Friday, August 29, 2014

MIRIAM SE PREPARA PARA LA DANZA




Miriam preparándose para la danza el 22 de julio 2014. 

 Hace unas semanas, estando de vacaciones, recibí esta carta de Juanjo, el Obispo cordobés de Bangassou. Este hombre bueno y valiente, que ha permanecido con sus feligreses en estos tiempos de violencia tribal que han asolado a la República Centroafricana. A pesar de la barbarie es capaz de escribir esto tan bonito y mantener en lo que se puede la vida cotidiana. Un ejemplo para todos.

Matrimonio infelizmente tradicional  


Recuerdo hace 9 años en Bangassou. Un mbororo, raza itinerante que atravesaba el Sahel de parte a parte buscando pastos para sus bóvidos, nos trajo un bebé de días. Dejó sus vacas a 40 kilómetros, cargó su bebé recién nacido que estiraba sus cuerdas vocales con gritos y congojas, no sabíamos si por hambre en estado puro o por su madre muerta, seguramente por ambas, y nos lo llevó al orfanato. Nos explicó que la niña se llamaba Miriam, que el parto, entre patas de vacas y polvo del ganado, fue un desastre y acabó con la madre muerta, y que no sabía qué hacer con Miriam y nos la "regalaba", añadiendo una coletilla en forma de proverbio que quería decir más o menos: "si quieres la tomas o si no la tiras a la basura". Con éstas, se volvió a sus vacas, a su desangelada cofradía ambulante por desiertos y selvas, a sus costumbres ancladas en recónditos raciocinios y a sus dioses semi-islámicos. 

Mirian estaba escuálida. Un bebé esquelético al que su primer biberón le supo a gloria bendita y el segundo a enjundia de los dioses. Su raza no es de la región de Bangassou, su piel es como la crema tostada, sus ojos son dos óvalos negros como el alquitrán, sus labios finos al igual que su nariz... Es una niña delgada y fuerte como debió ser su madre. La vimos crecer como un junco en casa de Mamá Paulina, su madre adoptiva, se inscribió a la escuela, aprendió a jugar como las demás, aprendió la vida de sociedad, se inscribió al catecismo, como las demás y entró en el grupo de danzas, que, en torno al altar en cada Misa de las grandes fiestas, revolotean como alondras mimando gestos de súplica al Omnipotente que la quiso sacar de entre el aliento de las vacas y la puso en la cama mullida de mamá Paulina. 

Muy de tarde en tarde, el padre pasaba, la veía y conversaba con ella: conversar es un decir, porque de la raza mbororo, Miriam sólo conservaba su estampa. La lengua le sonaba a mandarín y el padre se esforzaba por trasmitirle algo aunque sin conseguirlo porque ella miraba siempre al suelo, como temiendo que, una vez crecida, se la quisiera volver a llevar con él. 

Ni lo intentó, menuda es Paulina, que además, 9 años después, sigue todavía sentimental y tierna con su niña como el primer día. La cuestión es que hace un año se presentó en la casa un señor, ya algo mayor, carnicero de profesión. Lo conocemos del mercado donde vende carne de mono, trafica con huesos y vende pieles de bueyes. Pretendía llevarse a la niña diciendo que el padre se la había "vendido", un pacto entre musulmanes después de una ardua negociación. Decía que, como está estipulado en la tradición, éste tipo de matrimonio le permite llevarse a la niña una semana para "probarla", en todos los sentidos, no sólo para conocer cómo lava la ropa o prepara la mandioca, cómo trabaja con la escoba o si se entiende o no con sus otras mujeres, también para probarla sexualmente sin importarle al muy majadero si la niña ya es mujer o todavía no ha tenido sus primeras reglas. Y que si en una semana, añadía, no era de su agrado, la devolvería por donde había venido y volvería a hablar con el padre. 

Mamá Paulina me llamó y, delante del carnicero, me contó sus pretensiones. La pobre cría se escabulló horrorizada de que la quisieran vender como una vaca, y además a un carnicero, y se escondió en el baño. Le hice saber al ingenuo cacique que era yo, la misión católica y, sobre todo, Mamá Paulina, quienes habíamos alimentado a Miriam desde sus primeros días, la habíamos vestido, escolarizado, protegido y amado y que, por muy matrimonio tradicional que él pretendiera fundar, compinche del padre putativo, Miriam de allí no salía, que su dote superaba con mucho miles de millones de francos que habíamos consumido en educarla, amarla, alimentarla y protegerla y que, con todo el respeto por el matrimonio tradicional de ciertos subgrupos musulmanes, de aquella casa aquel carnicero y su turbante tenían que salir pitando antes de que la cosa fuera a mayores. Así salió, pitando, y no lo volvimos a ver. 

Al poco rato Miriam salió del baño, todavía el corazón saliéndosele por la boca. Conozco a muchas mujeres musulmanas casadas, pagada su dote siendo ya mujeres y queriendo casarse a la manera islámica normal. Esa manera "tradicional", que, desgraciadamente, sigue en boga en algunas partes del planeta tierra, está caduca, es carca y anacrónica, y además atenta gravemente contra los derechos del niño y de la mujer en general. Nos encantaría si Miriam fuera, un día, la primera Mbororo a poder estudiar en una Universidad.