Thursday, May 08, 2008

IONESCO RECUERDA SU VIDA

Para Mertxe


Hay recortes de periódico que me acompañan y siempre conservo para releer. Hay un artículo que publicó ABC el 29 de marzo de 1994. Se trata de una tercera de Eugene Ionesco, que ABC publicó con ocasión del fallecimiento del escritor rumano. Su título: "Dios mío, haz que crea en tí". Es una oración humilde que me parece maravillosa y hago mía.
En ese artículo Ionesco cuenta los aburridos días de su vejez convaleciente, al cuidado de su mujer y su hija. Sus dolores eran constantes y no se podía levantar de la silla sin ayuda. Los masajes no le calmaban. El dolor era violento. "A veces vienen a verme mis amigos, algunos amigos fieles. Me da mucha satisfacción verlos, pero me cansan al cabo de una hora...Mi espíritu está vacío y me hace daño continuar, no por el dolor, sino a causa de este vacío existencial del que está lleno el mundo, si puedo decir que el mundo está lleno de vacío. Aparte del cafe con leche, no hay en mi vida más que estos dos seres a los que adoro y, si se me permite asociarlas, las dos comidas, que son, además del desayuno, los grandes acontecimientos de mi vida. Pienso que me voy a levantar inmediatamente y no sé qué se podrá hacer con el tiempo que queda hasta las seis y media o las siete y como de costumbre, pienso que quizás me muera esta tarde o, esperémoslo, mañana o padado mañana. O incluso, quién sabe, más tarde. Cuando no pienso en lo peor, me aburro, me aburro. A veces pienso que pienso, pienso que rezo...Quién sabe, puede que haya, por lo menos algo, algo. Puede que después haya alegría ¿Cuál es la forma de Dios? Creo que la forma de Dios es ovalada..."
A continuación pasa revista a lo que fue su vida: "En mi carrera, carrera según se dice, me ayudaron una cantidad muy grande de personas a quienes debo agradecimiento. Para empezar, estuvo mi madre, que me crió, que era de una dulzura increíble, llena de humor, a pesar de la muerte de uno de sus hijos de poca edad y a pesar de que fue abandonada, como digo a menudo, por su marido, que la dejó sola en la gran ciudad de París. Allí encontró ella a su hermana Sabine, quien pudo encontrarle una pequeña vivienda con mis abuelos, Jean y Anne y con mi entonces joven tía Cécile. Más adelante, con mi pobreza, supe hallar una especie de trabajo que consistía en poner direcciones en sobres para una escuela de preparación intensiva. Me hubiera gustado continuar como profesor...Luego me ayudó mi padre en Bucarest, que me obligó a hacer estudios secundarios y después, más tarde mis propios superiores. Pero es sobre todo en la corriente de mi vida, mi mujer, Rodica, y mi hija, Marie-France, quienes fueron para mí mi mayor apoyo. Sin ellas indudablemente no habría escrito nada. Les debo y les dedico toda mi obra. Y después más tarde, fueron todos mis profesores del Liceo de Bucarest. Del diector de este Liceo, por quien, a pesar de mi pereza (yo no aprendía nada en la escuela) iba a leer libros de literatura en una biblioteca pública...Debo mucho a un estafador...Y me hicieron bien, queriendo hacerme mal, la segunda mujer de mi padre, Lola, que me puso a la puerta de la casa de mi padre, lo que me incitó a desenvolverme y a tener éxito...Yo vagabundo en casa de uno o en casa de otro, entre unos o entre otros, el sin hogar, poseo ahora uno de los hermosos pisos de Montparnasse...Me ayudó Dios cuando, refugiado en París porque no quería unirme a los comunistas de Bucarest, cogí un día mi cesta de la compra sin un céntimo y fui al mercado, donde encontré en el suelo 3.000 francos de 1940. Todas estas circunstancias vinieron en mi ayuda. Quizás sea Dios quien me ha ayudado en mi vida y en mis esfuerzos y no me he dado cuenta. Y luego, me ayudó mi propietario de la calle de Claude-Terrasse, el señor Colombel, Dios le bendiga, que no quiso poner en la puerta a un refugiado que no pagaba su alquiler, pero que podía ser enviado de Dios..."
Todas estas noticias me resultan sorprendentes y maravillosas. Ionesco, que no cree, es consciente de esas intervenciones ajenas en su vida, siente que ha sido ayudado, que no ha estado solo.
En todo caso, hay una resistencia a la muerte que la fe no vence. "A pesar de mis esfuerzos, o de los sacerdotes, jamás he conseguido abandonarme en los brazos de Dios...Se viene a la tierra para vivir. Se viene para debilitarse y morir. Se viene niño, se crece, muy pronto se empieza a envejecer y sin embargo, es difícil imaginarse un mundo sin Dios...Se diría que la Medicina moderna y la Gerontología quieren por todos los medios restablecer al hombre en su plenitud como no ha sabido hacerlo la divinidad: por encima de la vejez, de la chochez, del decaimiento, etcétera. Restaurar al hombre en su integridad, en su inmortalidd, como la divinidad no ha sabido o no ha querido hacerlo. Como la divinidad no lo ha hecho. Antes, al levantarme cada mañana decía yo: gracias a Dios, que me ha dado un día más. Ahora digo: un día más que me ha quitado. ¿Qué ha hecho Dios con todos los hijos y los animales que quitó a Job?" Ionesco se rebela. Los que mueren no nos son devueltos nunca. Mueren para siempre y nuestros ojos ya no podrán verlos más. Aunque creamos que hay otra cosa, esta vida terrena termina definitivamente y no podremos volver.
"Sin embargo -termina su artículo- creo en Dios a pesar de todo, porque creo en el mal. Si hay mal, hay también Dios". Es una conclusión amarga y a la vez esperanzada: el mal no puede triunfar definitivamente. Y tampoco la muerte puede vencer.

2 comments:

  1. Yo voy más allá del mal o del bien (al revés por evitar connotaciones nietzscheanas), o, más bien, las traduzco a otras magnitudes seguramente más acordes con lo que nos toca ser en el universo: si hay creación tiene que haber destrucción. No falla, todo lo que se mueve se detiene tarde o temprano. Y si ambas cosas son un hecho cósmico, también volverá a ponerse en marcha toda la maquinaria detenida. Ahora bien, ¿hay algo que organice ese tiovivo? Pues nadie lo sabe y nadie lo sabrá nunca. Entretanto, reflexiones como las de Ionesca son perfectamente asumibles para gente como yo. Por ejemplo.

    Buenos días, Francisco.

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  2. Creo que con el paso de los años, uno va sintiendo gratitud por muchas cosas que le han ocurrido, y va viendo un cierto orden oculto (como en el hielo esas maravillosas estrellas ocultas, siempre distintas, en que cristaliza el agua). Ser capaz de sentir ese orden (como lo sentía por ejemplo Borges), es para mí la sabiduría, atributo de la edad, y que para mí también, va unida siempre a una sonrisa (como esa del Borges último que descree de los artificio y busca lo esencial y la sencillez). Y en esa conclusión de vida quizás (como a Borges) la vida le depara un nuevo comienzo.

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