Monday, September 16, 2013

BILBAO: LA CIUDAD DE LOS OJOS GRISES




Cada uno tiene su historia con una ciudad. Mi historia con Bilbao es una historia de amistad. Allí he ido siempre con amigos o para visitar a amigos que habían ido a vivir allí, por motivos de trabajo, desde Andalucía. Es la mejor forma de conocer una ciudad: cuando te la enseña un amigo. Las rabas en el “Café Iruña”, frente a la Iglesia donde Nacho daba sus misas. Aquellos bares de la parte vieja. Las Siete Calles. Los chuletones con amigos son más chuletones. Los puestos de pescado en el Mercado de Abastos. Estar con amigos –yo soy navarro- es comer y es beber. Y pasear por las calles. Siempre nos alojamos en un hotel frente al Teatro Arriaga, para poder pasear a gusto por las madrugadas, mientras riegan las calles, que adquieren con el agua la cualidad de espejos de colores. 



En Bilbao he conocido la nostalgia de los andaluces por el azul de los cielos de su tierra. Les he acompañado a la Casa de Andalucía, para tomar unos finos y un pescaíto frito escuchando sevillanas. La ciudad es hoy alegre y limpia, más cosmopolita desde que se inauguró el Gugenheim. También se va llenando de inmigrantes de color o eslavos. La paz le ha sentado muy bien (aunque seguimos recordando con dolor desde las escaleras del Ayuntamiento, las calles y los puentes llenos de gente pidiendo la libertad para Miguel Angel Blanco). 

 Yo mismo soy un desterrado voluntario. Andalucía que me acogió, es desde hace años una tierra querida. Pero yo nací en Pamplona. Allí fui niño y adolescente. Allí estudié y allí quizás me enamoré en secreto por primera vez. Vuelvo a Pamplona, pero ya no puedo volver a la ciudad que fue mía. 



 Mi historia con Bilbao se reanudó el año pasado con una novela. La novela de un amigo de allí que vive en Sevilla, Félix Modroño. Una novela ambientada en los primeros años del pasado siglo, época en la que Bilbao se transforma en una cuidad industrial origen de lo que es hoy. El protagonista –Alfredo Gastiasoro, profesor de arquitectura en París- se ha desterrado como yo voluntariamente de su tierra y ahora vuelve al recibir la noticia de la muerte de la mujer que amó en su juventud, con un amor irrevocable pero imposible. Marchar fue enterrar el amor que no pudo ser. Pero partir es siempre dejar inacabada una historia.

He vuelto a transitar esas calles, esos lugares, como si de mi Pamplona perdida se tratase. Como Alfredo, siento la contradicción de un lugar que es mío y a la vez ya no existe. La ciudad en que uno fue joven es un lugar al que no se puede volver, como tampoco se vuelve a la juventud. El lugar que un día fue amado pero se volvió inhóspito y del que uno tuvo que huir, ahora se reviste de nostalgia como todo lo que ya es imposible, como la reconciliación con alguien que ya murió o la recuperación de una noche juntos en que pudieron decirse palabras importantes que al final no se dijeron. 

A pesar de ese trasfondo biográfico de tristeza, la novela es de todo menos aburrida. Félix describe Bilbao (el Bilbao de comienzos de siglo pasado), con todo el detalle y amor que uno pone en lo perdido y -por lo mismo- tantas veces rememorado, recreado, ensoñado. La novela se lee muy bien, la diversidad de tiempos y lugares, la multiplicidad de tramas y personajes, se resuelve con maestría por el autor, que escribe con la difícil sencillez de los narradores de raza.

Pero, aparte de los indudables valores literarios de esta novela (una de las más leídas del pasado año y que va por su cuarta edición), creo que hay algo profundamente humano en ella. Los fantasmas que la habitan. La ciudad de la juventud inexistente ya y sin embargo omnipresente en el recuerdo. La muerta que se transforma en la ciudad que perdimos. La ciudad que ahora adquiere los ojos grises de esa mujer amada, en el precioso título y la deliciosa portada de esta magnífica novela. 



