En Bilbao he conocido la nostalgia de los andaluces por el azul de los cielos de su tierra. Les he acompañado a la Casa de Andalucía, para tomar unos finos y un pescaíto frito escuchando sevillanas. La ciudad es hoy alegre y limpia, más cosmopolita desde que se inauguró el Gugenheim. También se va llenando de inmigrantes de color o eslavos. La paz le ha sentado muy bien (aunque seguimos recordando con dolor desde las escaleras del Ayuntamiento, las calles y los puentes llenos de gente pidiendo la libertad para Miguel Angel Blanco).
Yo mismo soy un desterrado voluntario. Andalucía que me acogió, es desde hace años una tierra querida. Pero yo nací en Pamplona. Allí fui niño y adolescente. Allí estudié y allí quizás me enamoré en secreto por primera vez. Vuelvo a Pamplona, pero ya no puedo volver a la ciudad que fue mía.
Mi historia con Bilbao se reanudó el año pasado con una novela. La novela de un amigo de allí que vive en Sevilla, Félix Modroño. Una novela ambientada en los primeros años del pasado siglo, época en la que Bilbao se transforma en una cuidad industrial origen de lo que es hoy. El protagonista –Alfredo Gastiasoro, profesor de arquitectura en París- se ha desterrado como yo voluntariamente de su tierra y ahora vuelve al recibir la noticia de la muerte de la mujer que amó en su juventud, con un amor irrevocable pero imposible. Marchar fue enterrar el amor que no pudo ser. Pero partir es siempre dejar inacabada una historia.
He vuelto a transitar esas calles, esos lugares, como si de mi Pamplona perdida se tratase. Como Alfredo, siento la contradicción de un lugar que es mío y a la vez ya no existe. La ciudad en que uno fue joven es un lugar al que no se puede volver, como tampoco se vuelve a la juventud. El lugar que un día fue amado pero se volvió inhóspito y del que uno tuvo que huir, ahora se reviste de nostalgia como todo lo que ya es imposible, como la reconciliación con alguien que ya murió o la recuperación de una noche juntos en que pudieron decirse palabras importantes que al final no se dijeron.
A pesar de ese trasfondo biográfico de tristeza, la novela es de todo menos aburrida. Félix describe Bilbao (el Bilbao de comienzos de siglo pasado), con todo el detalle y amor que uno pone en lo perdido y -por lo mismo- tantas veces rememorado, recreado, ensoñado. La novela se lee muy bien, la diversidad de tiempos y lugares, la multiplicidad de tramas y personajes, se resuelve con maestría por el autor, que escribe con la difícil sencillez de los narradores de raza.
Pero, aparte de los indudables valores literarios de esta novela (una de las más leídas del pasado año y que va por su cuarta edición), creo que hay algo profundamente humano en ella. Los fantasmas que la habitan. La ciudad de la juventud inexistente ya y sin embargo omnipresente en el recuerdo. La muerta que se transforma en la ciudad que perdimos. La ciudad que ahora adquiere los ojos grises de esa mujer amada, en el precioso título y la deliciosa portada de esta magnífica novela.
Esa imagen, no vista pero constante en la mente del protagonista, de su amada Izarbe flotando en la ría, como una nueva Ofelia con sus ojos grises abiertos a los cielos nublados de Bilbao (o de Pamplona), o una nueva Virginia Woolf con su abrigo lleno de piedras de tanto querer morir, es ausencia y es a la vez una presencia poderosa, una presencia fantasmal que, desde su horror, está planteando una pregunta (como toda muerte la plantea). La investigación sobre esa muerte (en la que se entrecruzan las oscuras tramas del espionaje europeo) será a la vez una vuelta al pasado que hará revisar a Alfredo sus propias preguntas, revivir su historia de amor y desvelar las razones por las que fue imposible, desvelamiento que, desde el pasado, vendrá a dar sentido a su presente y a su vida entera, ese sentido que es, en realidad, lo que permite a Alfredo finalmente regresar a casa. Y a Félix Modroño regresar a Bilbao, a recuperar su pasado.
Como ha escrito Jorodowsky, “no avanzo, me desando. El origen nunca acaba”. Porque en el origen están todas las respuestas.
Es la segunda reseña que leo de este libro. Me ha gustado la entrada, lo tendré en cuenta para mis próximas lecturas. ¡Gracias!
ReplyDeleteHola:
ReplyDeletehablas del café Iruña, lugar que conozco bien. Alicia y yo nos tenemos cariño desde hace muchos años.
Aunque ya tiene una edad respetable, sigue conservando una belleza y elegancia que llama la atención.
Un abrazo