Friday, July 14, 2006

CON LAS MANOS AL VOLANTE


Ya hice todo lo que tenía que hacer. He ganado y he perdido, he amado y he sufrido. Ahora todo está consumado. Y, sin embargo, sigo aquí. Hay una vida residual ¿qué sentido tiene? Ayer me salté un stop. Pude morir, pero no circulaba ningún vehículo por la otra vía en ese momento. Frené bruscamente y paré en el arcén, con el corazón desbocado. “Se me concede una nueva vida. Todo lo anterior no cuenta. Empiezo de nuevo. Otra ciudad. Otra identidad”. Oviedo ¿por qué no? Podría ir por esa nueva vida como un turista japonés. Podría ir por esa vida nueva como aquél catedrático borracho que tuve, que sólo daba su clase después de trasegarse un whisky en el bar, ese hombre cuyas clases eran geniales, en las que hablaba inspirado y profético, con aquél énfasis y aquella brillante embriaguez. Podría ir por esa vida como aquél vaquero que llegó al rancho, donde nadie conocía su pasado de boxeador o pistolero que había matado a alguien, y empezar a trabajar honradamente con el ganado, junto a esa mujer sola y su hijo adolescente, al que enseñaría a hacer nudos o ha tallar con la navaja.
¿Qué dirá de esto Paul Auster? Leo en “La noche del oráculo” que las palabras modifican la realidad…Hay que tener cuidado de cómo nos contamos la historia de nuestra vida, porque la fantasía se puede convertir en realidad. A veces, como le sucede a uno de los personajes, me siento encerrado en un refugio antinuclear sin llave (sin saber cómo seguirá la historia) o me cuento mi propia realidad como un callejón sin salida. Pero, ya al decirme esto, estoy tirando la llave. La llave es el amor: el escritor al que da vida Paul Auster, acaba rompiendo ese cuaderno azul que le ha llevado a escribir historias sin final, historias de desamor, de traición, de amargura. Sólo es real el deseo de terminar con esos fantasmas, el deseo de comprender al otro, de vivir en cada momento en la realidad (sin que la escritura o la fantasía nos impidan escuchar el teléfono que suena, o a nuestra mujer que entra en la habitación en que escribimos). Estar presente y contarnos nuestra historia con palabras de ternura ¿es eso lo que dice Paul Auster? ¿es ese el oráculo extrañamente moralizante del libro que he leído?
En todo caso, decido recordar ese stop la próxima vez que pase por aquí y me prometo a mí mismo conducir con más atención y dejar de fantasear con un volante en la mano.

4 comments:

  1. Ya ves que fantasear cuando no se debe puede costar muy caro. Ten cuidado al volante.
    Saludos

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  2. Me ha gustado particularmente este post. He podido sentir la dimensión de lo que cuentas, de la vida tras el final del libro, de la nueva lectura que bulle detrás de cada página y que permanece dentro de uno mezclándose con la vida cotidiana, donde existen las señales de Stop que no vemos por estar pensando en algo que nos impresiona y hace fantasear y donde los que nos quieren y queremos entran y salen sin que nos demos cuenta. Me gusta tu elección por la vida, por lo que queda en uno detrás de la lectura de un libro que nos impresiona.
    Un placer leerte, Francisco.

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  3. Tranquila Carmen: lo del accidente ha sido puramente ficticio, un intento de imitar a Auster. Gracias de todas formas. Creo que Gatito lo ha entendido así. Me gusta de este autor que se entra y se sale de la ficción, hace que la ficción infecte la vida o a la inversa y creo que es así como pasa: En "La dudosa luz del día", Arrabal nos da un diario personal de uno o dos años de su vida, donde los sueños tienen la misma importancia y presencia que la realidad y -de alguna forma- interactúan con ella y la modifican, le dan profundidad. Esto mismo he sentido con Auster.

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  4. Anonymous1:29 AM

    Adoro Auster. De todos sus libros éste es precisamente mi favorito.

    Un saludo

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