Nuestra guía es muy joven. Nacida en 1987, no ha llegado a conocer la división del mundo en dos bloques. Forma parte de la nueva Rusia. Habla un español neutro y claro, viaja, ha estado en España un par de veces, es europea, dinámica, abierta, simpática.
La que tuvimos en Moscú era distinta. Hija de un cubano, su familia había ocultado su apellido por miedo a la represión. Pálida, rostro demacrado, con ojeras, triste, madre sola, prematuramente envejecida, parece aplastada por la vida y por el permanente mal tiempo de su ciudad. Envuelve su cabeza en un pañuelo rojo. Comiendo una manzana esa mañana en el hall del hotel, era la imagen de la necesidad que este país ha padecido durante tantos siglos (la comida nacional, las gachas, las patatas y la sopa de col).
Durante estos días he fantaseado con esa dualidad. Los días moscovitas iba prendado del misterio de esa mujer ensimismada y seria, inaccesible a la risa, de alma huidiza, que no se nos entregaba en ningún momento, distante como en un mundo perdido, como una representación viviente del comunismo que fue. La niña rubia petesburguesa, en cambio, no tiene nada que ocultar. Es idéntica a cualquiera de nosotros. Pertenece a un nuevo mundo transparente, globalizado. Intercambiable e insulso.
¡Cómo se ve el mundo con la perspectiva de los años! Recuerdo que no creía posible eso que se pedía al rezar el Rosario: la conversión de la Rusia comunista. Era como pedir la luna (para mí, que no había conocido otra cosa, el comunismo era irreversible, tan irreversible como pueda parecernos hoy su desaparición). Y sin embargo, el comunismo ha desaparecido con una rapidez inusitada, apenas sin dejar recuerdo (tres estatuas de Lenin siguen en pie y el mausoleo es mero reclamo para turistas ávidos de sensaciones fuertes, muy similar a las figuras de cera que en el Palacio de los Jusupov escenifican el asesinado horrendo de Rasputín). Hay una desacralización de aquellos dogmas que un día surgieron del pensamiento utópico en un mundo nuevo. Esos dobles de Lenin con los que se fotografían los turistas, o esas gorras del ejército soviético que venden a los turistas, me repugnan un poco, porque son como una profanación del respeto que uno debe tener a los ideales de sus antepasados.
Pero si algo demuestra este viaje es la eterna capacidad del hombre de reconstruir aquello que destruye y de destruir aquello que previamente ha edificado. De estos palacios ¿qué queda original? Todo se ha reconstruido pacientemente, tras la destrucción nazi en la guerra, durante el periodo comunista. Los comunistas restauran el escenario de las pompas imperiales. De estas iglesias ¿qué queda original? Se acaban de construir en los años de la libertad, aquellas iglesias que –a cientos- derribara el régimen comunista ateo. Los nuevos rusos occidentales y demócratas restauran los templos donde los ortodoxos dan culto a los zares muertos, jefes de sus iglesias sometidas al poder temporal del emperador. Allí, Nicolás II y su familia han sido elevados a los altares y reciben culto (a su lado una lápida recuerda también a los criados que les acompañaron en el martirio, aportación que parece responder a una toma de conciencia comunista de la dignidad del proletariado). Todo parece trastocado. El nuevo culto a los zares resulta viejo, diríamos anacrónico. Pero hoy la religión resurge, el icono es objeto de genuflexiones y ofrendas, y la libertad de culto es una reivindicación moderna. La pompa y ostentación de los palacios imperiales es ahora el orgullo de la Rusia europeísta, que recuerda en Pedro y Catalina como los precursores de un país moderno y europeo. Es –como quería Nietzsche- “la transmutación de todos los valores”, que en el eterno retorno de la Historia, caen y vuelven a subir.
Todo es tan falso como la grisaia de los techos palaciegos de Raspelli. Todo es tan innecesario como los grutescos de las paredes de la Galería Pontificia trasplantada a Petersburgo por Catalina la Grande. Copia, falsificación. Muy moderno, por tanto. Pero la falsificación es también la lucha contra la destrucción. El tiempo todo lo acaba terminando, pero queda la imagen (en los cientos de miles de fotografías que cada segundo obtienen los turistas de todo el mundo, mundo reproducido y reproducible, ya sin limitación, en una realidad virtual de opereta).
¿Qué idealismo queda que podamos ofrecer a nuestros hijos? El gran centro comercial alzado frente al mausoleo de Lenin, donde se encuentran las tiendas más caras de Europa, vacías permanentemente, porque nadie puede comprar a esos precios, se nos muestra con la ostentación de quien acredita la pureza de sangre capitalista de esta sociedad. Es como esos palacios habitados por pobres de solemnidad, que se caen de viejos bajo las capas de pintura, junto al río Neva, ante la indiferencia de los niños que nos acompañan en la excursión fluvial con la que culmina nuestro viaje, únicamente ocupados en fotografiarse a sí mismos con sus móviles de última generación.
Monday, June 09, 2008
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Nunca me había durado tanto un café. Sencillamente, se me ha olvidado en la mano desde la aparición de la guía de Moscú. Ahora mismo, tu articulo es esa mujer, pañuelo rojo en la cabeza, comiéndose la manzana en el vestibulo del hotel. No sé por qué pero he pensado en la Lara del 'Doctor Zhivago'...
ReplyDeleteBuenas tardes y muchas gracias por este regalo.
"Todo es tan falso como la grisaia de los techos palaciegos de Raspelli. Todo es tan innecesario como los grutescos de las paredes de la Galería Pontificia trasplantada a Petersburgo por Catalina la Grande. Copia, falsificación. Muy moderno, por tanto. Pero la falsificación es también la lucha contra la destrucción".
ReplyDeleteRealmento bueno y lamentablemente real.
Francisco, gracias por querer quitarme el miedo de la foto de los niños y zapatos. Anda, con tu comentario me he repuesto un poco, aunque con la radiografía rusa me he vuelto a poner pensativa.
Besos,
Marta
Interesante artículo, Francisco.
ReplyDeleteDices: "...Pero si algo demuestra este viaje es la eterna capacidad del hombre de reconstruir aquello que destruye y de destruir aquello que previamente ha edificado..."
ReplyDeleteYa, Francisco, pero ¿te das cuentas de que siempre contraponemos al hombre Abstracto y Genérico y Conceptual, frente al hombre concreto, cotidiano, perdedor y que sufre el desgaste? ¿Estamos, por lo tanto, hablando del mismo hombre? ¿O hay dos conceptos diferentes que sólo se encuentran en el infinito de la Historia y que a la hora de la verdad no se sabe si sirve para algo?
Dudas de un veterano ante las "lógicas"...
Un abrazo.
Aunque queramos creer lo contrario todo se construye sobre falso, lo curioso es que sobre el falso pasado maquillamos un nuevo falso futuro. No debemos deprimirnos por esto así es la vida, efímera.
ReplyDeleteBuenas reflexiones Francisco y algo tristes en su fondo.Construímos falsedades.
ReplyDeleteUn abrazo