Saturday, March 20, 2010

EL EDITOR RETIRADO


Iba por la tarde apresurado, impaciente de tenerlo en las manos. De nuevo sentía una emoción íntima que me hacía ir rápido a por él, sentía una ilusión verdadera por leerlo. Había leído ávidamente esa mañana las reseñas, las entrevistas de lanzamiento. Había novelado algo en que me reconocía: el editor que ha cerrado su editorial y ha dejado la bebida. El aburrimiento que se apodera del hueco que deja la ilusión. Un hueco que no es vacío, porque esta lleno de fuerza: la fuerza de lo que falta. Esa infancia en una casa llena del hueco de los fantasmas, de los que ya no están, era mi infancia y ese niño jugando eternamente solo al fútbol, en el patio trasero del piso era yo mismo, haciendo simultáneamente de equipo local y visitante, atacando y contraatacando con entusiasmo, gustándome en los regates, pero sabiendo en un recóndiTo pliegue de mi cerebro infantil que faltaba algo, y jugando, por tanto, con fantasmas. También ha leído que el editor retirado se entrega al aislamiento del Google, se pasa al ordenador y se entrega a la novedosa enfermedad del hikikomori: el neurótico que escapa delante de la pantalla de un mundo real y de la competitividad que ese mundo impone. Un mundo real que no comparte, que juzga diversión lo que para él es tremendamente aburrido, un mundo de gritos, de desaforada imbecilidad, imbecilidad altiva y atronadora. Un mundo real que sólo puede soportarse empapado en alcohol, o empapado en la ilusión o el entusiasmo. Ese editor que ya no edita, ese bebedor que ya no puede probar el alcohol, esa persona que, por cambio de costumbres, se ha convertido en un fantasma del que era. Y que como fantasma ha se salir en busca del que fue antes de haber comenzado a ser el que ya no es. Y tiene la tentación de encerrarse en una vida de total falta de acción, de total monotonía, encerrarse con sus fantasmas y tratarlos, enamorarse incluso de ellos, para conseguir -a base de no hacer nada- que cualquier insignificancia del día sea un acontecimiento. Evitar así cualquier acción que pudiera introducir en su vida un elemento novelesco y en realidad ficticio, para explorar lo que pasa cuando uno no hace nada, cuando uno se concentra en un solo punto, buscando la obsesión personal en algún lugar, como Hammershoi en sus cuadros, siempre pintando una y otra vez lo mismo. Esa habitación y esa mujer no conocida. Esa madre con la que uno no tiene de qué hablar (y que prefiguraba, sin él saberlo, a la esposa con la que al cabo del tiempo ya solo se compartirán los fantasmas).

1 comment:

  1. Me creo, vaya que sí, que un editor sincero y capaz sufra del mono de editar. Ha de ser terrible no poder acercarte a una ficción ni querer leer nada nuevo por miedo de acabar diciendo: "esto tengo que editarlo yo".

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