Mientras me arreglan el ordenador, aprovecho ratos perdidos ordenadores ajenos -apremiado por sus dueños- para escribir a vuela pluma y mantener viva (superviviente al menos) esta página (la única en que insisto). Mi proceso como bloguero, como todo proceso vivo, ha conocido la exaltación y el debilitamiento. Ahora escribo de lo que me va pasando y casi no leo, no tengo capacidad de leer, nada de lo que escriben aquellos que me acompañan. Hay apenas un hilillo que queda, pero sigue el deseo de expresarme, en este tiempo un tanto desconcertado e intranquilo en que, un tanto perdido, apenas encuentro reposo. Me propongo aguantar el paso de la noche, hasta una nueva aurora, en que recuperre la serenidad y el tiempo.
Ayer - y cuento el dìa a día- me salió al encuentro una fiesta de cumpleaños, un reciente cincuentón que soplaba las velas, como yo lo hice, y allí, amistades, unas de hace tiempo (queridas) y otras nuevas y prometedoras, risas, carnes argentina en el asador, un día de sol precioso a fines de octubre, en una comida de campo. Casi sin tiempo, cuando todavía duraba la tertulia, a la ópera: "Doktor Faust", de Busoni. Me habían dicho que era un tostón, que mucha gente se había ido en el descando en las representaciones anteriores. No había gustado esta ópera "alemana" en Sevilla.
Y aquí vino la sorpresa. Un espectáculo total. Dos horas y pico de placer estético y musical. Una música delicada y sutil, sugerente, para escuchar con los ojos cerrados, tenues notas medias, armonías leves. Sonidos que me evocaban, ahora la canción de la tierra de Malher, ahora las polifonías medievales, acordes del órgano catedralicio de Ayerra, intercalados, ecos latinos del Carmina Burana de Orff o música religiosa del Credo in unum Deum. Lo religioso y lo profano. El montaje, espectacular. Polichinelas con sus máscaras y sus barrigas hinchadas, personajes con movimientos epilécpticos de androides, marionetas doradas, seres con capirotes en blanco y negro (católicos y protestantes, españoles y alemanes ante la Inquisición), sorprendente cruce de espadas entre samurais, curas con bonete y bastón... hombres que empujan carretillas que recuerdan al Infierno de Dante y hombres de frac, salidos del expresionismo alemán, seres que emergen y desapareden en paisajes pedregosos, la corte de Parma, el vacío de un ámbito nevado, o la búsqueda del ideal -la oración de Fausto- sobre fondo de un gran ojo que mira y es mirado. Embeleso de una representación inolvidable.
El argumento es conocido, aunque no utiliza sino parcialmente los antecedentes de Malowe y Goethe. Tres estudiantes de Cracovia, tres visitantes misteriosos, dejan a Fausto un regalo: un libro de magia (un misterioso monolito luminoso, que recuerda al 2001 de Kubrik). Es un ofrecimiento del poder, en el momento en que Fausto huye de sus acreedores, del hermano de su amante abandonada, que clama venganza, de los curas de la Inquisición que le acusan de sacrilegio. En ese momento de debilidad human, es invitado a invocar a las fuerzas ocultas del mal. Se le ofrece la satisfacción inmediata de todo deseo (la muerte de sus acreedores, del hermano de su amante, que le persigue). El rector magnífico, el sabio, es un hombre animado por la voluntad del intelectual: el deseo de satisfacciones, el deseo de que la acción sobrevenga inmediatamente a la intención. Salir de la muerte, del vacío de su vida. La felicidad. Lo que ha creado Dios no puede morir, y su alma inmortal aspira al ideal, a la plenitud de la felicidad, del poder.
Fausto invoca a esas fuerzas en uno de los momentos más brillantes del drama: sobre un sobrio escenario unas vías conducen a unos sótanos de los que emergen unos seres vestidos de negro, se convierten en llamas de fuego. A cada uno interroga Fausto y es Mefistófeles el elegido: es un ser tan rápido como el pensamiento del hombre, y por ello es adecuado a la ambición de Fausto que es una ambición sobre todo mental. Fausto tendrá la fama, tendrá las mujeres que desee, el poder. Pero él exige, además, la libertad. Se niega a ser esclavo. Pero al fin acepta el mal, y así se verá obligado a servir a Mefistófeles. Mefistófeles, bajo múltiples disfraces, llevará a cabo lo necesario para que los deseos de Fausto se cumplan, mientras dure su tiempo. Cuando termine, será suya su alma.
Fausto seduce a la duquesa de Parma, delante de su esposo el mismo día de la boda. Haciéndole una demostración de su poder, haciendo aparecer a la Reina de Saba, enamorada del sabio rey, Salomón; haciendo aparecer a Dalila, abrazada al poderoso Sansón, y finalmente, la imagen de San Juan a punto de ser decapitado por el deseo de Herodes hacia Salomé. Es la posibilidad de hacer morir al duque lo que indica Fausto. Ese embrujo, ese embelesamiento de la mujer que sigue sonámbula al seductor...es magníficamente representado, en un juego que terminará en tragedia. La amante es abandonada. Fausto recuerda gravemente el episodio ante unos hombres de mundo que le interrogan, en una taberna, tiempo después. Y entonces aparece Mefistífeles a contar que murió la mujer y dejó un hijo, también muerto cuyo despojo muestra con cruel mofa, para convertirlo de inmediato en juego, en muñeco de paja al que prende fuego.
Al fin, los estudiantes de Cracovia anuncian a Fausto que llegó su último día y él intenta rezar, intenta hacer una buena acción que le valga la salvación, como de niño le contaron. Y aparece entonces la madre muerta con su criatura, el niño, al que Fausto, en la última escena, entrega su vida para que todo se consume, alejándose hacia un juicio, cuyo resultado ignoramos, mientras Mefistófeles -bajo forma de un sereno que recorre las calles con su farol- anuncia un cambio de tiempo y heladas.
"Sólo cuando se mira adelante es tolerable la vida", algo así dice Fausto.
No comments:
Post a Comment