Monday, July 28, 2008

COMO LA LUNA

El protagonista de “El Palacio de la Luna”, M. S. Fogg, decide dejar de luchar contra las adversidades y adoptar el nihilismo activo como actitud filosófica: no hacer nada y limitarse a esperar el desenlace. Es cierto. La vida te está sometiendo constantemente a agresiones externas, sucesos que te desestabilizan y, en esa lucha constante por mantenerte en equilibrio, se agotan tus fuerzas.
Fogg quiere dejar que las cosas sigan su curso, que el azar marque el rumbo de su vida (llegar lo más lejos posible y ver qué pasa allí). Aprenderá que todo, en esta vida, tiene consecuencias. Pero, como le dice su tío Víctor al despedirse de él, con el tiempo las cosas se van conectando y al final todo va a salir bien. Todo fracaso y todo éxito son momentáneos y relativos. Forman parte de una trama cuyo dibujo sólo se ve al final.

Fogg, con esa filosofía, llegará a la indigencia y casi a la locura, viviendo como un mendigo en el Central Park. Allí, en el parque, los hechos confirman su tesis: cuando se esfuerza por conseguir comida no logra nada y es cuando desiste de intentarlo, cuando se da por vencido cuando llegan los milagros (alguien se acerca y la larga un billete de cinco dólares, por ejemplo). El milagro no se puede provocar, no está disponible. Llega cuando uno ya no lo pide.
En la novela, los protagonistas pierden y ganan fortunas constantemente. Lo mismo pasan hambre que reciben herencias o encuentran un tesoro. Incluso son capaces de regalar una casa o de repartir dinero a los desconocidos. Esto es muy americano. Todo es transitorio. El dinero entra. El dinero sale. Se va y vuelve. Y vuelve a escaparse de nuestras manos. Como la felicidad. Y uno nunca es rico ni pobre, feliz ni desgraciado.

Thursday, July 24, 2008

EL MILAGRO IMPOSIBLE

El criminal de guerra cruel, profeta del odio, tuvo la oportunidad que muchos no han tenido: al alcanzar la mitad de la vida, poder inventarse una personalidad radicalmente diferente. Desaparecer como tal y aparecer de nuevo convertido en otro, irreconocible. Otra persona sin pasado. Él -el carnicero despiadado que ordenó la matanza de miles de personas- eligió ser un abuelete afable y bondadoso, querido por los niños. Él que adelantó la muerte de miles de jóvenes, eligió ser un médico naturópata, que trataba de prolongar la vida de sus pacientes. El que fue odiado por todos, llegó a ser querido por muchos de sus vecinos. El psicópata, curó tal vez el alma de muchos, infundéndoles esperanza ("Siempre hay una salida para culaquier situación").


Lo más probable es que se trata del acto cínico e hipócrita de un malvado. Alguien podría estar tentado a pensar, por muy descabellado que fuera, si probar durante doce años la vida de una buena persona puede cambiar a alguien como él. Quizás sea ahora un hombre distinto ¿Se llegó a creer su personaje? ¿Llegó a querer a sus pacientes? ¿Llegó a gozar del amor que su personaje despertaba? Borges decía que no existe "el asesino", que es una abstracción, sino Raskolnikov, que es un ser humano. Y cada ser humano es capaz de todo lo bueno y de todo lo malo. ¿Transformó al criminal el cariño de esos niños del barrio que le llamaban "Papá Noel"? ¿Llegó a desear, en algún instante, el milagro de ser realmente bueno?
Como cristiano creo en la posibilidad de ese milagro -el deseo de conversión- y creer en ello es uno de los actos de fe que más nos cuesta hacer a todos (creo que en el poder transformador del amor). Pero la justicia ha de cumplirse. Parte de ella -aunque esa bestia no haya cambiado- es el haber podido ser otra persona por un tiempo. Un hombre bueno. Pero tal vez es un milagro imposible.

