"Y todo lo demás es silencio".
Hay cosas que se tuercen.
Cosas que ya no es posible enderezar.
Hay cosas que murieron.
Y no pueden revivir. Ya no.
Y no basta mirar hacia otro lado
o seguir viviendo por inercia.
Porque el tiempo pasa inexorable.
Y ya no queda tiempo ni queda amor.
Cuando ya no es posible hablar
porque las palabras tan sólo son sonidos
que cubren el vacío de las almas.
Cuando no recuerdas ya el tiempo de caricias.
Cuando la vida se parece a una muerte lenta
y tú, sin embargo, te aferras a la vida.
Cuando el corazón se encoje de soledad
y de noche vienen cólicos y no puedes dormirte.
Todo es ya silencio y pena, duda y reproches.
Y sólo una idea fija, que de todo se apodera:
serte fiel, empeñarte en tí, guardarte.
Y a fuer de loco, seguir ese camino que te aleja.
Para sentirte libre de amar aquello que amas
y cuyo amor fue puesto en tí por un aliento de Vida.
Serte fiel y ser aquello que deseas
y que otros no comparten.
Libertad que es tu íntimo derecho.
Tu sola posesión: el gozo de tu herencia.
Wednesday, January 30, 2008
Thursday, January 24, 2008
MIEDO A LAS SOMBRAS

Era la historia que ese señor contó hace muchos años a sus hijos, siendo niños, para ayudarles a enfrentarse con sus miedos. La misma que él escuchó de labios de su padre. "En la vida -hijo mío- hay que hacer frente al miedo, a la imagen espantosa de eso que se aproxima, el enemigo que acecha en las sombras. Aunque uno sea un niño pequeño y el miedo un gigante poderoso, hay que ser capaz de quedarse quieto, plantarle cara al gigante, mirarle a los ojos y apuntar bien, para buscarle el lugar donde lanzar la pedrada que acabe con él".

Dicen que los hijos de aquél señor mayor fueron valientes. Se enfrentaron al terror y supieron acudir en auxilio de su patria. Pero hoy no están. Y su madre quisiera que no hubieran sido valientes. Quisiera haberles dejado abierta la puerta del dormitorio. Quisiera haberles podido encender una luz cuando llegaban las sombras. Quisiera tenerles todavía cerca de su corazón por las noches, como cuando eran niños asustados.
Monday, January 14, 2008
INMORTALIDAD DE LA NADA

A los cuarenta y cinco años se reinventó la vida. Dejó su puesto de funcionario oscuro y marchó muy lejos. Para ser profesor de literatura española. El verde resplandor de su tierra, sus humedades, lo cambió por la dorada sequedad del desierto de New México. El skyline de Albuquerque, edificios en medio de la nada, sería su nueva patria. Ya solo volvería a España los veranos, de vacaciones académicas. Pero se fue para siempre.



Como esa plaza con su iglesia, que tantas veces habrá paseado, con sus amigos de allí, con sus alumnos de literatura española. Los lugares aquellos le recuerdan. Pero él ya está de vuelta en Oviedo.

Uno se muere -es cierto- "ante la cruel complacencia de los objetos cotidianos" (Banville). Sin embargo, "todo lo consumado en el amor/ no será nunca gesta de gusanos"
Friday, January 11, 2008
EL SILENCIO