Esa imagen, no vista pero constante en la mente del protagonista, de su amada Izarbe flotando en la ría, como una nueva Ofelia con sus ojos grises abiertos a los cielos nublados de Bilbao (o de Pamplona), o una nueva Virginia Woolf con su abrigo lleno de piedras de tanto querer morir, es ausencia y es a la vez una presencia poderosa, una presencia fantasmal que, desde su horror, está planteando una pregunta (como toda muerte la plantea). La investigación sobre esa muerte (en la que se entrecruzan las oscuras tramas del espionaje europeo) será a la vez una vuelta al pasado que hará revisar a Alfredo sus propias preguntas, revivir su historia de amor y desvelar las razones por las que fue imposible, desvelamiento que, desde el pasado, vendrá a dar sentido a su presente y a su vida entera, ese sentido que es, en realidad, lo que permite a Alfredo finalmente regresar a casa. Y a Félix Modroño regresar a Bilbao, a recuperar su pasado.

Como ha escrito Jorodowsky, “no avanzo, me desando. El origen nunca acaba”. Porque en el origen están todas las respuestas.

Tuesday, September 10, 2013

EN LA DIADA

Para Daniel y para Blanca



Mañana muchas personas van a unir sus manos en Cataluña para expresar un sentimiento identitario. Más allá de políticas, se sienten catalanes. Sienten a Cataluña como algo propio. Sin embargo, esto que es así, políticamente se traduce en un sentimiento también de desarraigo respecto de España.

Qué representa España para el que va a ir a la Vía? Nada? La patria de sus padres? Un Estado opresor? Una anomalía histórica? Me duele que muchos catalanes no se sientan cómodos en España. Me parece injusta su afirmación de que España les roba. Creo que España no sería España sin Cataluña. Siento esta afirmación como una negación: Cataluña no quiere ser España. Y ahí, en ese rechazo -no en la afirmación- está el dolor. En el desamor. El odio no deja de ser un equívoco del amor.

No se puede volver a poner en el árbol la manzana que cayó. Tampoco puedes hacer nada para que no te deje el que ya te dejó en su corazón. Quizás es tarde para algunas cosas.

Mañana habrá mucha energía, muchas ilusiones de mucha gente. Un proyecto ilusionante de vida en común. Por qué no hemos sido capaces los españoles de ofrecer un proyecto ilusionante a estos catalanes? Por qué los españoles no somos capaces de generar un proyecto común? Por qué no hemos sido capaces de hacerles sentir cómodos entre nosotros a estos catalanes?

Nos mostramos como un marido cuya mujer le quiere abandonar, y que iracundo y ofendido se siente engañado. Quizás debiera preguntarse si no la desatendió y no ha sabido conservar su amor. No se trata de invocar las leyes (humanas o divinas) que crean cadenas. Son leyes del corazón, de los sentimientos. Hay que decir de vez en cuando: Cataluña qué hermosa eres! Cuánto te quiero! Se trata de recordar las cosas que hicimos juntos, los hijos que tenemos. Se trata de imaginar un futuro entre nosotros. De exaltar una identidad hermosa de dos que son distintos. 

Ojalá sea posible un futuro en común. Ojalá en España nos sintamos solidarios de esa ilusión vuestra por un mañana mejor. Entre tanto, felicidades, catalanes, en vuestro Día.

Wednesday, September 04, 2013

HANNAH ARENDT Y MARTIN HEIDEGGER



Hannh Arendt podía parecer dormida, tumbada en su sofá o en la hamaca. Pero estaba pensando. Le gustaba pensar. Ella le había pedido a Martin Heidegger que le enseñase a pensar. Dedicaba tiempo a pensar. Es más, su profesión consistía en pensar y enseñar a pensar.

El motor de esa actividad constante de pensamiento, esa actividad inmóvil que no cesaba, fue un deseo de comprender las cosas que no le abandonó. No era curiosidad. Era deseo, necesidad de comprender. Quiso comprender cómo y por qué pudo suceder lo que sucedió (cómo puede suceder lo que sucede). 

