
En ese pueblo irlandés, durante una semana al año, el poder se encomienda a una cabra, a la que se corona como Reina. Es la Feria de la Cabra. El pueblo entero se engalana y una muchacha, elegida para tal honor, es la encargada de imponer la corona regia al animalito, en una ceremonia que convoca a gentes de todo el territorio circundante. No se han detectado mayores problemas durante esa semana de poder caprino. Incluso se puede decir que se cometen menos errores administrativos. Parece como si las cosas fueran mejor por sí solas, sin políticos. Se ahorra incluso (desplazamientos en vehículos oficiales, móviles, comidas o cenas de trabajo).

¿Funcionaría aquí? ¿Cuánto ahorraríamos en una semana al año? ¿Sería un avance en la emancipación de los pueblos? Nadie lo ha planteado. Pero quizás sea equivocado pensar que esto funciona gracias a los que mandan. Más bien parece que funcione
a pesar de ellos. La cabra no se interfiere, no crea problemas inexistentes. La cabra va a lo suyo, conforme a la ley del mínimo esfuerzo. Y la vida sigue. Esa semana es la más feliz en ese pueblo irlandés. Una semana de hermanamiento, en la que todo el mundo abandona su necesidad de ser gobernado.