Sunday, September 30, 2007

ABOLIR EL PASADO


Ella decía: "Me gustaría dejarlo todo, ir a otro lugar y empezar de nuevo, desde cero otra vez, sin pasado". Y él -que leía "El círculo de tiza" y "El tercer ojo"- contestaba: "Allí donde vayas llevas todo contigo, nada cambiará el lugar en que estés".
Ahora Badly reseña un sueño de Dorian Gray: despertar -salir de la oscuridad- y que todo haya cambiado, que haya desaparecido el pasado.
El caso es que el sueño del soñador resultó ser profético. A Oscar Wilde le sucedió: al salir de la prisión (tras dos años), su pasado no acudió a su encuentro, le abandonaron sus amigos, su ánimo, el público. Él mismo había cambiado y tampoco encontraba esa voz literaria que había sido suya. Todo era nuevo. Se sentía otro y veía su pasado desde ese nuevo lugar. Con su luz de ahora, veía su pasado como un error fatal.
Hay muchos que prefieren ese último Wilde (perdedor, marchito, auténtico) al primero (triunfador, exquisito, frívolo). Como había soñado, un día se despertó sin pasado (el presente lo cubría de sombras). Pero ese sueño se convirtió en pesadilla: de ese punto cero no supo elaborar un punto de partida, sino un punto final. Wilde escribiría a partir de ese momento sólo para rumiar el pasado.

Thursday, September 27, 2007

LA NOVELA DE UNA VIDA

Estoy ahora mismo en el trabajo. Ella acaba de salir. Cuando llegué por la mañana, al sentarme en mi sitio, sentí esa sensación de reiterado fracaso, tras veinte años haciendo lo mismo (la gente del pueblo se ha acostumbrado a mí, nos saludamos por la calle, me aprecian y me respetan, pero soy un personaje ajeno a sus vidas). He recordado entonces lo que alguien comentó el otro día: "cada persona es una novela". Ella es peruana, tramita la venta de un terreno cercano a Lima, una parcela de siete mil metros, frente a un bosque (son los datos que veo en sus papeles). Es una muchacha joven, bella, de piel oscura y pelo negro. ¿Cuál será la novela de esta mujer? me he preguntado al mirarla a unos ojos oscuros que sonríen. ¿Cómo fue su infancia, tan lejos? ¿Cómo es ese bosque? ¿Qué significa ser peruano en España? ¿Qué peripecia ha supuesto obtener estos papeles que me enseña y mecánicamente compruebo? Nada le he preguntado y se ha ido. Nuestra relación no ha pasado del ritual cortés que impone la burocracia. La dejo marchar sintiendo que me he perdido esa historia. Pero, al menos, por un momento -en el cruce de nuestras vidas- me ha visitado la magia de las preguntas sin respuesta y las ilusiones románticas. Y al despedirnos mi saludo ha sido en verdad un deseo insatisfecho. "Cada persona es una novela". Y esa riqueza pasa por delante cada día ¿Cómo abrir ese libro para leer la historia?

Tuesday, September 25, 2007

GORDILLO: EL ARTE DE SER LIBRE

El fin de semana, en Madrid. “Noche en blanco”. Noche de museos abiertos, de bares abiertos, de fiesta en la calle. Al día siguiente, por la mañana y gratis, visitamos la ampliación del Reina Sofía.

Exposición antológica del pintor sevillano Luis Gordillo. A la entrada, una foto del artista flotando sobre un rulo dentro de una piscina, vestido. Nació en 1934. Calculo: 73 años. Increíble. Dos menos que mi madre y sigue jugando, sigue riéndose de su imagen -después de haber recibido el premio Velázquez a toda su trayectoria, de manos del Rey-, continúa ajeno a las pompas y empaques de la edad.

