"Nuestro primer encuentro tuvo lugar en una oscura librería de la rue Montmartre, donde la casualidad de que ambos anduviéramos en busca de un mismo libro -tan raro como notable- sirvió para aproximarnos. Volvimos a encontrarnos una y otra vez. Me sentí profundamente interesado por la menuda historia de familia que Dupin me contaba detalladamente, con todo ese candor a que se abandona un francés cuando se trata de su propia persona. Me quedé asombrado, al mismo tiempo, por la extraordinaria amplitud de su cultura; pero, sobre todo, sentí encenderse mi alma ante el exaltado fervor y la vívida frescura de su imaginación. Dado lo que yo buscaba en ese entonces en París, sentí que la compañía de un hombre semejante me resultaría un tesoro inestimable, y no vacilé en decírselo. Quedó por fin decidido que viviríamos juntos durante mi permanencia en la ciudad, y, como mi situación financiera era algo menos comprometida que la suya, logré que quedara a mi cargo alguilar y amueblar -en un estilo que armonizaba con la melancolía un tanto fantástica de nuestro carácter- una decrépita y grotesca mansión abandonada a causa de supersticiones sobre las cuales no inquirimos, y que se acercaba a su ruina en una parte aislada y solitaria del Faubourg Saint-Germain...Nuestro aislamiento era perfecto. No admitíamos visitantes. El lugar de nuestro retiro era un secreto celosamente guardado para mis antiguos amigos; en cuanto a Dupin, hacía muchos años que había dejado de ver gentes o de ser conocido en París. Sólo vivíamos para nosotros."
Edgar, como Vincent, soñaron en una hermandad espiritual perfecta. Ayer leía esto y hoy he sentido de nuevo, al volante (la música sonando alta en el equipo) el deseo de compartir con alguien estos sonidos alucinados (el milagroso solo de Stefon Harris, en 5/8 In Flow, por ejemplo), alguien con el que me hubiera encontrado casualmente, al interesarnos por el mismo CD en la tienda de discos, alguien a quien indicaría la posibilidad de escuchar a Ahmad Jamal, y que quizás hubiera escuchado Jordu, en el concierto en que intervino, junto al bajo James Cammak, un desconocido negro de nombre francés tocando el steel-drum (ese instrumento jamaicano que parece una olla de cocina abollada, pero cuyo timbre encaja maravillosamente con el pianismo de Ahmad en Jordu, Ahmad cuya introducción al tema es pura música clásica, impresionismo francés -Debussy o la Gypnopedie- enfrentado el oyente, así, con dos mundos de sonido, el piano clásico, refinado y los sonidos primarios de esa olla de carne jamaicana, cuyas limitadas posibilidades únicamente eran compensadas por la habilidad prodigiosa de esa mano negra relampagueante entre una y otra abolladura, esa ciencia que no se aprende en las partituras ni en los consevatorios, sino en las calles de la pobreza y del gheto, habilidades prodigiosas del analfabeto musical, y de ahí ese crak sensorial que se produce al escuchar este enfrentamiento cultural inaudito en ese tema oscuro, sometido al bajo preciso del poderoso Cammak) y en ese momento esa otra persona te revela una comunión que no imaginaste y (¿cómo sería?), volvéis a encontraros y -cada vez más- escucháis vuestras músicas particulares pensando en el otro, soñando en compartirlas y (abiertamente) uno plantea la posibilidad -lógica sólo en términos novelescos- de iros a compartir esas músicas a una casa que pudiéseis decorar, para vivir retirados con vuestros CD, viviendo "sólo para nosotros". Y llegas al parking y apagas el equipo y subes a casa.
Thursday, November 23, 2006
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