Mi tío Daniel venía de Barcelona una o dos veces cada año, para ver al abuelo y a nosotros. Fue él el que me regalo el libro (quizás tuviera yo quince años). Era uno de esos libros en piel, caros, de Editorial Aguilar. Yo ya era, según me dijo, lo suficientemente mayor para cuidarlo. Era el primero y podría ir comprando otros y hacerme con una colección de libros “buenos” (era por tanto, un regalo inaugural, con todo lo que ello tiene de promesa y de iniciación a un nuevo periodo –adulto- de la vida).
Se trataba del primer tomo de las obras completas de Dostoievsky. Allí, sus primeras novelas y sobre todo, el preámbulo de su biografía. Ese hombre había estado ante el pelotón de fusilamiento, había vivido la deportación y los trabajos forzados, había estado atrapado en el infierno del juego, gastando en la mesa los anticipos del editor, y luego escribía a destajo y sin descanso, día y noche, para poder cumplir los perentorios plazos de entrega, a pesar de lo cual fue capaz de crear obras maestras. Ese hombre, de un cristianismo emocional, místico…era la encarnación del “alma eslava”.
En las páginas de aquél libro descubrí la Prespectiva Nevski y las “noches blancas” de San Petesburgo, esas noches en las que todos se echan a la calle para disfrutar de una nueva vida luminosa. En esos puentes sobre el Neva se desarrollaban las pasiones de seres “humillados y ofendidos”. La miseria, la dignidad, la locura (como la de ese hombre del “subsuelo”, cuya personalidad acaba por desdoblarse en un sosias, alguien como él, idéntico a él, que va ocupando poco a poco parcelas de su vida, hasta sumirle en la inexistencia). Dostoievsky, en sus primeras obras, se fijaba en ese hombre inexistente, el hombre insignificante, que aparentemente trabaja en su oficina y deambula por las calles, pero cuya alma ha muerto y ya no existe ni para sí mismo.
Ahora voy allí. A encontrar la huella de esas lecturas juveniles que me hicieran llorar. A recordar esa cordialidad humana de Dostoievsky, débil y fuerte. Fuerte en la debilidad y débil en la fortaleza. Ese hombre que creía en el hombre como religión. Y voy al encuentro de los personajes que poblaron aquellas calles y de las “noches blancas” y de ese hombre que ha perdido el alma y que deambula por la ciudad en busca de una nueva vida luminosa.
Friday, May 23, 2008
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Esas primeras lecturas con enjundia nos mantendrán atrapados ya para siempre.
ReplyDeleteSaludos.
Enhorabuena Pachi. En San Petesburgo encontrarás una elegante decadencia: el dorado de las cúpulas tiene pátina, el verde de las fachadas está deslavazado, el asfalto polvoriento, las gentes... tristes; pero es una ciudad bella como ninguna. El museo de L,Hermitage te permitirá trasladarte a la opulencia, un consejo: detente en el cuadro "El Baile" de Matisse. Un saludo y buen viaje. J.L.LL.
ReplyDeleteViajando, a menudo, uno se encuentra con el doble que llevamos dentro y en raras ocasiones se halla lo que no sabíamos que buscamos. Buen viaje!
ReplyDeleteUn abrazo
Buen viaje Pachi! Ya espero tu crónica. Besos. Que bonito lo has contado.
ReplyDeleteAunque su cuerpo reposa en París. Abraza el espíritu de Nijinski que baila por las calles de San Petersburgo.
ReplyDeleteFuerte abrazo
No hay, me parece país más romanticamente literario.
ReplyDeleteRealmente bello!
ReplyDeleteBuen viaje,
Besos
M