Thursday, August 19, 2010

ROUEN, CIUDAD DE IMPRESIONISTAS

En Rouén, se exponen pinturas de los impresionistas que vinieron a esta ciudad buscando nuevos motivos para su pintura: Monet, Pissaro y Gauguin vivieron en Rouén. Monet y Pissarro en un céntrico hotel. Gauguin, con su mujer y sus cinco hijos, recien abandonado su trabajo para dedicarse al oficio de pintor, en una barriada exterior.
Me levanto por la mañana y, desde el hotel, se ve la fachada de la catedral de Rouén, que sirvió a Monet para explorar las luces a distintas horas del día, la tarde y la noche. Me gusta esa luz del atardecer (esa luz dorada, que apenas refulge unos minutos, antes de apagarse), y también esa luz plena y cegadora del mediodía.



Admiro también los cuadros de Pissarro. Pissarro transmite la realidad que ve. Una ciudad de la época industrial, con sus chimeneas, sus humos, su tráfago. La ciudad se presenta ante él como algo a representar. Y pinta los mismos puentes una y otra vez. Es una ciudad fría, desagradablemente burguesa.



Gauguin llega después. Él vive en Rouén, pero no se nota. Él no necesita Rouén para pintar. Pinta lo que está ahí, cualquier cosa, sin necesidad de salir de su casa. El patio de al lado. Porque lo que le interesa es pintar. No representar nada. No traducir algo a un código de formas y colores. Su trabajo es interior. Lucha con los colores y las formas que encuentra dentro de sí mismo. Sus cuadros son de cualquier lugar, inmune a las bellezas convenionales de Rouén. No son de lugar alguno, porque él inicia una forma de pintar nueva: pinta su corazón.



Estos días, por los caminos de Normandía, el paisaje saltaba a mi coche como un cuadro impresionista, con la luz y los colores de aquellos pintores, amarillos de trigales, cielos azules entre las nubes, verde de árboles y praderas. Los impresionistas nos han enseñado a ver esa luz, esos colores, a gozar de esas maravillas cotidianas de las nubes y la luz del atardecer. Pero me quedo con Gauguin, con el introspectivo buscador de formas y colores. Gauguin, demasiado torpe para hacer vida social, menos hábil que sus profesores, viviendo en el suburbio, en el anonimato artístico y comercial. Gauguin pintando cosas absurdas, cosas corrientes, sin ninguna belleza (trozos de patios, árboles aislados), incapaz de condescender al gusto de los ciudadanos de Rouén, ajeno a las bellezas de su ciudad, las bellezas cantadas por los otros impresionistas. Él ya no es un pintor. Es un explorador de su alma.

3 comments:

  1. Creo que las ciudades no son sino en función de lo que nosostros les aportamos.

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  2. Es una idea muy bonita, Lamia. Es verdad que la emoción la ponemos nosotros y la belleza. El ojo del artista descubre en la ciudad algo que realmente es suyo: mira y ve algo que en él sintoniza con ese entorno.

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