alumno. Es más. El buen maestro hace descubrir al alumno aquello que sin saberlo deseaba, aquellas cualidades y predisposiciones que él mismo desconocía. La educación es contagio de deseos. Una relación íntima, en este sentido, de compartir deseos, pasiones. Si no hay deseo lo que hay es trabajo, esfuerzo. Sin placer, hay disciplina. Relaciones verticales de poder, recepción pasiva de contenidos acríticos. Pura mecánica. Preparación para un mundo mecánico, economicista. Es el fracaso de la educación, el sometimiento a la masa, al sistema. 

Porque los conocimientos no hacen hombres felices, hombres bondadosos, hombres solidarios, hombres libres. Hay que formar personas, no números. El desarrollo de las potencialidades individuales empieza por explorar el mundo de los deseos, por permitir a cada persona conocer quién es él en realidad y a qué ha venido a este mundo, en qué actividad va a ser feliz y va a desprender toda su luz, para que la sociedad reciba ese reflejo. 

Foto de Doenjo

Monday, August 26, 2013

EL GUARDIAN INVISIBLE: ELIZONDO


Ibamos a Elizondo de pequeños, a ver a los tíos. Al tío Paco y la tía Pili. Ibamos con mi madre y mi abuelo y alguna vez vinieron los tíos Daniel y Teresa.

Cuando llegábamos a la cruz del Puerto de Velate un miedo nos sobrecogía. Subir el puerto por aquella carretera llena de curvas, oscura por la abundante vegetación, aquellos árboles enormes, muchas veces con lluvia o niebla, era toda una aventura. Pero, nada más llegar arriba mi madre empezaba a exclamar una y otra vez "qué belleza". Los verdes del valle de Baztán, con una variedad de tonos tan distinta, vistos desde allá arriba, hacían que la bajada fuera un gusto, un placer.

Mis tíos vivían al principio en la calle Santiago. Allí nacieron Javier y Ana. Su abuelo había sido el fotógrafo de toda la vida en Elizondo y pocos niños más fotografiados que mis primos. Recuerdo a su abuela muy bien. En el patio de la casa había un columpio donde jugaba con mi pequeño primo. Recuerdo los domingos buscando setas o recogiendo manzanilla. Las excursiones a Otxondo, los merenderos de piedra, las cuajadas de la Venta de la Ulzama...También las brujas de Zugarramurdi y el Baztandarren Bilzarra y al tío Félix, con esa cara de socarrón que tenía. 

 Estos días he leído una novela que me ha devuelto a Elizondo. "El guardián invisible" de la donostiarra Dolores Redondo. Se trata de una novela de misterio que nos presenta a la inspectora Amaia Salazar, una joven policía que trabaja en Pamplona y que ha recibido formación del FBI en Quantico, enfrentada a su pasado en la investigación de una serie de asesinatos de niñas en El Baztán. El libro está muy bien escrito. Se nota a Dolores su cariño por estas tierras navarras en los detalles, en las descripciones. La intriga te mantiene en vilo hasta el final.

 Pero para mí el libro ha tenido un aliciente especial. He vuelto a recorrer la calle Santiago (donde viven los protagonistas), casi he podido recuperar el sabor de las tortas de txantxigorri que tomábamos en casa y tanto gustaban a mi madre. He sentido la presencia de esos seres milenarios que habitan los montes de hayas, cuando caminas por el bosque y te metes por medio de los helechos, hasta esos riachuelos de aguas transparentes, con un algo mágico y ancestral alrededor de tí. He recuperado los días de frío y niebla, los jardines de la Iglesia de Santiago y el impresionante Cementerio arriba en la carretera, con sus calles interiores, las estelas esféricas y los ángeles asomando por entre las tumbas. He recordado con emoción a mis tíos, que están allí, frente a las majestuosas montañas ya metidas en tierras de Francia.

