Friday, May 23, 2008

NOCHES BLANCAS

Mi tío Daniel venía de Barcelona una o dos veces cada año, para ver al abuelo y a nosotros. Fue él el que me regalo el libro (quizás tuviera yo quince años). Era uno de esos libros en piel, caros, de Editorial Aguilar. Yo ya era, según me dijo, lo suficientemente mayor para cuidarlo. Era el primero y podría ir comprando otros y hacerme con una colección de libros “buenos” (era por tanto, un regalo inaugural, con todo lo que ello tiene de promesa y de iniciación a un nuevo periodo –adulto- de la vida).
Se trataba del primer tomo de las obras completas de Dostoievsky. Allí, sus primeras novelas y sobre todo, el preámbulo de su biografía. Ese hombre había estado ante el pelotón de fusilamiento, había vivido la deportación y los trabajos forzados, había estado atrapado en el infierno del juego, gastando en la mesa los anticipos del editor, y luego escribía a destajo y sin descanso, día y noche, para poder cumplir los perentorios plazos de entrega, a pesar de lo cual fue capaz de crear obras maestras. Ese hombre, de un cristianismo emocional, místico…era la encarnación del “alma eslava”.
En las páginas de aquél libro descubrí la Prespectiva Nevski y las “noches blancas” de San Petesburgo, esas noches en las que todos se echan a la calle para disfrutar de una nueva vida luminosa. En esos puentes sobre el Neva se desarrollaban las pasiones de seres “humillados y ofendidos”. La miseria, la dignidad, la locura (como la de ese hombre del “subsuelo”, cuya personalidad acaba por desdoblarse en un sosias, alguien como él, idéntico a él, que va ocupando poco a poco parcelas de su vida, hasta sumirle en la inexistencia). Dostoievsky, en sus primeras obras, se fijaba en ese hombre inexistente, el hombre insignificante, que aparentemente trabaja en su oficina y deambula por las calles, pero cuya alma ha muerto y ya no existe ni para sí mismo.
Ahora voy allí. A encontrar la huella de esas lecturas juveniles que me hicieran llorar. A recordar esa cordialidad humana de Dostoievsky, débil y fuerte. Fuerte en la debilidad y débil en la fortaleza. Ese hombre que creía en el hombre como religión. Y voy al encuentro de los personajes que poblaron aquellas calles y de las “noches blancas” y de ese hombre que ha perdido el alma y que deambula por la ciudad en busca de una nueva vida luminosa.

Sunday, May 18, 2008

DAR Y RECIBIR

La vida no es algo que se comprenda o que se pueda explicar lógicamente: es algo que se experimenta, en medio del misterio, un misterio preñado de sensualidad, de bellas metáforas, más que de verdades. La Verdad es la persona que tienes delante.

Se cuenta que un señor encargó a su criado que llevase diariamente una jarra de agua a la casa. La jarra tenía una grieta y se caía la mitad del agua por el camino. El siervo, desesperado, llamó a su superior y se quejó y pidió otro jarro nuevo. El otro le contestó que el señor estaba muy contento porque el agua que caía iba regando el camino, a cuyos lados crecían ahora las flores y tenía cada día flores frescas en su mesa.

La vida es así: tiene algo de inesperado. En cada momento, puedes esperar lo inesperado. Y así puedes ir sin seguridades y también sin límites. Lo que te da la vida hoy es lo que tiene para tí. Pero, si lo aprecias, te va a dar más y mejor. Los límites te los pones tú mismo, porque crees que para recibir hay que merecer, que tienes que ganártelo todo, porque en el fondo crees que no sirves, que tu jarrón está roto y el agua se pierde y tienes miedo a perderlo todo. Bastaría que soñases el regalo que desees. Que te atrevieras a pedir. Si vives abierto a las sorpresas, éstas se van a presentar con más frecuencia, más y mejores, con ese peculiar sentido del humor, de la simetría, del simbolismo, con que gusta aderazarlas la vida. Ese sentido del humor que es la sal de la vida.

