Por la tarde vamos al cine para ver “Elegy”, la última película de Isabel Coixet. Ben Kingsley comienza hablando de la vejez: cómo te coge por sorpresa cuando llega. El protagonista, un prestigioso profesor de literatura de los que sale en la televisión (y por tanto es “alguien” en el mundo de la cultura), ha dedicado todos sus esfuerzos a alcanzar una vida totalmente independiente. Rompió su matrimonio y los vínculos con su hijo. Su mundo –libros, música, sus clases, una variada compañía sexual sin compromisos- constituye lo más preciado para él. Vive bien así. Su intimidad se reduce a un amigo poeta con el que hace deporte, única persona a la que cuenta sus cosas. No crea lazos con nadie. Pero se siente seguro de sí mismo. Hasta que…se da cuenta de que ya es viejo para el amor. Tiene sexo, pero no es capaz de concebir un proyecto de vida con alguien.
No es capaz de arriesgar su libertad: pero en tal caso ¿es realmente libre? Su libertad, su independencia ¿no parecen una barricada levantada contra el mundo? Nadie puede llegar a ese lugar de intimidad. Le protege su cultura, le protege su sabiduría, le protege el sexo incluso. Porque la intimidad va más allá de la piel. Esa pulsión de mantener a los demás alejados, de separarse, es en realidad miedo a la intimidad. Es como una necesidad de cerrar la puerta de la habitación donde estamos. La imposibilidad de mantener la puerta abierta.
¿Qué es lo que realmente me importa en la vida? ¿Mis cosas, mi mundo? ¿la libertad? No al precio de la separación. La vida sólo es posible con el otro. La vida es fusión con el otro. En soledad no se vive. De esa forma hemos sido hechos. El sexo no sustituye a nada.
El protagonista de “Elegy” no es capaz de bajar esas barreras: sus prejuicios, sus costumbres, su manía de pensar en el futuro, de imaginar cómo serán las cosas después. Su incapacidad para soltar amarras y entregarse a lo que ahora hay plenamente. La necesidad de ser sensato, de no hacer locuras, de no ser vulnerable, de no cometer errores. Pero el amor es todo lo contrario a eso: amar es jugarse la vida, tirarse a la piscina...pronunciar un sí radical al otro, sin reservas ni seguridades. El amor es vulnerable o no es. El amor no sabe qué conviene hacer o decir en cada momento. El amor es incierto, vive de su propia energía. El amor no nos garantiza un mañana.
Pero creo que cuando llegue la vejez, el amor nos habrá enseñado a entregarnos. Si hemos amado quizás podremos seguir amando en la vejez. Y podremos amar hasta que llegue la muerte.
La amalgama de los compartimentos del profesor Eric From, es la que nos repará las averías de la tercera juventud, no lo dudes.
ReplyDeleteSaludos.
Lo de tercera juventud está bien, aunque no sé si es lo deseable. El protagonista le dice a su amante con la que lleva viéndose esporádicamente durante veinte años: "llevamos toda la vida jugando a tener quince años". Lo de From me gustaría que lo explicases un poco más. Saludos.
ReplyDeleteA veces pasa (me pasa, vamos) todo lo contrario que al protagonista de esta película, como el poema de Neruda "Walking Around" me canso de...mí mismo, de mis "cosas" y necesito buscarme en los demás para ser de nuevo yo mismo. Nadie debería vivir sin amor (y muchas parejas también deberían darse por aludidas...).Un abrazo Paco.
ReplyDeleteMe ha encantado encontrar-te. Tan sólo teclear "Sevilla" supone algo bueno. Felicidades
ReplyDeleteHola Arcadio: sí. A veces uno siente que ama y es maravilloso. Eso está dentro ahí siempre, pero a veces se pasa mucho tiempo sin salir, como si las nubes ocultasen el sol. Pero como el sol está debajo siempre, miras a lo alto y ves que las nubes tienen maravillosos tonos rojizos y ambarinos y las nubes están haciendo al sol más hermoso. La luz del sol filtrada a través de la densidad que la oculta. Esa belleza no sería posible sin las nubes. Un abrazo fuerte.