Artista pop en los sesenta. Los rostros elegantes que pinta durante esos años reflejan una satisfacción juvenil un tanto estúpida. Pero la imagen no es perfecta, hay borrones, espacios en blanco: algo hueco. Algo que falta. Falta una identidad o una entidad. Son efigies. Todo suena a americano. La pintura, la frivolidad, la satisfacción.

De su producción reciente, "Dios Hembra", una serie basada en la duplicación. Como en un test de Roschard el espectador es invitado por estas imágenes a participar en el juego y dejarse llevar por lo que ve. Lo que veo en esa duplicación son destellos de la carrocería de un Mustang americano, atravesando una soleada Avenida en Florida. Pero luego miro otra vez y se me aparece, como hecha de aluminio, la luminosa estructura de los ovarios. Ese interior misterioso del cuerpo femenino (hueco, de éter, esponjoso), es aquí metálico o cristalino. En él todo parece aséptico y la cibernética es la nueva matriz en que los óvulos se desarrollan. Nacerán máquinas del huevo fertilizado.

La imagen del automovil, como estandarte de modernidad. Se me ha vuelto a venir al admirar la aparatosa decoración del nuevo restaurante del Museo. Es un lujo de formas postizas encastradas en el armazón de la sala. Algo artificioso e inútil, y por lo mismo ejemplarmente moderno. Tiene la voluptuosidad del rojo acharolado de un traje ceñido de mujer y el contoneo suave de las curvas de una carrocería Porsche. Cúpula, cópula se superponen. El placer y el lujo ocupa el centro en el centro oficial del arte moderno. El consumo es arte y el arte es un artículo más de consumo.


La pintura de Gordillo en esos años es una pintura identificable con sus referentes americanos. Es una pintura de generación. Pero no se escucha en ella una voz propia. Para asquirirla Gordillo deberá atravesar -como todos- su desierto (su noche oscura). Sufre una gran crisis creativa que dura varios años. Piensa incluso en abandonar la pintura. Sólo dibuja líneas, de forma automática. Se limita a rayar papel. Abandona el color. Es un tiempo de ahondamiento interior. De purificación. Entra Gordillo en su mundo interior y se pone a escuchar. En una de las salas de la muestra la total amplitud de la pared la ocupa un dibujo muy ampliado, en el que se diría que Gordillo ha recuperado los trazos infantiles. Ha olvidado todo lo que aprendido (como hiciera Picasso). Desaprender es el camino de la vida. Es lo más difícil y lo único que importa: quitar lo que no es nuestro. Las adherencias. Para volver al niño que juega. Al placer de la libertad.


Los años setenta. Después de la aniquilación llega la cosecha en explosión de creatividad y de color: Un despliegue de versatilidad, derroche de colores, libertad absoluta, dominio lúdico, irónico de las formas. Gordillo inventa constantemente, utilizando la fotografía sobre la que raya creando efectos, multiplicando los motivos y las secuencias, los efectos y los defectos, el juego de lo múltiple, de lo duplicado, de lo descompuesto y desordenado, de lo alterado…Ya seguro de su camino creativo. Aunque él proclama la crisis permanente, como componente esencial de su identidad y motor de su pintura.

Y ahora viene el juego con la realidad: el niño flota en su piscina vestido. Y se pinta, por ejemplo, ese señor todo cabeza, el andarín cabezón, que es como un retrato irónico y lúcido del hombre de hoy, todo sensatez y prisa: un enano emocional, risible y estresado. Ese personaje de la foto reproducida miles de veces, decorando los pasillos y una de las salas, con su traje y en calzoncillos, llevando su maletín.

O esas figuras (Judas Iscariote), personajes de la Historia, que en realidad son artilugios de un juego matemático o geométrico. Risibles gusanos duplicados, llenos de patas.

