
"No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, sólo somos lo que está disponible, los restos, las sobras,los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y aún así, daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien rescatamos un día de un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a los naipes o nos recogió de los desperdicios; inverosímilmente logramos convencernos de nuestros azarosos enamoramientos, y son muchos los que creen ver la mano del destino en lo que no es más que una rifa de pueblo cuando ya agoniza el verano".
Javier Marías (o su voz femenina en "Los enamoramientos", Maria Dolz) ¿es demasiado pragmático? ¿se puede ser demasiado pedestre? A veces es necesario remontar el vuelo del romanticismo. Quizás necesitamos un poco menos de realismo. Sí, es cierto: cuando se nos muere un ser querido, a pesar de nuestras protestas de amor eterno, sabemos que pasado un periodo de tiempo, unas etapas de duelo, iremos olvidando (aunque no hubiéramos nunca querido), sabemos que traicionaremos esas promesas, que tal es la fuerza del presente que oculta y entierra el pasado, que olvidaremos a nuestros muertos, que las protestas de amor eterno serán risibles al cabo del tiempo. Sabemos que somos así, poco fiables, inconstantes, incapaces de morir de amor (porque no obedecemos a ese impulso de irnos con él). Que nos podemos acostumbrar a todo, a su ausencia, con tal de seguir viviendo. Incluso sabemos que todo esto es razonable e incluso sano, que es natural que encontremos una nueva vida para nosotros, una nueva persona que ira convirtiendo al otro, poco a poco, en un dato de nuestra vida, un dato biográfico, como la fecha de nacimiento, o el lugar dondes hicimos el Bachillerato. Mientras hay recorrido...mientras hay tiempo, la vida se impone, el presente y su poder acaban por enterrar a todos los muertos. Y sobrevivimos, y renacemos de los restos de cualquier naufragio. Sabemos todo eso, esa mierda que somos. Seres superficiales, que un día amamos y al día siguiente odiamos, que no soportamos la continuidad en nada, que todo lo rompemos por aburrimiento y ansia de cambio.
Sabemos esa mierda. Pero ¿hay que recordar esto -tan evidente- en un texto literario? Esta filosofía de lo chato, de lo rastrero ¿precisa de un maestro que bellamente la exponga? Marías es el típico aguafiestas. Yo necesito que me hablen de amor, necesito elevar el vuelo, creer que puedo amar con un amor eterno. Necesito seguir enamorándome, sin razones, sin argumentos, irracionalmente. Dejar la razón a Marías, las pausadas radiografías de la insignificancia humana, para que se vean los huesos del muerto viviente que soy. No hay engaño: los huesos están ahí. Pero la belleza pertenece a otro territorio. Un territorio mágico que Marías no transita, porque no sabe o no quiere. Será así, te olvidaré, pero no quiero vivir en un mundo en que pueda olvidarte.