ReplyDeleteMe encanta, desconocid@ amig@ tenerte aquí y Sevilla, sí, se presenta cada día como una belleza renovada. Aunque la belleza está en el ojo que mira o que lee. Gracias por venir y que seas feliz.
ReplyDeleteEste tipo de personajes, que quizás afortunadamente no se prodigan en la vida real, me inspiran profunda compasión. Vengo de una numerosa familia, de una multitudinaria infancia, de una juventud acompañadísima, y a medida que mis entornos se vacían con lo años me siento incompleta, me siento arrebatada anticipadamente a pequeños trocitos. No, no es natural cortar todas las amarras que te unen a otros seres. Es, en el más lene de los casos, egoísmo; y en el que sospecho, alguna suerte de descarrílamiento mental.
ReplyDeleteLa vida no es vida si nadie la comparte. Ni siquiera los árboles son independientes, en algún punto bajo tierra sus raíces se tocan, se transmiten fuerza, alguna gota de savia se trasvasa... Sólo las piedras son libres hasta ese punto elegido por el 'intelectual' de la película, y las piedras, como decía Pavese, sólo son indiferencia. No son nada más que un sólido llenando un hueco.
Un saludito mediterráneo de esta vasquita que se va a la siesta (jis).
Dices, Mertxe, que con los años se vacían los entornos. Hace ya muchos, alguien me dijo que a partir de cierta edad ya no se pueden hacer amigos: lo decía por él. Teníamos treinta y pocos años ¿Se acaba con el tiempo la capacidad de darse, el deseo de conocer a nuevas personas? Sería triste pensar que lo fundamentar hay un momento en que ya se vivió y no se puede volver a ir -por primera vez- a los sitios fundamentales que uno soño. Y ya no hay magia. Por el contrario, creo que Penélope Cruz hubiera hecho que Ben descubriese un París distinto, una Venecia diferente, nueva. De hecho, al comienzo de la película dice que un libro cambia, al leerlo diez años después. Es esa novedad que nos espera tras los años la que poemos descubrir si nos atrevemos a trenzar amarras nuevas. Un beso, vasquita.
ReplyDeleteBuenos días, Francisco.
ReplyDeleteEntre los más selectos placeres que me quedan (tengo que inventariarlos uno de estos días) está el de tomar mi primer café de la mañana aquí, frente a esta pantalla de donde manan noticias y comunicación con otros semejantes. Me viene bien tu respuesta, pero yo no me refería a los mortinatos de toda la vida, me refería a ese desierto que nos va creciendo bajo los pies porque la familia y los amigos se mueren un día u otro. Así de sencillito. Luego nos quedamos a la espera de otros seres, llegan otros amigos... pero ya no son aquellos, son coincidentes en el viaje, por tramos, por humores, por no ir solos. No hay más por mucho que queramos verlo de manera diferente. ¿Has visto cuántos viejos solos hay por los parques? ¿Has pensado cuántos entre ellos conservan su lucidez en condiciones aceptables? Son muchos los que quisieran acercarse a otros, jóvenes o viejos como ellos, hablar, contar, transmitir, recordar en voz alta... Pero pasamos junto a ellos y a penas los miramos, nos da miedo, nos damos miedo mañana...
Cierto. Nada es lo mismo. Lo mismo sería igual a sí mismo, y por tanto eterno. Pero nuestra naturaleza es fugaz. Yo soy -al parecer- el que fui, pero creo que soy otro también. Mi relación con mi madre ha cambiado. Con mi hija ha cambiado. Aquellos que éramos ya no están en esta tierra (por qué no decirlo: han muerto; mis células y sus células se han renovado en su totalidad, quizás varia veces). Vale. Fue bello mientras duro. Pero la única belleza real es la de este momento. Y es desde aquí que reconstruyo los recuerdos. En cuanto a darme pena de mí mañana, no soy capaz de anticiparlo si no me sirve como esperanza para el hoy o como aliciente para este momento. Solo existe ahora. Y ahora es cuanto te envío un abrazo.
ReplyDeletePerdona el retraso y aunque redunde un poco me explico.
ReplyDeleteLa simpleza con la que From particiona los afectos y su correcta dosificación de fraterno, erótico y paternofilial, es el bálsamo mejor para afronyar esa tercera juventud como tal, esto es, con equilibrio emocional.
Saludos.