Sunday, May 30, 2010

EL JUDÍO



A sus progenitores les parece horrible.
Les asusta físicamente.
Les hubiera gustado más que fuera un enano.
Él se encoge para acercarse a ellos.
Pero su madre se ha puesto en jarras,
y su padre sigue ausente.
Su existencia entera se les antoja un fracaso.
Acata el decreto de su inferioridad innata,
sabe que es un ser anormal
pero hace tiempo que decidió hacerse cargo de sí mismo.
Ha vagado por las calles estrechas del viejo barrio
escondiéndose de la gente,
mientras ellos ríen con sus mujeres, bebiendo en las aceras.
A escondidas, ha entrado en un garito
y para quitarse la pena se ha comido una bandeja de fritos variados
(croqueta de jamón, pincho de huevo, otro de pimientos, gamba rebozada
y calamar) con un bollo de pan entero;
se ha bebido una cerveza sin alcohol únicamente:
a pesar de todo, no quiere engordar.
Y teme entregarse esta noche
a la consoladora bebida.
Hizo un par de llamadas sin respuesta y cena solo.
Allí al fondo, con la mirada perdida, en su sitio,
ha ido comiéndose todo con la ansiosa rapidez del onanista.
Ya se aconstumbró a ahogar las penas en comida.
Es como es. Así nació. Siempre le resultó difícil encontrar el amor.
Era demasiado extraño. Nunca dejo de temer a las muchachas.
Y se limitaba a abrirles la puerta para que pasaran.
O a cederles el asiento, mientras temblaba su corazón
si ellas reían.
A veces se asusta de sí mismo. De su voluntad de soñar
a pesar de ser tan feo, de su infatigable idealismo
romanticón y trasnochado. De su risible ingenuidad.
Insiste en el empeño de sobrevivir al infortunio.
Si, se han reído, y él mismo eligió reirse también con ellos.
Sus padres se apartan asustados cuando se inclina a besarles.
Son incapaces de tocarle.
Y, cuando cae la noche, él se asoma a la ventana para mirar a esos enamorados que pasan.

Foto de Diane Arbus

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