Wednesday, October 17, 2012
UNA VIDA FANTASMAL
Cuando le condujeron a la habitación de su tía, aquella mujer enorme condenada en aquella cama enorme, inmóvil, giró hacia él la cabeza, miró al niño y se puso a llorar y a gritar, histéricamente: "Mi hermanico!, Mi hermanico!", ahogándose entre hipidos tremendos. El niño paralizado por el susto permanecía junto a la cama. Fue entonces cuando descubrió su destino de fantasma. Era el fantasma de su padre muerto, al que no pudo conocer. Era idéntico al muerto y siempre se lo iba a recordar a los que le conocieron y amaron. Él era esa tarde su padre, apareciéndose a su hermana, en el lecho de su enfermedad. El niño dejó entonces de existir. Era ya un trasunto del muerto, que en él recobraba vida.
Ya con canas y mucho menos pelo, pasaría a convertirse en el fantasma del niño que fuera y cuando iba a visitar a su anciana madre ella se iba siempre a emocionar porque él inevitablemente le iba a recordar al otro, al niño que dejó de ser hacía tantos años y al que sólo ella recordaba ahora. El rato que pasaba a su lado se entregaba dócilmente a escuchar lo que ella le decía al otro, al niño, aguantando regañinas y reproches. Él seguía sin contar. No se podía decir con propiedad que estuviera allí. Era invisible ( aunque siempre evocador). Y de esa forma seguía cumpliendo puntualmente su inexorable (y ya asumido) destino de fantasma.
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