Thursday, May 08, 2008

IONESCO RECUERDA SU VIDA

Para Mertxe


Hay recortes de periódico que me acompañan y siempre conservo para releer. Hay un artículo que publicó ABC el 29 de marzo de 1994. Se trata de una tercera de Eugene Ionesco, que ABC publicó con ocasión del fallecimiento del escritor rumano. Su título: "Dios mío, haz que crea en tí". Es una oración humilde que me parece maravillosa y hago mía.
En ese artículo Ionesco cuenta los aburridos días de su vejez convaleciente, al cuidado de su mujer y su hija. Sus dolores eran constantes y no se podía levantar de la silla sin ayuda. Los masajes no le calmaban. El dolor era violento. "A veces vienen a verme mis amigos, algunos amigos fieles. Me da mucha satisfacción verlos, pero me cansan al cabo de una hora...Mi espíritu está vacío y me hace daño continuar, no por el dolor, sino a causa de este vacío existencial del que está lleno el mundo, si puedo decir que el mundo está lleno de vacío. Aparte del cafe con leche, no hay en mi vida más que estos dos seres a los que adoro y, si se me permite asociarlas, las dos comidas, que son, además del desayuno, los grandes acontecimientos de mi vida. Pienso que me voy a levantar inmediatamente y no sé qué se podrá hacer con el tiempo que queda hasta las seis y media o las siete y como de costumbre, pienso que quizás me muera esta tarde o, esperémoslo, mañana o padado mañana. O incluso, quién sabe, más tarde. Cuando no pienso en lo peor, me aburro, me aburro. A veces pienso que pienso, pienso que rezo...Quién sabe, puede que haya, por lo menos algo, algo. Puede que después haya alegría ¿Cuál es la forma de Dios? Creo que la forma de Dios es ovalada..."
A continuación pasa revista a lo que fue su vida: "En mi carrera, carrera según se dice, me ayudaron una cantidad muy grande de personas a quienes debo agradecimiento. Para empezar, estuvo mi madre, que me crió, que era de una dulzura increíble, llena de humor, a pesar de la muerte de uno de sus hijos de poca edad y a pesar de que fue abandonada, como digo a menudo, por su marido, que la dejó sola en la gran ciudad de París. Allí encontró ella a su hermana Sabine, quien pudo encontrarle una pequeña vivienda con mis abuelos, Jean y Anne y con mi entonces joven tía Cécile. Más adelante, con mi pobreza, supe hallar una especie de trabajo que consistía en poner direcciones en sobres para una escuela de preparación intensiva. Me hubiera gustado continuar como profesor...Luego me ayudó mi padre en Bucarest, que me obligó a hacer estudios secundarios y después, más tarde mis propios superiores. Pero es sobre todo en la corriente de mi vida, mi mujer, Rodica, y mi hija, Marie-France, quienes fueron para mí mi mayor apoyo. Sin ellas indudablemente no habría escrito nada. Les debo y les dedico toda mi obra. Y después más tarde, fueron todos mis profesores del Liceo de Bucarest. Del diector de este Liceo, por quien, a pesar de mi pereza (yo no aprendía nada en la escuela) iba a leer libros de literatura en una biblioteca pública...Debo mucho a un estafador...Y me hicieron bien, queriendo hacerme mal, la segunda mujer de mi padre, Lola, que me puso a la puerta de la casa de mi padre, lo que me incitó a desenvolverme y a tener éxito...Yo vagabundo en casa de uno o en casa de otro, entre unos o entre otros, el sin hogar, poseo ahora uno de los hermosos pisos de Montparnasse...Me ayudó Dios cuando, refugiado en París porque no quería unirme a los comunistas de Bucarest, cogí un día mi cesta de la compra sin un céntimo y fui al mercado, donde encontré en el suelo 3.000 francos de 1940. Todas estas circunstancias vinieron en mi ayuda. Quizás sea Dios quien me ha ayudado en mi vida y en mis esfuerzos y no me he dado cuenta. Y luego, me ayudó mi propietario de la calle de Claude-Terrasse, el señor Colombel, Dios le bendiga, que no quiso poner en la puerta a un refugiado que no pagaba su alquiler, pero que podía ser enviado de Dios..."
Todas estas noticias me resultan sorprendentes y maravillosas. Ionesco, que no cree, es consciente de esas intervenciones ajenas en su vida, siente que ha sido ayudado, que no ha estado solo.
En todo caso, hay una resistencia a la muerte que la fe no vence. "A pesar de mis esfuerzos, o de los sacerdotes, jamás he conseguido abandonarme en los brazos de Dios...Se viene a la tierra para vivir. Se viene para debilitarse y morir. Se viene niño, se crece, muy pronto se empieza a envejecer y sin embargo, es difícil imaginarse un mundo sin Dios...Se diría que la Medicina moderna y la Gerontología quieren por todos los medios restablecer al hombre en su plenitud como no ha sabido hacerlo la divinidad: por encima de la vejez, de la chochez, del decaimiento, etcétera. Restaurar al hombre en su integridad, en su inmortalidd, como la divinidad no ha sabido o no ha querido hacerlo. Como la divinidad no lo ha hecho. Antes, al levantarme cada mañana decía yo: gracias a Dios, que me ha dado un día más. Ahora digo: un día más que me ha quitado. ¿Qué ha hecho Dios con todos los hijos y los animales que quitó a Job?" Ionesco se rebela. Los que mueren no nos son devueltos nunca. Mueren para siempre y nuestros ojos ya no podrán verlos más. Aunque creamos que hay otra cosa, esta vida terrena termina definitivamente y no podremos volver.
"Sin embargo -termina su artículo- creo en Dios a pesar de todo, porque creo en el mal. Si hay mal, hay también Dios". Es una conclusión amarga y a la vez esperanzada: el mal no puede triunfar definitivamente. Y tampoco la muerte puede vencer.