Escribir formaba parte de este proceso. Ella escribía sólo cuando sabía muy bien lo que iba a escribir, cuando había pensado bien eso que iba a escribir. Y escribía para recordar su pensamiento. Para no olvidar al seguir pensando. Luego no le importaba que la leyeran o lo que opinaran. Lo que pensaba lo decía, lo pensaba y lo ponía por escrito. Ella no quería herir con lo que pensaba, no quería herir con lo que escribía. Pero lo que pensaba hirió. Lo que escribió hirió a mucha gente. Y no por eso dejó de escribirlo, ni matizó lo escrito. No es que no le importase el dolor, pero era la verdad lo que dolía, la verdad dolorosa.

Se nos antoja excesiva la verdad, la pretensión de verdad hoy. No creemos en nuestra capacidad de pensar. Pensar nos parece tremendamente peligroso. Y aburrido. Tremendamente costoso. El precio de la soledad, de la incomprensión es excesivo. La felicidad ocupa el primer lugar. La popularidad ocupa el primer lugar. La adaptación ocupa el primer lugar. La aceptación ocupa el primer lugar. El mundo es demasiado complejo. 

Hemos arrojado la toalla. Parecería pretencioso decir: “esto es así”. En cambio, el pensamiento débil facilita el diálogo, es más civilizado decir: “yo opino…pero no afirmo ni niego”. O “afirmo pero también niego”. Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros. Comprenda que es el estado de ánimo el que le hacer ver las cosas de una manera o de otra. Cambiar de opinión no es costoso. Hay que ponerse en el lugar del otro, tener empatía, inteligencia emocional. Lo importante es llevarnos bien con los demás. La afirmación o la negación han traído todas las dictaduras (política, religiosa, económica…). Abstengámonos de ser rotundos y categóricos. 

Hannah Arendt, judía, quería comprender. Había tenido un breve romance varios años atrás con un brillante profesor antisemita. Quería que le enseñase a pensar. Heidegger, discípulo predilecto de otro judío, Husserl, alcanzó con Hitler el rectorado y ya como rector prohibió a su maestro volver a utilizar la biblioteca de la Universidad y, prudente, borró su nombre de los libros que antes le había dedicado. El pensamiento no era incompatible con la infamia. De hecho, un hombre injusto puede pensar muy bien. Él nunca dejó sus paseos por la Selva Negra. Quizás a fuerza de pensar uno podía identificarse con la razón que justificaba ese tipo de actos. El pensamiento no se paraba en cuestiones personales, iba más lejos, se refería a los pueblos y no a las personas individuales. El rector debía aplicar las leyes como buen funcionario y Hannah podía seguir siendo leal al pensador poderoso, aunque infame. Hay cosas más fuertes que uno. El pensamiento era más fuerte que los estragos que pudiera causar una ideología. La arrogancia del pensamiento puede pasar por encima de los detalles. 

Ella pensó (y escribió) que sin la colaboración de los judíos no hubiera podido tener lugar el genocidio y pensó (y dijo) que quienes dirigieron ese genocidio probablemente no se paraban a pensar y se limitaban a obedecer. Y que Eichmann le daba mucha risa, porque era un verdadero payaso y no entendía nada. No era capaz del mal. Como Heidegger. El miedo convertía a las víctimas en victimarios. Y a los pensadores en pobres hombres. 

Pero no todos eran iguales. No todos sufrían la violencia. Era la violencia la que provocaba el miedo. Y la violencia fue puesta en marcha en 1933. A partir de ahí la gente se metió en sus casas, en sus vidas y no quiso problemas. La violencia creaba su propia justificación, su propio corpus de pensamiento a impulsos de la ira, que el miedo enardecía. El simpatizante nazi, nada más ver la sangre, se convertía en un funcionario obediente o en un pensador poderoso. Y rodaban cabezas. Se fabricaban cadáveres con la misma perfección que los “escarabajos”.

La risa de Hannah nadie la entendió. Como nadie entendió la crueldad de Heidegger con su maestro.