Hay un silencio que buscamos para encontrar allí la paz. Para ser un yo que se detiene y considera.
Hay otro silencio, sin embargo, trágico. El de vivir en mundos separados, aunque permanezcamos juntos en una misma habitación. Como esa mujer enferma y angustiada que está sola, porque la enfermedad nos deja abandonados en un país lejano, inaccesible a los otros. O como el niño encerrado con dos adultos que no son capaces de jugar con él, abandonado a un mortal aburrimiento, en medio del vacío de un frío hotel. O como la mujer del fondo, aburrida también de estar encerrada, velando a una eferma, cuidando de un niño. Esa mujer sana, sensual, pero indiferente. Ella con su deseo y su culpa: abonimar de esas ataduras.
La soledad profunda es, así, el silencio entre esos seres que deambulan en una misma habitación, pero no encuentran en el otro o no saben decir ellos mismos la palabra necesaria, la del consuelo. El silencio que está hecho de palabras convencionales, dichas para evitar asomarse al abismo de la verdad: nuestro desentendimiento del otro, que le aisla y condena al silencio. Somos incapaces de sentir sus sentimientos, pensar sus pensamientos, experimentar sus angustias, sus anhelos. Y nos callamos o hablamos del tiempo. Y el otro está aislado en la condena del silencio.
En la película de Bergman, la enferma -en el extremo de su soledad- busca tendida en la cama de su habitación, entre los escondites de su cuerpo, una sensualidad que la abandona -una pausa entre los aullidos del dolor- y se aferra a ese placer triste, efímero, que es como una despedida de la vida que se le escapa.
Friday, January 04, 2008
EL REGRESO
Estos días he leído a Bernhard Schlink. Es un profesional del Derecho (juez) que escribe novelas. Es, por tanto, un novelista. Pero no un profesional de la novela (o eso entiendo). La escritura puede convertirse en una profesión. Es más, muchos que escriben conciben el éxito editorial como la forma de poder vivir de la escritura. Sin embargo, profesionalizar la escritura es –para mí- tan triste como profesionalizar el amor. Me parece preferible escribir cuando tienes algo que contar y no para subsistir. Vivir del éxito. No. Mejor ser siempre aficionado, amateur (“amante”) de la escritura. En no tener éxito puede radicar el éxito, para un escritor verdadero. O en, si tiene éxito, ser capaz de renunciar a entregarse a la rueda del tinglado mercantil montado alrededor del libro. La libertad es el más preciado tesoro de un escritor (también de un editor), aunque no proporcione dinero. Porque la libertad se encuentra en lo oculto, en lo escondido. Ese fiscal que escribe. Esa oficinista que escribe. Ese abogado que escribe. Ese profesor que escribe. Todos ellos llevan a cabo una obra verdadera. Sería un error deslumbrarse con la ambición de ser otro.

La novela que he leído se titula “El regreso”. He disfrutado leyéndola, por momentos con voracidad. Es verdad lo que dice el narrador: es el lector el que aporta sentido a cada texto. He leído esta novela en este momento de mi vida y la novela me ha leído a mí, me ha contado cosas de mí mismo. ¿Qué me ha dicho el texto? Me ha hablado de mi pasado. De la relación de un nieto con su abuelo. De la convivencia de un hijo con su madre…con el recuerdo de su padre. También me ha hablado del presente. Del cambio que se avecina. De la necesidad sentida de ir a una mayor corporalidad, a una menor palabrería conceptual, de desprenderme de muchas cosas, objetos e ideas, que achican el espacio y me limitan. De despojarme de lo que no sea esencial e imprescindible. De simplificar y simplificarme, reconociéndome tal cual soy, para no perderme, para no confundir lo verdadero con lo soñado, con lo virtual.
En la novela el protagonista siente la necesidad de irse (abandonar la ciudad en que vive, a su novia y su hijo, su tesis doctoral que se ha convertido en pura palabrería para él). Una noche sueña que a la vuelta del trabajo se encuentra su casa completamente arrasada por un incendio. Al estupor inicial sigue una intensa sensación de libertad y alegría: es como si la destrucción de su casa le proporcionara la libertad de comenzar una nueva vida. Sin embargo, cuando pasan los años, desde la experiencia de lo que fue para él abandonar todo aquello, ya no querrá que un comienzo tenga el sabor de la huida. No es preciso destruir para cambiar. Además la destrucción es siempre ilusoria. Lo realmente nuestro es indestructible y nunca nos abandona, ni lo podemos abandonar. Es algo que llevamos con nosotros, allá donde nos dirijamos.

Yo soy el lector. Y el libro ha llegado a mis manos en una circunstancia memorable y feliz. Ha sido como el regalo mágico de unas hadas, que cogí al vuelo y me ha traído un mensaje cifrado. Un mensaje amable y de buen augurio. La reunificación de las dos Alemanias, tan presente en el libro, que me sugiere la necesidad de seguir conciliando mis polaridades (tan distintas), para continuar siendo quien soy, haga lo que haga y esté donde esté. De esta forma, ahora podré marcharme a donde quiero ir, con la alegría de saber que nada de lo vivido se pierde y que siempre podré regresar.
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