Anécdota para la Historia del Arte: en una de las últimas salas, ante uno de esos cuadros de gran formato del Gordillo de hoy, me encuentro con dos jóvenes extranjeros comentando detalles. Se fijan en la secuencia de los colores en el cuadro y la comparan con la secuencia de los motivos del suelo, que imita losetas cerámicas. Uno de ellos agachado mide con los dedos la distancia entre las manchas azules del motivo ornamental y el otro dibuja su disposición en una agenda que lleva: ambos de espaldas ya al cuadro ¿Surrealismo puro o ciencia? Quizás se reiría Gordillo, quizás han entendido un enigma, un arcano encerrado en esa sala (y Gordillo no juega a flotar sobre su rulo, sino a las matemáticas).

Termino. A través del pasillo que lleva a la salida, en una pantalla Luis Gordillo se explica ante el espectador. Sentados, algunas personas le escuchan. Yo sólo atravieso. Quiero salir ya. Tengo prisa. Pero lo que escucho basta: “…Y te preguntas si puedes permitirte esto. Y dices. Sí. Puedo. Porque es en manos del artista donde la sociedad ha dejado la libertad”.

En nuestra sociedad ¿sigue siendo el artista el único al que por serlo se le reconoce el derecho de ser libre? ¿O puedo ser el artista de mi propia vida? Las obras de Gordillo me invitan a contemplar el artista que hay en mí, a jugar con él como espectador de su obra.

Thursday, September 20, 2007

UN ESCRITOR ES ALGUIEN QUE LEE

Leo una entrevista a Andrés Trapiello, realizada por Antonio Pau.
Antonio, admirable ensayista, traza un perfil personal y literario del autor de “El arca de las palabras”. Llegó a Madrid -cuenta- con dos billetes, uno de tren y otro de quinientas pesetas, para dedicarse a escribir. Pero no tiene prisa y reconoce que la mayor parte de lo que ha escrito lo hubiera escrito aunque no le hubiesen pagado.
Da la impresión, al leerlo, de que la actitud de Trapiello es la de quedarse, muy conscientemente, un paso atrás…Prefiere la expresión sencilla a la expresión enfática, la voz coloquial a la impostada, los tonos suaves a los intensos…Y prefiere la melancolía del olvido a la contumacia de la memoria”.




En sus contestaciones, Trapiello hace una llamada al entusiasmo del lector. “Acaso no podemos dejar de escribir con cierto escepticismo, teniendo en cuenta lo que sucede a nuestro alrededor, lleno de penurias y de historias tristísimos, pero sería una desdicha no poder leer con entusiasmo".
Es la poesía para Trapiello el alma de toda literatura. La poesía que descubre en los pequeños sucesos de cada día, aquello que nos salva y nos trasciende.
"Entusiasmo -dice Trapiello- para leer, y no sólo en los libros, sino en nuestros semejantes, en los hechos excepcionales y comunes, es el que mantiene abierto el libro inagotable de la vida…Todo consiste en prestar atención a lo que tenemos alrededor. Y preguntar. La gente acaba contando su historia, por desgarradora y triste que sea, si se le pregunta por ella con delicadeza y respeto…un escritor empieza a serlo no cuando dice él su palabra, sino cuando escucha la de los demás”.

Trapiello, sentado en su biblioteca, con el gato en el regazo, es una presencia serena. Procura una vida austera y aislada. Una tranquila regularidad que huye de la celebridad y los halagos. Lo suyo es ser "alguien corriente", vivir una vida cotidiana distinguiendo en su entraña la luz y la sal.

El comentario del lector tiene para mí la emoción de una pisada de Viernes en la playa. Uno está solo escribiendo y escribe para dejar de estarlo. A veces, cuando transito por otras páginas, quiero hablar, dejar escrita mi huella para encontrar la respuesta de otro Robinson. Deseo escribir, pero puede que Trapiello tenga razón y lo primero para el que quiere escribir sea escuchar a los demás.

