Friday, February 08, 2008

EL PEOR DEL MUNDO

Su padre les había abandonado siendo él un niño. De algo le sirvió, porque siempre pensó que, por mal que lo hiciera en la vida, nunca lo haría peor que su padre. Y eso le daba la libertad de equivocarse. Además, como alguien le dijo, “Siempre tendrás o no el éxito que tú te quieras conceder”. Y había decidido hace años concedérselo y no dejarse machacar por el “narcisismo”.
El maltrato empieza siempre por uno mismo. Uno se exige sin medida. Sin piedad. Él había rechazado uncirse al yugo de la perfección. Sabía que el progreso podía ser a veces una vuelta atrás (y lo contrario). Que, como dijo un premio Nobel, por más que estudiemos, somos unos simples turistas en el templo de la realidad: “curioseamos; nos hacemos algunas preguntas, tal vez incluso hallamos alguna respuesta, pero al final el guía levanta la banderita y le seguimos, como todos, hasta la tumba; y la visita siempre resulta breve para saber la verdad”.
Veía a otros profesores ocupando tanto tiempo en preparar sus clases magistrales (en dar la talla), para luego ni siquiera conocer el nombre de sus alumnos, ni trabar con ellos una mínima relación humana. ¿Dónde estaba la riqueza que se perdía en esas clases sin destinatario? Esos mismos profesores que aprobaban “de cuarenta a uno”, y llamaban a los estudiantes “albóndigas”, porque –en su ignorancia- eran “como bolas de carne con ojos”. Ésos mismos se pavoneaban, encumbrados por la sumisión, como sabios oficiales.
A él, en cambio, le atraía el vértigo del vacío. Al comenzar la clase todavía no sabía de qué iba a hablar, ni por dónde discurriría ese acto de creación colectiva, ese trabajo de grupo, en colaboración. Prefería sentirse en la cuerda floja (con la hojita del esquema en la mano, a modo de pequeña sombrilla abierta para guardar el equilibrio).


Le gustaba sembrar dudas, pues podía ofrecer pocas seguridades. Tampoco estaba seguro de que sirviese de algo todo aquello, más allá del encuentro entre personas de distintas generaciones. Pero el Espíritu trabaja en cada cual y a él no le correspondía recoger, sino limitarse a remover un poco el barbecho de la indiferencia. Él aprendía, a cambio, de ellos: de su espontaneidad, de su impulso, de su optimismo y sus dificultades. Y se reconocía en ellos como él fue (y por dentro seguía siendo), y se daba de nuevo libertad para no dejar de ser nunca un aprendiz de las cosas. El peor profesor del mundo.

2 comments:

  1. Vaya... Eso de remover el barbecho me suena mucho.

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  2. Prefiero al peor. Muy buena la definición de vida del Nobel.

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