Friday, September 12, 2008

EN LA FILA

Tras la lectura de la novela de Imre Kertész, “Sin destino”, persiste en uno el estupor. Estupor, ante la forma en que los húngaros aceptaron la suerte de los judíos. Es más, estupor ante la forma en que los propios judíos aceptaron lo que les iba sucediendo, muchas veces sin una idea clara ni siquiera aproximada de lo que fuera eso de “ser judío”.
Nos enteramos de que las estrellas amarillas que vendían en las tiendas tenían mejor calidad que las hechas en casa. Lucían más iguales las puntas, y eran rígidas, gracias al cartón duro sobre el que iba cosido el fieltro.
Cuando alguien era deportado, se celebraba una fiesta de despedida. Se comía bien, se reunía toda la familia y amigos, había abrazos al deportado, deseos de volverse a ver muy pronto…
La docilidad ante todos estos sucesos resulta tremenda. Un policía se basta para detener a cientos de judíos jóvenes, fuertes…y conducirlos en fila hasta un barracón donde se les encierra bajo llave, sin que haya una protesta. Creen todo lo que les dicen. Todos colaboran, e incluso bromean con el policía, al que consideran “simpático”. Fácilmente se entusiasman con la idea de ir a trabajar a Alemania y se apuntan voluntarios al viaje en tren: son listos, ocuparán los mejores puestos, y viajarán más cómodamente (a razón de sesenta personas por vagón…y no ochenta). Les espera la aventura, la independencia.
La inocencia continúa al llegar a la estación. Allí, con apenas el apremio de unos golpes y unos empujones, les hacen formar una gran fila de tres mil personas. En el centro de la fila, se tarda unos veinte minutos en llegar a un punto donde un médico dedica dos o tres segundos a examinar al siguiente y enviarlo a uno de los dos grupos que se forman a cada lado. El joven protagonista de la novela ante el doctor saca pecho y le sonríe. Le tranquiliza la expresión bondadosa de su rostro, el color claro de sus ojos…hasta cree que le ha caído bien.
Luego, progresivamente, paso a paso irá cada uno comprendiendo cómo son las cosas por allí. Irá descubriendo las chimeneas, las duchas…el gas. Todo poco a poco, pasando al siguiente nivel, asimilando así las cosas.


Al volver a casa todos aconsejan al deportado que olvide su pasado, como única forma de iniciar una nueva vida. Tiene dieciséis años y sólo ha pasado un año en los campos. Entonces, Imré Kertész dice lo que piensa ahora: que nunca se puede empezar una nueva vida, habría que perder la memoria. Uno no es un sujeto pasivo de las circunstancias. Uno no tiene un destino trágico: el destino de los judíos lo trazaron también ellos mismos, avanzando en fila hacia el matadero, y los húngaros, aceptando lo que sucedía…Eran cosas que pasaban, pero también cosas en las que uno podía construirse, dar pasos, en una dirección u otra. Y por eso ese destino era el que cada uno construía. Y construyéndolo se hacía a sí mismo. Y sólo enlazando con eso podía continuarse la vida, mientras uno recordase.

Engañosa es la mirada al pasado, cuando todo parece concluido (nada concluye). Engañosa, la mirada al futuro cuando todo parece comenzar (nada comienza). En cada momento, única realidad existente, pasan cosas, hay un contexto. Pero dentro de él, está uno con su trayectoria, los pasos que uno ha ido dando y que trazan una dirección, un norte: Irme Kertesz llama a eso la honradez. Olvidar sería verse uno privado de su honradez.

2 comments:

  1. Estimado Francisco. Nunca entendí la facilidad con la que se entregaban las familias judias al terrible holocausto. La lectura de la filosofo Hannha Arendt rasgó algunos velos.

    A partir del juicio que en 1961 se lleva a cabo contra Eichmann, Arendt, contratada por la revista New Yorker para cubrir dicho juicio, escribe el polémico libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. Estudia en este ensayo la personalidad del acusado, las causas que propiciaron el Holocausto, el papel equivoco que desempeñaron en tal genocidio los Consejos Judíos.

    Algunos ejemplos:

    “en los primeros años, el ascenso de Hitler al poder fue considerado por los sionistas como “la derrota decisiva del asimilacionismo”. Por este motivo, y durante algún tiempo, los sionistas se dedicaron, en cierto grado, a cooperar en forma no delictiva con las autoridades nazis. Los sionistas también creyeron que la “desasimilación”, combinada con la emigración a Palestina de los judíos jóvenes y, como esperaban, de los judíos capitalistas, podía ser una “solución mutuamente justas” (Cit. 94)

    “Para los judíos, el papel que desempeñaron los dirigentes judíos en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en Europa” [...] “En Ámsterdam al igual que en Varsovia, en Berlín al igual que en Budapest, los representantes del pueblo judío formaban listas de individuos de su pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio; llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres; proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran en la detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían conducirles a la muerte; e incluso, como un último gesto de colaboración, entregaban las cuentas del activo de los judíos, en perfecto orden, para facilitar a los nazis su confiscación”(Cit.179)

    “Y sabemos también cuales eran los sentimientos que experimentaban los representantes judíos cuando se convertían en cómplices de las matanzas. Se creían capitanes “cuyos buques se hubieran hundido si ellos no hubiesen sido capaces de llevarlos a puerto seguro, gracias a lanzar por la borda la mayor parte de su preciosa carga”, como salvadores que “con el sacrificio de cien hombres salvan a mil, con el sacrificio de mil a diez mil”. Pero la verdad era mucho más terrible”(Cit.192)

    Está editado en Lumen.

    Fuerte abrazo

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  2. Aviador: Gracias por tu aportación tan interesante, que me da a conocer aspectos ciertamente tenebrosos que ignoraba. Un fuerte abrazo.

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