Monday, September 17, 2007

VUELO EN LA NOCHE

Para El Aviador Capotado

Decía Saint-Exupéry que lo que importa es lo que un hombre llega a ser, no lo que es, (que eso no se sabe). El asunto de la vocación, de no traicionar la propia vocación, era, para él, lo esencial de la vida humana. Por eso para el autor del Principito, el hombre “tarda en nacer” (lo que me recuerda al "Para nacer he nacido" de Neruda). Un hombre que sigue su vocación sin traicionarla, a menudo no halla la dicha, pero sí la densidad de la propia vida.
En otro lugar, se compadecerá del burócrata, ese hombre amodorrado que, para alcanzar la paz, ha cerrado con cemento todas las posibles vías a la luz y ha quedado atrapado en sí mismo, haciendo imposible ya para siempre que emerja el ingeniero, el médico, el inventor, el actor, el periodista…que alentaba dentro de él. Desde niño, Antoine quisó ser aviador. Su bautismo del aire tuvo lugar a los doce años, pero el ya soñaba con volar desde los cuatro.


Saint-Exupéry, presionado por una mujer a la que amaba, renunció a entrar en el Ejército del Aires y entró a trabajar como oficinista en el faubourg Saint-Honoré. Aguantó poco. En pleno marasmo emocional, la aviación comercial le salvó. Allí encontró una misión y unos compañeros. Siempre creyó que el único lujo verdadero de un hombre eran sus relaciones personales. Y ese vínculo se forja luchando con otros por un objetivo común, para el que cada uno se hace responsable de todos. Aquél equipo de pilotos que mantuvo la línea aérea Toulouse-Casablanca-Buenos Aires, con vuelos transoceánicos nocturnos y haciendo frente a los peligros del desierto y las acciones armadas de las tribus levantadas en el Marruecos colonial.
Didier Daurat, director de explotación de la Compañía Latecoere, le nombró jefe de la base aérea de Cabo Juby, situada en Rio de Oro y que era escala obligada de los aviones en la ruta Casablanca-Dakar. Rio de Oro era una región insurrecta en el Marruecos español. Muchos aterrizajes forzosos habían terminado con los pilotos secuestrados o asesiandos. Organizó hasta 14 expediciones de salvamento.
Aquellos heroicos pioneros del correo postal fueron la verdadera familia de Saint-Exupéry. Sintió que su vida se anudaba a la de ellos. Y encontró el sentido de lo humano en la experiencia del desierto. Allí, "los hombres azules" eran príncipes sin poseer nada. Descubrió la alegría expontánea del pueblo, los artesanos, las gentes en las medinas. Los lazos con los demás son los que dan sentido a los actos del hombre. Esos lazos rotos por el individualismo de nuestras ciudades. En medio de la pobreza había riqueza y en medio de la ignorancia sabiduría del vivir. Conoció esa vida intensamente comunitaria, tan distinta de la vida europea.

Estaba licenciado. Tenía 44 años. No debía volar. Europa estaba en guerra. Para el la guerra era la oportunidad de volar. De tomar su responsabilidad. De cumplir un deber. Tuvo que mover cielo y tierra (y conseguir una recomendación del hijo del Presidente de Estados Unidos) para ser enviado al frente. Mientras llegaba la autorización esperaba en la habitación de su hotel, escribiendo Ciudadela, su obra más ambiciosa y desconocida. Al fin le autorizaron para realizar únicamente cuatro vuelos. Arrancó de sus mandos, como favor, la oportunidad de llevar a cabo una última misión. Despegó de Alghero, en Córcega a las 8,30.A las 13,30 no había regresado. Le quedaba gasolina para una hora. A las 14,30 se le dio por desaparecido. El había dicho que guardar unas cuantas ovejas bajo las estrellas significa mucho si el pastor tiene conciencia de su papel, si se da cuenta de que es más que un servidor. "Es un centinela.Y cada centinela es responsable de todo un imperio"