Monday, July 21, 2008

CON OTRA MIRADA

Ayer era domingo. Estaba en la playa. Sentado en la terraza, leía el periódico (nunca se lee el periódico mejor que un domingo por la mañana). Bajo la sombra del toldo, podía aguantarse el bochorno y las olas del mar se escuchaban refrescantes. Las noticias no habían cambiado. Pero yo las leía de otra manera: la crisis económica, el concurso de acreedores de Martinsa, la historia de la subida fulgurante y caída vertiginosa de un hombre de negocios de pueblo (vallisoletano)…Esto va en serio, es el mensaje que transmite el Ministerio: que nadie espere ayuda pública; cada uno debe refinanciarse por sus propios medios, y en su caso, vender (aunque sea con pérdidas). Es decir, hay que cambiar. Lo que antes era bueno, bonito y barato, hoy es malo, feo y caro.
La gente vuelve a llevarse la nevera con comida a la playa. Los chiringuitos dicen que no venden. Hay quien se quita de fumar y quien se va de la primera línea de playa a la quinta o sexta. Hay quien deja el cambio de coche para dentro de un par de años (todavía está bueno y con arreglarle un poco los bollos puede seguir sirviendo). No se vende lo que se vendía…pero se venden otras cosas. Se venden neveras. Se venden chicles para dejar de fumar. Se venden billetes de autobús para llegar a la playa. Se reactiva el negocio de chapa y pintura.
Habrá que cambiar, habrá que reciclar, habrá que buscar sucedáneos de productos caros, habrá que volver a las vacaciones en el pueblo con los abuelos, a la partida de tute por las tardes y al paseíto por la plaza cuando la fresquita. Hay que aprender de nuevo a disfrutar de la terraza de tu casa en lugar de buscar la cerveza en el chiringuito. Disfrutar del tiempo para leer el periódico, en lugar de comprarlo para no leerlo.
Pero todo esto ya lo hemos vivido antes. No llevamos tanto tiempo siendo un país rico, cuyos habitantes se van en masa una semana a Viena para apoyar a su selección de fútbol. No llevamos tanto tiempo siendo un país que no encuentra camareros ni albañiles entre sus nacionales. No hace tanto tiempo que en este país arreglaban medias suelas los zapateros remendones, para que siguieran sirviendo los zapatos. No hace tanto tiempo que las mujeres aprendían a coser y se arreglaban la ropa, o se le sacaba el dobladillo a las faldas y a los pantalones. No hace tanto tiempo de las sopas de sobre, o la pastilla de caldo concentrado, ni hace tanto tiempo del puré de patatas, del filete de hígado de cerdo o de la leche frita de postre.
Esta mañana iba al trabajo por la ruta de costumbre y me daba cuenta que el tiempo es muy sabio. Allí estaba el convento de monjas con esa jaula de hierro haciendo las veces de balcón medieval. Al lado, el monumento a Rodrigo de Triana, gritando a los marineros desesperados: “Tierra”. Justo enfrente, la Iglesia moderna de muros de ladrillo y campanario de piedra, que siempre me recuerda a Madrid. Allí, el Instituto con los nombres de los Enciclopedistas franceses. Más adelante, el tempo de estilo barroco americanista, con su frondoso ficus gigante. Allí también el impresionante graffiti sobre una pared, puro arte de este siglo. Toda la historia del mundo en una sola calle. Cuántas alternativas económicas no habrá visto pasar este pueblo. Y entre esos edificios, las tiendecitas (muebles, zapatero, cestería, se hacen fotocopias…) y tabernas, placitas y quioscos. Lo popular y de siempre. También los vacíos concesionarios de coches y las excesivas sucursales bancarias.

Tiempo, poso. Y desde esta experiencia de la vida, con Rodrigo de Triana, esperanza mirando más allá del horizonte.

Friday, July 11, 2008

CULTURA

¿Serían acaso civilizados los antropófagos por el sólo hecho de emplear cuchillo y tenedor?, dijo alguien, citando a un escritor eslavo.

