Faltaban diez o quince minutos para la hora fijada por mi abogada (siempre me paso de puntual). No estoy acostumbrado a esto de los juicios y estaba un poco nervioso. El sol caía de plano y había que buscar la sombra, junto al edificio de los Juzgados. Y entonces se me ocurrió buscar una librería cercana para que algún libro me encontrase. Sería un libro sobre la risa o que me insuflase ese optimismo que me hacía falta. Lo encargué así al destino y de pronto estaba ante el escaparate. Una librería pequeña, con escalera central de madera, especializada -por lo que se veía- en libros de Psicología. Entré y me dejé llevar al azar por las estanterías. La zona de literatura reunía en unos pocos estantes las colecciones que prefiero (Siruela, El Acantilado, Anagrama...). Yo seguía necesitando un método para la alegría. Demasiada crisis a mi alrededor y por delante el mal trago que pasar.
Y ahí surgió el título: "Lecciones de ilusión", de Pablo D'Ors. Eso era con exactitud lo que necesitaba. ("Será hijo o algo tendrá que ver con Don Álvaro", eso lo relacionaba vitalmente conmigo, que fui su alumno). Había leído con entusiasmo su novela-metáfora sobre el impresor ¿Zollinguer?... y ahora tomaba mis manos el grueso volumen y leía la primera frase: "¿Que hago yo aquí, preocupándome por esta tontería?"
Era lo que necesitaba leer, sin duda, pues cualquier cosa en que andamos ocupados, cualquier cosa que nos quita la paz es, en definitiva, una tontería.
Pero la sorpresa importante me aguardaba en la reseña biográfica de la solapa sobre el autor:
ordenado sacerdote católico...discípulo de un teólogo y un monje...cursó estudios de Revelación, posteriormente Hermeneútica, Angelología...y ¡Estética teológica! (maravilloso...) y esos estudios los cursó en Roma, Viena, Praga...¡qué maravilla esas ciudades para cursar estudios tan místicos!...Ahora vivía el autor en una casa-teatro, que compartía con una misteriosa mujer (su nombre no podía dejar de parecerme falso), "ya liberado de sus obligaciones docentes" (¡¡¡ ya liberado de obligaciones !!!), animando la fe en una pequeña comunidad...(qué bello) y buscanto el silencio de la contemplación...
Según leía iba encontrándome con una biografía de mi alma, de lo que pude ser...eran fronteras junto a las cuales en un momento u otro yo mísmo había transitado, pero que no llegué a cruzar.
Eso o parecida cosa sonaba en mí, cuando vi la cita puesta al frente de la novela en la que Milan Kundera se refiere a los personajes de sus novelas como fantasmas de lo que él mismo había dejado de ser por no traspasar las fronteras que él mismo se impuso.
Ahora estaba claro: era mi libro. Tenía un íntimo mensaje dirigido a mí. El destino me mostraba, como en un espejo, mi propio rostro querido y reconocible. El deseo místico, el amor por la Hermeneútica...incluso, leyendo las primeras páginas, la figura de Robert Walser paseando por los caminos de Herisau...Como continuar leyendo, donde lo dejé, el libro de Vila-Matas.
Y como un talismán, lo compré y lo guardé en mi cartera con los papeles del juicio. Y a lo largo de la mañana iba pensando en mi bolsa de la librería, oculta entre los legajos, con la promesa de un Curso de ilusión. Y la ilusión me asomaba en una sonrisa apacible, que conservé durante todo ese día.
Friday, July 04, 2008
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Un beso muy fuerte a unas horas de que estalle la fiesta y brinde por ti.
ReplyDeleteMe pondré el pañuelo rojo y me acordaré de los que estáis allí pegando saltos. Un beso y que lo pases en grande.
ReplyDeleteLa verdad es que esa familia es admirable. Eugeni D'Ors, Álvaro D'Ors, Pablo d'Ors, hay también un poeta, no sé si será familia, llamado Miguel D'Ors. Me fascinan esas grandes dinastías intelectuales. Hay familias que se dedican todas ellas al lucro, y hay también familias donde la inteligencia está muy bien representada. Piénsese también en los Marías, los Baroja, de modo más irregular los Ortega...
ReplyDeleteTambién a mí me sorprende que el genio sea familiar. Por cierto "genius" era como conocían a Eugenio D'Ors. Es difícil definirlo. En Eugenio, el rigor de la inteligencia se sometía a la estética como criterio más elevado, siendo en esto un griego, más que un romano. En cambio, Don Alvaro encontré en Roma y en el Derecho, la principal creación del genio romano, un rigor casi matemático de justicia para el caso concreto: no hay ética sin estética...
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