Friday, December 24, 2010

CUENTO DE NAVIDAD



En su casa, la proximidad de la nochebuena ponía a todos de los nervios. Se trataba de hacer como si no importase. Como si fuera una noche cualquiera de invierno. Así conseguirían mantener a raya el dolor. No querían que pasase como tantas veces en que había acabado la noche en llanto o en borrachera, o ambas cosas. Se habían propuesto suprimir esa fecha del calendario y pasar rápidamente al día 26, como si se hubieran olvidado de celebrarlo. Aquél año todo terminó. Lo de antes. Esa primera noche fue horrible. Abrió un hueco en el pecho tan hondo que costaba respirar. Cayó ese día una cortina de luto sobre su vida.

¿Qué sentido tenía que la gente que no se acuerda de ti en todo el año te llamase ese día? Lo decía con resentimiento. No quería recibir llamadas, no quería ver el mensaje del Rey ni la actuación de Raphael en la tele. Desde luego, para nada se le hubiera ocurrido ir a la misa del Gallo. Se encerraba por la tarde en su cuarto, pero no leía. Se pasaba el tiempo mirando de reojo al reloj, esperando que dieran las nueve para poder cenar cualquier cosa y meterse en la cama, para buscar el sueño tapándose la cabeza con el cobertor.

Cada año, los días antes le empezaba a doler la pierna. O se despertaba por la noche. Este año, ha empezado a notar una especie de sensación rara en el pecho (él dice que son como “ardores” en el corazón). Quizás sea casualidad. Esa llamada le cuesta mucho hacerla. Sufre. Porque es lo último que les queda. Son incapaces de otra cosa. Se ha ido acumulando un silencio espeso durante estos años de separación. Y ya ese silencio no pueden romperlo sino en reproches. Esa llamada, cada año, inevitable, dolorosa, les hace daño a los dos. Y todo el día se convierte en una espera angustiada, viendo pasar los minutos, hasta que llega la hora acostumbrada en que él llamará y con palabras repensadas, palabras convencionales, vacías, felicitará las fiestas y, con las mismas palabras, breves, temblorosas, será correspondida su felicitación.

Todos siguen encasquillados ahí, mientras los niños cantan villancicos y piden el aguinaldo. Mientras el arbolito de Navidad brilla ya con las luces nuevas en la oficina. Mientras el portero amontona en su mesa las botellas que los vecinos le han ido regalando. Todos, en el fondo, están esperando algo que cambie esta situación, un milagro (como en el Cuento de Navidad de Dickens), porque por encima de ese encasquillamiento, de esa especie de trampa en que han caído, de ese malentendido entre ellos, dure lo que dure, y eso no quita lo otro, se siguen amando.

Hoy, por primera vez, no va a llamar. Se limitará a sentir ese deseo de verdad. Se va a liberar del espejismo de la noche de paz. Y va a proponerse cambiar la paz de mentira por la paz profunda consigo mismo. Él sabe cuál es su verdad. Ha ido decidiendo esto por el camino, sin darse cuenta de que su pierna ya no le duele.

Foto de Cris

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