Thursday, October 09, 2008

SEMILLA DE RECUERDOS

Lo que queda en uno de un viaje, uno no lo sabrá hasta que pase un tiempo -tantas son las impresiones condensadas en pocos días...-. Pero en nuestro periplo siciliano, por encima de las cosas y los lugares, ha ocurrido el milagro del encuentro con nuevos amigos: Abedardo y Luisa, como Miguel y Amelia, forman ya parte de nuestras vidas y ¡qué mayor riqueza puede uno encontrar andando por el mundo! Su compañía, los momentos compartidos, la vida que nos hemos contado, el proyecto de vernos de nuevo, eso es lo que prevalece por encima de todo lo demás de estos días viajeros.


Quería recoger imágenes del viaje para mi blog. Hice muchas fotos con el teléfono móvil, para pasarlas al ordenador a la vuelta. Siracusa, su catedral, construída con las columnas dóricas de un templo griego, como imagen del ciclo eterno de destrucción y reconstrucción. Los ojos de Santa Lucía, en su plato (exvotos de ojos, de plata y oro de sus fieles, expuestos junto a la estatua de la joven degollada). Las calles de Palermo, con su belleza demolida y decadente. Los mercados, los teatros, Taormina, templos de Agrigento enmarcados en campos de tierras ocres y verdes cipreses, almendros y olivos centenarios, el mar (los mares), Cefalú y su playa adonde bajé a mojar mis pies y a aspirar por la nariz el agua del Tirreno. Esas nubes que en la tarde convierten la luz celeste en ambarina y roja. Ese cielo azul turquesa increíblemente intenso. Esa brisa salina en la noche.


El mismo día de mi vuelta, desapareció el móvil y con él mi tesoro de imágenes (fue como si se disolviera en el éter). Pero ahora comprendo que las imágenes no eran necesarias o eran insuficientes. Empobrecen los recuerdos. Las sensaciones, las impresiones quedaban ahora liberadas de toda referencia concreta. "Todo lo fijo mata" y este viaje ha sido, al final, vida.


Ahora, queda sembrada la semilla de un recuerdo. Como ese lugar de jazz, en la noche de Palermo, tomando unas cervezas con los nuevos amigos, escuchando un cuarteto de Quebec (ese piano con toques monkianos y ese sonido del saxo, puro, reconocible).


Había comenzado el viaje con el regusto de una novela recién terminada de Alberto Moravia ("El hombre que mira"). El narrador es un hombre que mira, a diferencia de su padre, hombre de acción, dispuesto a rivalizar con su hijo por el amor de una mujer. El protagonista es un voyeur cuyo placer es esencialmente visual e imaginativo. Su esposa, cuyo amor posee para él la cualidad ideal de retrotraerlo a sus días infancia, a ese rostro abandonado de la Virgen de su niñez, tiene ahora un amante que la ama de otra manera.


Deseoso de realidad, para el viaje elegí "Fiesta", de Hemingway, pensando en vivir este viaje como un hombre de acción, como lo fue el novelista (vitalista, sportman), que descubrió al mundo las fiestas de mi ciudad natal. Creí que sería una buena compañía por esas tierras sensuales del Mediterráneo.

Pero, para mi sorpresa, el protagonista de la novela, resulta ser también un hombre que mira. Un hombre impotente para el amor. De hecho, el hombre de acción no fue sino el personaje inventado por Hemingway para huir de la literatura. Los jóvenes viajeros de "Fiesta" se entregan a una orgía etílica contínua en la Pamplona exótica de los años veinte. Pero para el protagonista la embriaguez no es sino el precio que hay que pagar para alcanzar un estado sensitivo determinado, un estado en el que puede leer sus libros preferidos de otra manera, sintiendo que lo que lee lo ha vivido realmente. De esa forma lo que lee pasa a formar parte de él para siempre. Es, pues, un hombre que busca la eternidad, empapándose de realidad. Busca retener sensorialmente ese momento hidizo y huir más allá del tiempo.

Un impulso semejante al que me hizo bajar a la playa de Cefalú, únicamente para mojar mis pies y aspirar el agua marina, sellando sensorialmente el espectáculo visual que me rodeaba.

3 comments:

  1. Qué bonita crónica Pachi. Está llena de fotos que escribes muy bien. Te veo ahí, respirando ese agua. Casi me veo ahí contigo y todo.

    Es cierto que lo que queda de un viaje va saliendo con el tiempo...me está pasando ahora con Londres.

    Un beso fuerte.

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  2. Lo que queda de un viaje a veces es puro misterio. Imágenes que anidan en la memoria y que salen a pasear cuando menos te lo esperas.

    Excelente crónica. Me da una envidia!!

    Un beso,

    Marta

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  3. Viajar es adentrarse en uno mismo a propósito de un lugar a veces desconocido. Luego viene la nostalgia, la de haber sido y no ser ahora esas huellas que dejamos en el camino, en parajes que nos tiñirán por siempre la cara de asombro. Viajar es la itinerante terapia de sentirnos vivos. Pagamos un precio, la de revivir en tardes tumultuosas de soledad ese sueño que todo viaje comprende, la de creer que hemos pisado una franja angosta del paraíso y la de querer volver...

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