Ayer noche -primera noche del año que empieza- volví a ver "Tú y yo", la película de Leo McCarey que protagonizaron en 1939 Charles Boyer e Irene Dunne. Durante el día había estado leyendo "La Hermandad de la Buena Suerte", el libro premiado de Fernando Savater.
No sé por qué casualidad, ambos (la película y el libro) insisten en un mismo tema: la casualidad. Estaba dando vueltas estos días -como corresponde a las fechas- a mis objetivos personales para este año (bajo la perspectiva de que uno "orienta" su vida y fija sus objetivos). Que sea la vida, con sus casualidades, la que establece el guión me pareció una buena respuesta. Una respuesta, si se quiere, irónica.
En "Tú y yo", Michel y Terry se encuentran casualmente en un trasatlántico rumbo a Nueva York. Ya no son jovenes, tienen un pasado tras de sí que no les aportó demasiada felicidad y ahora han decidido casarse, sentar la cabeza y llevar "una vida normal", como todo el mundo. Ambos flirtean durante la travesía convencidos de que dominan la situación y sólo desean aprovechar lo que les trae el momento, porque la vida debería ser "divertida y burbujeante como una copa de champán rosado".
Pero el barco hace escala en Madeira, y una visita a Janou, la abuela de Michel, que vive entregada al recuerdo de su esposo, les pone frente a otra dimensión de la vida: más verdadera y profunda. Y de repente se miran y se hacen conscientes de que están ante su última oportunidad. Y sienten vértigo ante lo que se les viene encima (“Vamos hacia la tormenta”, se dicen tras el primer beso). Tanto que necesitan un plazo para recapacitar. Y se dan cita para seis meses después, en lo alto del Empire State, "lo más cercano al cielo, en esta ciudad". Nada más desembarcar, ambos rompen sus respectivos compromisos. Terry vuelve a cantar, y Michel recupera su vieja afición por la pintura. Ambos recobran aquello más profundo suyo, con el objetivo de dar al otro la mejor versión de sí mismos. Como si en el amor no sirvieran ya las medias tintas.
Luego, un accidente impide el reencuentro. Existe, pues, la casualidad: la suerte y la mala suerte. Quizás - como hace decir a uno de sus personajes Fernando Savater- la casualidad supone la refutación de Dios, de la providencia, del sentido de la vida o de la significación moral de los aconteceres humanos, siempre aleatorios. No hay (parece) una razón para las cosas. Pero el azar no es la clave: lo que sucede es que el azar nos cuestiona, nos pone ante una pregunta esencial. Y la respuesta es nuestra: uno decide hacer frente a la tormenta o resguardarse de ella. Leo McCarey, en su película, nos propone el amor como una instancia superior de la vida, un lugar difícil, exigente. Un lugar de ventisqueros, que impone a los que comparten ese espacio un trabajo interior: ser aquello que les hace ser. Tener vida, para compartirla.
Friday, January 02, 2009
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yo soy casualidad...cada vez me veo más así..un abrazo.
ReplyDeleteSí... La casualidad no es científica, por eso no existe y, sin embargo, constantemente interviene en nuestras vidas un factor extraño, inaprehensible. La misma ciencia va naciendo gracias a él. ¿Entonces? Entonces tal vez llamamos casualidad a su desconocimiento. Pero, a final, qué más da, no tiene demasiada importancia que lo sepamos o no, en cualquier caso ella nos dirige aunque creamos elegir nosotros, un bandazo a la derecha o a la izquierda es la consecuencia de un carácter y una personalidad, algo tan matemático como el ciclo cardiaco.
ReplyDeleteYo vi esta peli, pero con Gary Grant y Debora Kerr. En colorines. Edulcorada total. Tendré que buscar esta versión...