¿Qué me lleva allí? A esa bahía donde él la salvó de la muerte. A esa mujer que acostó por la noche en su cama. La que se paseó semi desnuda por el apartamento, a la luz artificial de la noche. La mujer misteriosa, a la que perseguía incesantemente por las calles, como en un trance sonámbulo, para nunca encontrarla del todo, nunca suya, siempre lejana, siempre misterio sin respuesta. Aquella que volvería de entre los muertos, ya entregada a él. Ya vencida, venida desde dentro de sí mismo, como una creación de su mente. 
Marcho allí. Cruzo el Océano en busca de esos lugares donde el deseo pueda encontrarla al fin. Voy para salvar de las aguas mi pasión. Para rescatar del fondo las ganas de vivir. Recuperar, de entre la multitud de los muertos, la vida milagrosa del que ama. El vértigo del abismo, al que me asomo, en ese escote de mis miedos, como un bucle de pelo, mirando a los ojos de una nueva Kim Novak que, revivida para mí, me acompaña en este viaje, distante y fría, inalcanzable, pero que me mira como un naúfrago o como una suicida que se ahoga, para que la rescate a la vida, y así ella me rescate de la muerte. No sé a qué voy allí, ni a qué va ella. Nadie sabe qué le regalan los viajes. Allí está la ciudad de mi nombre. Allí me espera algo, algo que quizás acabe por entregárseme, algo que pueda traerme cuando vuelva, ya mío, para seguir -con vida- en la vida. Adiós, deseadme suerte.

