Estos días calurosos en que uno se queda solo en la ciudad, son días melancólicos, tardes melancólicas. Cuando llegas a casa del trabajo acalorado, enciendes el aire acondicionado, conectas la tele, coges una cerveza del frigorífico y te la tomas en la cocina, mientras piensas en qué vas a prepararte para comer. Y en estas, cambiando de canal, te encuentras con la película de Isabel Coixet, "Mi vida sin mí", en esa escena en que ella se queda dormida en la lavandería y el desconocido que fue a buscarle un café, se queda junto a ella, mirándola, velando su sueño.
Y ya te quedas viendo esa película que en su día te emocionó y ahora te emociona de nuevo, de esa joven esposa y madre que ha sido deshauciada y va por ahí dando abrazos que son despedidas, sin que nadie lo sepa. Esa chica que conoce el amor cuando ya no puede sino llenarla de dolor. Y esos abrazos de la película son abrazons en los que la muerte está al lado de los amantes. Sólo para ella son abrazos desesperados, abrazos sin esperanza. Y sientes que todos nuestros amores son así y todos nuestros abrazos son intentos desesperados de agarrarnos unos a otros para escapar de la muerte.
Y así, vas comiendo tu comida a bocados y bebiendo demasiado vino y haciendo casi pucheros, porque la película que te ha tocado se las trae.
Ya es una tarde marcada por el amor y su imposibilidad y al día siguente buscas entre tus CD y encuentras "Lost in translation" de Sofía Coppola, porque recuerdas un amor parecido, un amor en el que ambos están casados y se encuentran solos. Y están en Japón, donde todo es extraño y ajeno.
Como la mujer de "Mi vida sin mí", ésta es joven, está casada y quiere a su marido, pero él apenas está con ella, absorvido por su trabajo de fotógrafo. Él es un actor de cine en declive, cuyo matrimonio dura ya veinticinco años y se ha convertido en algo donde falta la alegría compartida de los primeros tiempos. Es difícil, le dice a ella. Pero ambos en su soledad se encuentran. Separados por la vida de cada uno, por el tiempo de que disponen, apenas dos días, por la edad, por el entorno frío, estridente, hostil de la capital nipona. Y en esa imposibilidad de encontrarse, se encuentran. Y su abrazo final es un abrazo de amor ante la imposibilidad del amor.
Abrazos, más que besos. Abrazos para olvidarnos en ellos, para fingir en ellos la eternidad que se nos niega. Y a pesar de todo cuánto necesitamos abrazarnos.
Thursday, July 18, 2013
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