Todavía quedan ecos del viaje. Por ejemplo, esa mañana en que conocimos Pushkin. El pueblo natal amaba tanto a su poeta que se puso su nombre. Y allí estaba la efigie de ese hombre, tan querido, tan mimado por los rusos. El poeta objeto de devoción, como un santo del romanticismo. Y mientras contemplaba su cabellera y envidiaba su suerte de múltiple amante, sonaban en aquél parque, en aquella mañana primaveral de sol, entre la fresca umbría de los castaños, un inesperado himno nacional español, con que nos agasajaba un grupo de músicos local, ataviados con uniformes de época.
Ese poeta aristocrático antecedía al gran espacio abierto del Palacio donde esperábamos contemplar la "sala de ámbar" (saqueada por los nazis y repuesta para la celebración del trescientos aniversario de la metrópoli).
Estos palacios y estos salones gozarían de los versos queridos de este poeta joven e idolatrado, .
Qué distinta poesía -pensaba- la de ese hombre oculto que escribe furtivamente poesías en el trabajo (cuando ya le falta el aire de poesía que necesita su vida). Ese oficinista (un Goliatkin cualquiera), cuya vida discurre entre libros de contabilidad y fárragos, pero que encaja a ratos entre los gruesos cartapelarios -oculto- un librito de poemas de Pushkin, que le consuelan la angustia y le devuelven la sencillez de la alegría, y a la plenitud de los espacios soñados, verdes y abiertos, trayéndole la sonrisa de un sol primaveral que atraviesa las copas de un castaño y la sombra fresca junto al lago que rodea un palacio y en el que las barcas con sus músicos navegan abriendo estelas ligeras, mientras los patos lentamente, siguiendo una formación majestuosa, discurren bajo los puentes románticos
UN PRISIONERO
ReplyDeleteEstoy tras de las rejas en húmeda prisión.
Mi compañero triste, criado en cautiverio,
es un águila joven que sacude sus alas
y pica en mi ventana su sangrienta ración.
Luego arroja y mira a través de los cristales
como si tramara lo mismo que yo
y me llama con su mirada y con su grito
como diciendo: "Huyamos... echemos a volar...
Somos pájaros libres: es hora hermano, ya.
Volemos a las cumbres, más allá de las nubes;
allá donde se ve la ribera del mar
allá donde habitamos, tan sólo el viento y yo".
Alejandro Pushkin
No conocía a este poeta pero tu texto y esa escultura tan despreocupada me han llenado de curiosidad. Voló joven, a los 38 años.
Muchos besos Pachi.
Gracias por el poema, Princesa. La despreocupación de Pushkin, es la "gracia". Ese estado de gracia (de ligereza, aparentemente estúpida) pero que marca al poeta verdadero (no el que cuenta las sílabas, sino el que sirve de instrumento dócil al POETA que a través nuestro escribe). Sentí esa especie de asombro ante el ser mimado por las musas, desastroso en su vida (murió en un duelo, fue un incurable mujeriego), pero amado de los diose, del pueblo...ese tipo de ser al que todo se perdona, porque se le ama.Es el mismo tipo de envidia del currante Salieri ante el genio Mozart. La facilidad de la felicidad, la gracilidad de la perfección...todo eso que asusta y a la vez asombra.
ReplyDeleteYa llega San Fermín: felices fiestas, paisana. Un beso.
PD: Ahora escribo menos de lo que quisiera porque en mi casa me falla el acceso al escritorio. Escribo a verso suelto en mi despacho como Goliatkin, burlando minutos al quehacer exigente de cada día. Por eso, al contestar, lo mismo que al entrar a algún blog, escribo como "anónimo".
Alejandro Pushkin era uno de los autores preferidos de mi padre, junto a Chejov, así que para mí significa mucho, muchísimo.
ReplyDeleteLe adoro.
Un beso,
M
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