Monday, February 25, 2013

EL VIAJERO MÁS LENTO




Creo que fue Priestley quien escribió un librito sobre sus pequeños placeres cotidianos. El hedonismo ha sido malinterpretado, porque sencillamente los pequeños placeres son los que nos salvan. Ayer en el cine, viendo la película "Amor" me hacía ver mi acompañante con extrañeza que los protagonistas "siempre comen lo mismo". No apreciar la comida debe ser terrible. En efecto, la variación me parece esencial para la felicidad (aunque una cierta monotonía a veces es como la cadencia que ayuda a seguir la melodía).

Esta mañana venía pensando en la película de anoche: sin exteriores, siempre en el interior del mismo piso burgués, abigarrado, con acumulación de años en él, poso del tiempo en los libros, los casettes de música, en los muebles...Lo que se nos va amontonando de la vida. Claustrofóbico. Sobre todo pensando en ese Paris ahí afuera, tan bello. La certeza de la belleza de los bulebares hace más terrible ese encierro o esa encerrona de la vida cuando uno pierde la movilidad o simplemente se hace viejo. Y cuando los pequeños placeres van desapareciendo: las comidas, escuchar un disco, leer...o mantener una conversación.

Ahora la luz entra por el balcón. Veo el azul del cielo sevillano. Estoy sano. Siguen a mi disposición los pequeños placeres. El placer de dar puntadas sin hilo, el placer de no acabar nunca nada, de ser ese viajero más lento, que se demora y huele y saborea, que hoy atravesará las calles de Triana, al mediodía, de vuelta a casa, dejándose por el camino los ojos en las naranjas amargas que englanan de color el verdor de los árboles en la calle Betis, escrutando ya los botones del azahar que promete aromatizar Sevilla en la primavera. Pasar por allí, de paso, despacio, junto a los que toman su aperitivo, al sol cálido de estos días despejados del invierno. Pequeños placeres eternos, de ventanas abiertas a este barrio, con sus Vírgenes, con sus niños a la salida de los colegios, con su Pureza y su Esperanza y su Estrella. Y pienso que yo abriría de par en par las ventanas un día como hoy y al menos sentiría todo eso. No me lo perdería. Como un viajero que se queda absorto ante todas las maravillas fugaces del viaje, como si nunca fuera a volver de él.

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