Friday, May 02, 2008

"ELEGY"

No hago puente. Han anunciado buen tiempo para todos estos días y la gente ha abandonado la ciudad por carreteras colapsadas, buscando la playa, tumbarse al sol a la orilla del mar. Yo me quedo aquí. Hoy me había propuesto ordenar mi habitación. He tirado tres bolsas con papeles viejos (seguramente entre ellos alguno que más tarde buscaré, porque siempre se arrepiente uno de tirar cosas). Como otras veces, aparecen escondidos por ahí recuerdos olvidados. Una fotografía familiar en el comedor típico de los sesenta. Es un grupo de adultos y tres niños. De todos ellos sólo cuatro seguimos vivos. La fotografía Kodak viene marcada con la fecha: noviembre de 1967.

Por la tarde vamos al cine para ver “Elegy”, la última película de Isabel Coixet. Ben Kingsley comienza hablando de la vejez: cómo te coge por sorpresa cuando llega. El protagonista, un prestigioso profesor de literatura de los que sale en la televisión (y por tanto es “alguien” en el mundo de la cultura), ha dedicado todos sus esfuerzos a alcanzar una vida totalmente independiente. Rompió su matrimonio y los vínculos con su hijo. Su mundo –libros, música, sus clases, una variada compañía sexual sin compromisos- constituye lo más preciado para él. Vive bien así. Su intimidad se reduce a un amigo poeta con el que hace deporte, única persona a la que cuenta sus cosas. No crea lazos con nadie. Pero se siente seguro de sí mismo. Hasta que…se da cuenta de que ya es viejo para el amor. Tiene sexo, pero no es capaz de concebir un proyecto de vida con alguien.

No es capaz de arriesgar su libertad: pero en tal caso ¿es realmente libre? Su libertad, su independencia ¿no parecen una barricada levantada contra el mundo? Nadie puede llegar a ese lugar de intimidad. Le protege su cultura, le protege su sabiduría, le protege el sexo incluso. Porque la intimidad va más allá de la piel. Esa pulsión de mantener a los demás alejados, de separarse, es en realidad miedo a la intimidad. Es como una necesidad de cerrar la puerta de la habitación donde estamos. La imposibilidad de mantener la puerta abierta.


¿Qué es lo que realmente me importa en la vida? ¿Mis cosas, mi mundo? ¿la libertad? No al precio de la separación. La vida sólo es posible con el otro. La vida es fusión con el otro. En soledad no se vive. De esa forma hemos sido hechos. El sexo no sustituye a nada.

El protagonista de “Elegy” no es capaz de bajar esas barreras: sus prejuicios, sus costumbres, su manía de pensar en el futuro, de imaginar cómo serán las cosas después. Su incapacidad para soltar amarras y entregarse a lo que ahora hay plenamente. La necesidad de ser sensato, de no hacer locuras, de no ser vulnerable, de no cometer errores. Pero el amor es todo lo contrario a eso: amar es jugarse la vida, tirarse a la piscina...pronunciar un sí radical al otro, sin reservas ni seguridades. El amor es vulnerable o no es. El amor no sabe qué conviene hacer o decir en cada momento. El amor es incierto, vive de su propia energía. El amor no nos garantiza un mañana.

Pero creo que cuando llegue la vejez, el amor nos habrá enseñado a entregarnos. Si hemos amado quizás podremos seguir amando en la vejez. Y podremos amar hasta que llegue la muerte.