Con la emoción del libro recién terminado, he mandado un wasap a mi primo Xabi, ahora ya médico en Pamplona, para contarle que he vuelto a estar en Elizondo con este libro y ahora pienso que habrá creído que estuve en persona, pero la verdad es que siento haber estado allí otra vez.

 Para los que conocemos aquello y para los que quieran descubrir esas tierras y las leyendas y tradiciones que allí se han conservado, les recomiendo esta lectura, esta amena y bien escrita novela, que será parte de una trilogía del Baztán.

Monday, August 19, 2013

KAROO, DE STEVE TESICH



Compré la novela para el viaje. Había que hacer muchas horas de AVE, avión y autobús y necesitaba una novela de las gordas. Pero algo divertido, a la vez, que no me distrajera del viaje en sí. 
Esta novela de Steve Tesich venía precedida de buenas críticas, sobre todo ensalzando su comicidad. La historia parece un poco autobiográfica, pues el protagonista, Saúl Karoo es como el autor un guionista de Hollywood. Karoo se dedica a reescribir guiones de películas, retocar y rehacer las obras de otros, para adaptarlas a las exigencias comerciales del mercado del cine. Se considera una subespecie de escritor de baja ralea, pero es incapaz de defender los valores artísticos del material que destroza, aún siendo consciente de ellos. Eso le hace tener mala conciencia, la mala conciencia que podría considerarse un rasgo definitorio del hombre contemporáneo, cómplice en un mundo sin valores. 
 El libro superó todas mis expectativas. No sólo me he reído, sino que he pensado mucho con las reflexiones profundas que en medio de tanta ocurrencia desliza el autor. Me ha llegado y me ha apasionado y no he podido soltarlo hasta terminarlo. Tanto es así que a mitad de viaje, ya me había quedado sin nada qué leer.

 ¿A quién recomendaría leer esta novela? A los cincuentones que se miran al espejo y presienten que algo está acabando en sus vidas o bien algo está a punto de empezar, aunque ni lo uno ni lo otro ha sucedido todavía. A los padres que no son capaces de compartir su intimidad con sus hijos y se preguntan si verdaderamente les quieren…pero les asusta terriblemente quedarse a solas con ellos. A los hijos que no han recibido el amor de sus padres y sienten que nunca podrán querer verdaderamente a alguien si antes no experimentan ese amor que les falta. A los que no pueden dejar el tabaco y cuando lo dejan quieren una justificación para volver a él. A los que se separan y no quieren romper del todo con sus parejas. A los que mienten por sistema, pero se dicen a sí mismos que al mentir, de alguna forma afirman la existencia de la verdad y no son tan malos como aquellos que niegan que cualquier verdad exista. A los que creen poder ayudar a otros diciéndoles la verdad. A los que no creen que sea posible encontrar a los cincuenta el amor verdadero, que te permita descubrir en ti tu alma verdadera. A los que quieran entender un poco el mundo del cine y de Hollywood, en particular. A los que dudan sobre la autoría de una obra de arte. A los que gustan de pasar sus vacaciones en Sotogrande. Y sobre todo, a quienes disfruten de una novela bien escrita. A los que quieran reírse y pasarlo bien con un autor inteligente. Y a los que quieran conocer a un tipo odioso del que es posible acabar enamorándose.

Una crítica, para mi gusto: la última parte de la novela. Desaparece la voz de Saúl Karoo, el protagonista, esa voz en primera persona de la que nos hemos ido volviendo cómplices. Ahí termina para mí la novela, pues lo que sigue es sólo una de las muchas posibilidades a que el argumento nos ha ido conduciendo. El narrador –Karoo- es un mentiroso compulsivo, un fantasioso guionista de Hollywood, un borracho que niega su borrachera…una persona poco de fiar. Por eso, cuando empieza a contarnos el desenlace un narrador omnisciente ya no nos vale la clave de que hemos disfrutado hasta entonces. La complicidad decae y no nos gusta (no me gusta) el final. Me quedo con Karoo.