Thursday, November 11, 2010

TERRITORIO MODIANO



La prueba de que soy tonto es que nunca me pregunté dónde estaba el pozo. Ni siquiera se me ocurrió que hubiera un pozo, aunque mi calle se llamase "Pozoblanco". Pozoblanco, doce primero, teléfono nueve cuatro ocho, dos tres, siete cero, ocho cuatro. Era el número que escribía en todos mis libros de texto, por si se perdieran.
Ahora, leyendo a Patrick Modiano, creo que uno siempre vuelve al pasado, porque de alguna forma quiere saber quién es. Y en el pasado piensa que puede encontrar una clave, algo que dé una explicación a las cosas. A su desasosiego.
Ahora, cuando he vuelto, ahí esta el pozo (que no estaba). La calle ha dejado de tener un nombre mágico. Prolongación de la calle Comedias. Allí quedé con Cristina, en el bar Noé (cuando los dos éramos sólo un sueño del otro). Mi calle. Desde el balcón veía las escalerillas de la Plaza del Castillo, donde el ciego vendía lotería. Azapatería Amorena. Lanas Phildar. Panadería Taberna. Charcutería Itarte. El pasadizo de la Jacoba. Y la calle Zapatería. Allí mis amigos de Casa Arilla, instrumentos musicales. Allí, Tejidos Martín. Allí, pastillas de café y leche "Las dos cafeteras".
La ciudad nos expulsa. La ciudad es un ser vivo que cambia y nunca podemos volver a ella. "Nostalgia". Sí, porque etimológicamente es "el dolor del regreso", el dolor de no poder regresar. El deseo de regresar que nunca se podrá cumplir. Porque no hay marcha atrás. "¿Qué tal se siente uno instalado en la melancolía?". Como siempre, todo lo que le decía Bram Stocker era realmente importante. Su pregunta era "la pregunta". Gracias por sentirte tan cerca, quienquiera que seas. Este es uno de los milagros de esta página (para mí). La cercanía de ese alma.
Y leyendo a Patrick Modiano, y escuchando el otro día a Ignacio F. Garmendia en el taller enésimo al que me apunto, hablando sobre su libro "La calle de las Tiendas Oscuras", me he sentido muy metido en el mundo de este escritor francés. Porque busca algo, desde el desasosiego permanente, busca algo en la tensión de no quererlo encontrar. Algo que sucedió en una ciudad -para mí fue Pamplona, para él París- donde se desarrolló su infancia. Cosas que no entendía cuando era niño. Gente entrando y saliendo en la casa. Risas, a veces discusiones o llanto. Un niño no entiende. Su padre era tratante de antigüedades, su madre actriz. Frecuentaban la casa personajes extraños. Gente oscura. Era un tiempo oscuro, en el que las cosas no se explicaban, en que él era apartado de las conversaciones de los mayores. No era posible captar las claves, lo que de verdad había sucedido. Y luego, toda la vida, el protagonista de las novelas de Patrick Modiano lucha entre ese querer saber, y temer si no será mejor ignorar. O si, a la postre, dará quizás igual lo que pasó, lo que de verdad sucedió. Porque el pasado solemos inventarlo, recrearlo, transfigurarlo.
"Anagnólisis". Otra palabra griega que expresa ese mismo deseo de investigar, para descubrir en el pasado la trascendencia que tuvieron determinados hechos, cuyo valor para nuestra vida en su momento no supimos reconocer.
No podré volver a la ciudad que fue mi raíz. Ni siquiera la ciudad. Porque mi raíz eran las tiendas de mi calle, de mi barrio: Leoz, el estanco, Peletería Rome, Librería Gómez...esos lugares que ya van faltando, que ya veo cerrados y en traspaso, como la última vez, casa Arilla. Con cada uno de esos cierres, de esos derribos, la ciudad te expulsa, te priva de algo muy tuyo, muy personal, algo de tu vida. Y -como Modiano- ya sólo cabe escribir esos nombres de calles, esas listas de establecimientos, de comercios que fueron y ya no son. Lugares donde nuestra madre compraba los pasteles o el helado dos gustos de Camy, donde leímos nuestros primeros tebeos, donde ponían ese croisant o esa tostada de nata, donde vendían esos churros...lugares que en vano intentamos encontrar cada vez que volvemos a la ciudad, porque ya no existen, porque ya forman parte del pasado, como las sombras que nosotros fuimos, mientras transcurrimos por la vida de la ciudad. Esa ciudad que siguió su vida sin nosotros y que ya no nos reconoce como suyos.
Voy allí mañana pero no vuelvo a mi Pamplona. No se vuelve. Espero encontrarme estos días con personas que dejarán de ser fantasmas de mi memoria (es el aniversario de mi promoción). Personas que serán diferentes de como fueron cuando les conocí, como yo soy distinto. Peinando canas. Irreconocibles, salvo esa inocencia que queda en lo profundo de cada cual y que quizás asome en un abrazo que intente agarrar lo que no puede aprehenderse. Desconocidos que compartiremos lo que un día vivimos juntos y que hoy solo es memoria que va perdiéndose. Con la suave sonrisa que dan los años.
Definitivamente no soy Modiano. Modiano consigue siempre evitar el patetismo.

2 comments:

  1. Pues es terrible lo que dices. Te comprendo palabra a palabra, línea a línea. Bien, algo queda. Pero ¿es lo mismo o sólo un nombre? La Mañueta, Leoz (a Roberto Alcázar y Pedrín nos lo guardaban expresamente), la Fuente el Hierro...¿Eres capaz de encontrarla a la primera? Ya me dirás.

    Bueno, te reencontrarás con anécdotas, pero nada será lo mismo.

    Un abrazo (quiero un post posterior a tu visita que prolongue el tema, una segunda parte)

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  2. ¿Y Casa Casla? Con sus chorizos colgado de la fachada.... tampoco está. Yo practicaba allí con una de las hermanas el clarinete que pretendía tocar en la fanfarre del Muthiko. Desde allí vi una vez el Pobre de Mí... Yo volví ayer de Pamplona. Pero también para mi es otra ciudad diferente a la de mi infancia. Un beso, Francisco.

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