Semana Santa, entre Sevilla y Priego de Córdoba. Los costaleros en sus trabajaderas, los penitentes en su procesión. El esfuerzo colectivo para sacar adelante tanta belleza, tanta emoción, sentimientos muy íntimos de cada uno, como estremecimientos, sentimientos ajenos a toda expresión racional o verbal. Cada quien vive su Semana Santa. Preparación de meses, esfuerzo, compromiso, sacrificio, dolor. Todo esto, que sin amor, es incomprensible, que sólo tiene sentido para cada cual, como una llamada profunda, que se escucha o no se escucha. Virgen de las Aguas de Sevilla, procesionando por la ciudad, entre olor de azahares, a los sones de su marcha. Despacio, tras el Santo Cristo de la Expiación, el Cristo muerto. Lunes Santo. Cofradía del Museo. Estación de penitencia. Ausencia. Presencia. Siempre presencia, junto a Ella. Aunque mi amor te olvidare. Nadie sabe. El silencio y la música. La noche, la madrugada.
El Jesús Nazareno de Priego de Córdoba. Su palidez, su mirada, que traspasa, bajo el peso de la cruz. Su mirada con la que uno se encuentra. Avanza por las calles de Priego a empujones de pasión, llevado en volandas por unos y por otros, navegando por encima de una humana marea que subirá con él al Calvario. Y vamos de aquí para allá todo el día para verlo pasar otra vez, por ese sitio y por el otro, como cada año. Los vivos recordamos, a su paso, a los muertos que también veneraron esta imagen. El tiempo parece detenido y todos allí, los que están y los que faltan, por un instante parecen juntos viendo a Jesús pasar a nuestro lado. Y asoman lágrimas en quienes no lo esperaban, porque no creen en estas cosas. Pero las cosas suceden. La belleza surge y el sentimiento se comunica. Y si es una burbuja de irracionalidad en una vida tan racional y lógica, hay que meterse dentro de esa burbuja y vivir esa parte nuestra de emociones, que llora y ríe sin saber porqué. Otro año, en Viernes Santo.
No comments:
Post a Comment