

Marcho allí. Cruzo el Océano en busca de esos lugares donde el deseo pueda encontrarla al fin. Voy para salvar de las aguas mi pasión. Para rescatar del fondo las ganas de vivir. Recuperar, de entre la multitud de los muertos, la vida milagrosa del que ama. El vértigo del abismo, al que me asomo, en ese escote de mis miedos, como un bucle de pelo, mirando a los ojos de una nueva Kim Novak que, revivida para mí, me acompaña en este viaje, distante y fría, inalcanzable, pero que me mira como un naúfrago o como una suicida que se ahoga, para que la rescate a la vida, y así ella me rescate de la muerte. No sé a qué voy allí, ni a qué va ella. Nadie sabe qué le regalan los viajes. Allí está la ciudad de mi nombre. Allí me espera algo, algo que quizás acabe por entregárseme, algo que pueda traerme cuando vuelva, ya mío, para seguir -con vida- en la vida. Adiós, deseadme suerte.