Monday, July 20, 2009

ENRIQUE BARRERO



Solo en mi casa. Leo los poemas que me envía Enrique Barrero. Esta tarde de verano en que permanezco solo, estoy leyendo su poesía. Y leyendo estos poemas se me hace presente Enrique en esta tarde, en esta misma habitación, frente a la televisión, junto al aire acondicionado. Es la voz poética de Enrique, que me hace volverme a mi interior y admirar esa extraña cosa -inmerecida- que es mi propia fe. La fe que comparto con el poeta. Esa fe que consiste en sentirse uno amado por Dios. Nada hicimos. Fue Su amor que nos vino y nos buscó. Fue urdiéndolo a lo largo de nuestras idas y venidas. Quizás desde la cuna. Fuimos elegidos para un destino: "Tu quisiste que fuera quien he sido".

Y Enrique es poeta. Y -en este libro litúrgico- canta su fe (raro proyecto en un tiempo en que algunos consideran impudicia cualquier expresión de la propia intimidad religiosa). Pero el poeta -por definición- explora esas realidades interiores. Y la relación amorosa con Dios es muy parecida a cualquier otra: una historia de gozos y soledades, negaciones y reencuentros, como todas las historias del amor humano. Sólo que Dios, en esta historia, lleva la iniciativa siempre.
"Bendíceme estos versos, este oficio
y escóndete en silencio en mi palabra". Dice el poeta y sigue la oración.

"Tan sólo te diré que puerta a puerta
fui buscando tu rostro. No me cabe
más ofrenda, Señor, que el haber ido
-verso a verso y olvido tras olvido-
urdiendo una oración para tu gloria".

En el poema está la espera y la urgencia del amor:
"No tardes mi Señor, ven a la cita...
Dime ya que me quieres, en qué senda..."

En el poema está -también- el gozo.
"Se enciende el corazón cuando te intuyo".
Y la serenidad.
"Hoy te nombro Señor, porque te siento
breve rayo de luz en mi jornada.
Advierto tu presencia enamorada
detrás de cada pulso y cada aliento".

Canta Barrero a un Dios propio. Un Dios del Sur.
"Vente conmigo aquí, al Sur que habito".
Un Dios de sus lugares.
"Vente conmigo aquí, junto a la umbría
y tranquila belleza de esta ría".
Porque Enrique Barrero trata con un Dios encontradizo y enamorado, un Dios que quiere vivir con él su vida, que se le acerca para hacer con él esta jornada.
"- Mi lucha, mi verdad, mi Dios cercano,
Dulce Señor del tiempo y de la herida,
escribe los renglones de mi vida
con el pulso invisible de tu mano".
Dios que es aliento para seguir caminando:
"No alcanza más alivio este viaje
que soñar tu horizonte de belleza".

"Hazme débil Señor, dame el fracaso...
Entrégale a mi esfuerzo la pobreza..."
Es la experiencia del dolor donde Enrique intuye más poderosa esa presencia, en forma de alegría que llega y consiste en sabernos "aliento tuyo en levedad de barro". Por que al fín todo es efímero.
"Sólo Tú quedarás. Esto que vemos
será piedra molida y cuarteada".

Dios nos busca en nuestra debilidad:
"No tres veces Señor, que más han sido.
Cien veces te he dejado de soslayo...
cada vez que te esquivo y que te niego
compruebo con más fuerza que te amo"

"Hoy te pido, Señor, el ver tu mano
no sólo en un espejo de belleza
sino en el barro frágil de lo humano.
Dame el secreto don, la fortaleza
de ser abrazo siempre, ser hermano
y hallar en el amor toda certeza".

El camino es largo.
"De entre todas las dádivas te pido
la callada virtud de la paciencia".

Pero -como hizo decir Goethe al ángel en Fausto- mereceremos la salvación al fin, porque al menos lo hemos intentado.
"Porque no he renunciado a la alegría
aunque a veces me venza la desgana".

Gracias, Enrique, por tu libro, en el que te encuentro, y me encuentro.

3 comments:

  1. Anonymous3:40 AM

    Gracias a ti, Francisco, por tu amable y generosa lectura. Abraza de mi parte a esa gran profesora mía que fue Esperanza Galindo y a quien reencontré tras tantos años gracias a tu blog, y al Aviador Capotado, a quien tengo ganas de ver. Un abrazo cordial

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  2. Querido Francisco: Interesantísimo el introito que haces de la poesía del amigo Enrique Barrero.

    Poesía introspectiva, mística. Hay pasajes que me llevan a San Juan de la Cruz. Otros, me han paseado por el mejor Ibn Arabi, Ghazâlî, Rûmi, Sohrawadî. Hay que ser valiente, introspectivo y tener mucha fe para, en estos tiempos en la que no se estila la búsqueda de Dios y su encuentro, aunque solo sea en leves destellos, hacer poesía sobre el aniquilamiento del YO como prueba de amor a Dios.

    Pasajes de una fineza exquisita, donde se concatenan el poeta y el profundo creyente en un Dios que le sostiene “Se enciende el corazón cuando te intuyo” “Sólo Tú quedaras. Esto que vemos será piedra molida y cuarteada”.

    Dice nuestro poeta: De entre todas las dadivas te pido la callada virtud de la paciencia. Me ha recordado los versos del místico al Hallâj: Perdona pues a las criaturas, ¡y no me perdones! Ten piedad de ellas y no la tengas de mí. Si discuto, no lo hago por mi yo; si reclamo, no lo hago por mi derecho; haz de mí, pues, lo que Te plazca.

    Bella y desusada poesía, escrita por un hombre, reitero, valiente y humilde. A ver quien se atreve en estos tiempos tan baladíes a declarar su más profunda fe, tallada en poemas.

    Al final, acabaré envidiando a los creyentes sinceros.

    Un abrazo para ambos.

    PD. Sólo me queda hacerme con el libro.

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  3. Bellísima poesía, al menos lo que he leído en el blog.

    Francisco, acabo de venir de Cerdeña. Días frescos, agua limpia y un curso de literatura. Me llevé las islas y los inviernos.
    Hoy ando en Bergamo y me he perdido un rato por tu islablog.

    Besos,

    Marta

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