Y yo recordaba algunos de los chistes de Chumi Chumez, ese humorismo violento que denunciaba la educación como forma de encubrir la barbarie.

Wednesday, July 09, 2008

ALEGRÍA DE IRUÑA


¡¡¡ Felices fiestas !!!
Foto de Jesús Diges

Friday, July 04, 2008

LECCIONES DE ILUSION

Faltaban diez o quince minutos para la hora fijada por mi abogada (siempre me paso de puntual). No estoy acostumbrado a esto de los juicios y estaba un poco nervioso. El sol caía de plano y había que buscar la sombra, junto al edificio de los Juzgados. Y entonces se me ocurrió buscar una librería cercana para que algún libro me encontrase. Sería un libro sobre la risa o que me insuflase ese optimismo que me hacía falta. Lo encargué así al destino y de pronto estaba ante el escaparate. Una librería pequeña, con escalera central de madera, especializada -por lo que se veía- en libros de Psicología. Entré y me dejé llevar al azar por las estanterías. La zona de literatura reunía en unos pocos estantes las colecciones que prefiero (Siruela, El Acantilado, Anagrama...). Yo seguía necesitando un método para la alegría. Demasiada crisis a mi alrededor y por delante el mal trago que pasar.

Y ahí surgió el título: "Lecciones de ilusión", de Pablo D'Ors. Eso era con exactitud lo que necesitaba. ("Será hijo o algo tendrá que ver con Don Álvaro", eso lo relacionaba vitalmente conmigo, que fui su alumno). Había leído con entusiasmo su novela-metáfora sobre el impresor ¿Zollinguer?... y ahora tomaba mis manos el grueso volumen y leía la primera frase: "¿Que hago yo aquí, preocupándome por esta tontería?"

Era lo que necesitaba leer, sin duda, pues cualquier cosa en que andamos ocupados, cualquier cosa que nos quita la paz es, en definitiva, una tontería.

Pero la sorpresa importante me aguardaba en la reseña biográfica de la solapa sobre el autor:
ordenado sacerdote católico...discípulo de un teólogo y un monje...cursó estudios de Revelación, posteriormente Hermeneútica, Angelología...y ¡Estética teológica! (maravilloso...) y esos estudios los cursó en Roma, Viena, Praga...¡qué maravilla esas ciudades para cursar estudios tan místicos!...Ahora vivía el autor en una casa-teatro, que compartía con una misteriosa mujer (su nombre no podía dejar de parecerme falso), "ya liberado de sus obligaciones docentes" (¡¡¡ ya liberado de obligaciones !!!), animando la fe en una pequeña comunidad...(qué bello) y buscanto el silencio de la contemplación...

Según leía iba encontrándome con una biografía de mi alma, de lo que pude ser...eran fronteras junto a las cuales en un momento u otro yo mísmo había transitado, pero que no llegué a cruzar.
Eso o parecida cosa sonaba en mí, cuando vi la cita puesta al frente de la novela en la que Milan Kundera se refiere a los personajes de sus novelas como fantasmas de lo que él mismo había dejado de ser por no traspasar las fronteras que él mismo se impuso.

Ahora estaba claro: era mi libro. Tenía un íntimo mensaje dirigido a mí. El destino me mostraba, como en un espejo, mi propio rostro querido y reconocible. El deseo místico, el amor por la Hermeneútica...incluso, leyendo las primeras páginas, la figura de Robert Walser paseando por los caminos de Herisau...Como continuar leyendo, donde lo dejé, el libro de Vila-Matas.
Y como un talismán, lo compré y lo guardé en mi cartera con los papeles del juicio. Y a lo largo de la mañana iba pensando en mi bolsa de la librería, oculta entre los legajos, con la promesa de un Curso de ilusión. Y la ilusión me asomaba en una sonrisa apacible, que conservé durante todo ese día.