Tuesday, April 05, 2016

LA FIESTA DE LA INSIGNIFICANCIA

Un sanatorio o un balneario. Un lugar apartado entre montañas alpinas. El lugar a donde uno va para que no le encuentren. Para perderse, como única forma de encontrarse. Encontrarse con el silencio, escapando del vocerío.Encontrarse con el anominato, escapando de la fama. 

 Robert Walser no escribió nada mientras permaneció en el sanatorio de Herisau. Se retiró allí, según decía a sus amigos, no para escribir sino para volverse loco. Para escapar de la angustia de ser Robert Walser. 

 En la última película de Paolo Sorrentino, "La Juventud", el protagonista, Frank (Michael Caine), es un anciano que pasa sus veranos en un balneario suizo de montaña con su hija, después de haber renunciado a su carrera de compositor y director de orquesta. Se dedica durante sus paseos a escuchar la música presente en la naturaleza. Como Walser, le repugna el poder y ha renunciado a la gloria. Y como él, siente que el silencio del artista es lo que permite al hombre vivir de verdad, vivir de una forma sencilla, como un hombre cualquiera. No ser nadie, en ese lugar alejado del mundo. 

 Le da la réplica Mick, su amigo de toda la vida, un director consagrado en el declive de su carrera. Mick (Harvey Keitel) cree que todavía puede realizar su obra maestra. Es un ejemplo de pensamiento contemporáneo: cree que la juventud es una decisión personal, por encima de las limitaciones del cuerpo. No le importa el trancurso del tiempo y vive el presente, pensando que lo mejor está siempre por llegar. Esa filosofía optimista, deportiva, es lo que le mantiene en un estado de excitación creativa, es lo que le hace conservar las ganas de vivir ¿Cómo vivir sin esperanza? ¿Cómo vivir cuando lo mejor de la vida ha pasado? Mick busca su inspiración en un grupo de jóvenes guionistas con los que comparte su estancia en el balneario. Ellos le contagian el entusiasmo que él necesita (pero entre un octogenario y un grupo de jóvenes cualquier conversación es una sucesión de monólogos).

 Dos formas de enfrentarse al trabajo de demolición del tiempo y a la relación con los otros cuando envejecemos. Frank, desde su apatía, Mick desde un activismo sobreactuado. La clave, parece decirnos Sorrentino, es el sentido del humor. Como dijo Hegel, es necesario un sentido del humor infinito para comprender la tontería del mundo, el absurdo de todo esto. Y es que a cierta edad no nos debemos tomar demasiado en serio a nosotros mismos (ese es el pecado de Mick). 

 Milan Kundera,en su última novela, "La fiesta de la insignificancia", protagonizada también por cuatro amigos setentones, y escrita a los ochenta y cinco años, nos ofrece una lección de desmitificación, empezando por la desmitificación de su propio personaje, riéndose lo mismo de las pérdidas de memoria que de las de orina. 

 La felicidad no es un sitio en el uno se pueda quedar para siempre. Y cuando pasan los años vamos a tener que transitar a otro lugar que desconocemos. Allí tendremos un pasado que ya a nadie interesará, unido a un futuro ilusorio. Podremos elevar a los altares la botella de Armagnac o el contoneo de las jovencitas. Podremos hacer las paces con nuestros fantasmas. O podemos organizar fiestas que celebren a la vez la vida y la muerte. 

Nos vamos a repetir seguramente (porque nadie escapa al tema de su vida), pero vamos a tener que ocupar de alguna forma el tiempo que nos quede.