Friday, September 14, 2007

RETRATO DE UN MÉDICO FILÓSOFO

Decía Hesse que no somos nosotros los que buscamos los temas sino que son los temas los que nos buscan a nosotros.
A.E., médico. Le dan asco los enfermos. Su profesión le asquea. Considera que es inútil (Andrés Hurtado, el médico de "El árbol de la vida" barojiano llega a la misma conclusión tras asistir impotente a la muerte de su hermano menor, de su hijo y de su esposa). Siempre existirá el dolor en el mundo. A nadie le importa nada. La revolución no se hará porque los ricos tienen ideas de ricos y los mujik ideas de mujik. El mujik besa la bota que aplasta su cabeza. A.E. sólo encuentra placer en la filosofía, en el mundo de las ideas. Pasa el día en su casa leyendo. Apenas acude al Hospital cuya dirección tiene encomendada. ¿Para qué? No hay medios, nada puede hacerse. La brutalidad impera en esta sociedad. El toma cada día su cerveza a media tarde y discute sobre estos temas con su amigo, el encargado de Correos...hasta que un día se encuentra en el pabellón número seis con un enfermo singular. Es profesor universitario, paranóico incurable. Pero su conversación exaltada, su defensa irreductible de la libertad, su fe en la revolución venidera llenan de gozo a A.E. y despiertan en él hacia el enfermo una sincera simpatía. Discutirá con él, tratará de que acepte su condición de enfermo aislado, invocará la doctrina estóica: el dolor es nuestra conciencia del dolor...Cree tener al fin una misión, algo que hacer por otra persona.
"El pabellón número 6". Antón Chéjov. Lo leí a los catorce años. Y sigue ahí. Y vuelve. Y yo soy -yo puedo ser- Andrei Efimich, el médico incompetente, el médico negligente que se desentiende de los que sufren y se recluye en mil filosofías para abandonar el trabajo, para hacer frente al doloroso tedio del vivir ("hastío, pajarraco de mis horas"). Y mientras tanto otros se apoderan del Hospital, personajes sin escrupulos que medrarán imponiendo a los enfermos un régimen brutal, administrado por el guardián del pabellón. El que se aisla de la doliente realidad en una poltrona de comodidad autocompasiva, acaba siendo la víctima de su propia indolencia. "A nuestos puestos". Este parece ser el grito fraternal que nos lanza Chéjov.
Los temas nos buscan. Porque acabamos pareciéndonos a lo que odiamos.

Sunday, September 09, 2007

LA BELLLEZA CASUAL

Esa tarde estoy ansioso. En un libro leo la frase de Heráclito: "El orden más bello es el que emana de un montón de escombros apilados al azar" (Si miramos... -me digo-, porque delante de una obra de arte solemos abrir bien los ojos buscando la belleza pero cuando vemos una pila de escombros ni miramos).
A veces no miramos lo que tenemos delante, porque estamos pensando en otras cosas. Porque la rutina nos nubla la vista. Para provocar la entrada de lo casual en mi vida, -a modo de ejercicio- el libro sugiere buscar una determinada línea en una determinada página del libro que tenga en la mesilla de noche, para preguntarme cómo se relacionan esas palabras casuales con mi momento presente.
No tengo cosa mejor que hacer. Tomo el libro ("La mesa limón", de Julian Barnes), busco la página 103 y en ella la línea 19 y leo: "...la cosa es que hicieron su viaje juntos. Ahora podría ser evocado, mejorado, transformado en la encarnación, la realización del si-hubiera. Él siguió invocándolo hasta la muerte. Fué, en un sentido, su último viaje, el último del corazón. 'Mi vida queda atrás' -escribió- 'y aquella hora pasada en un vagón de tren, en que casi me sentí como un joven de veinte años, fue la última llamarada".
Hasta aquí la cita. Quedo perplejo y cautivado. Ya había leído este cuento, pero no para mí, no como una profecía que tuviera que ver con mi vida.

El relato se titula "El reestreno". Narra la aventura amorosa de un Tolstoy de sesenta años con la actriz que protagonizó el reestreno de una de sus obras teatrales de juventud. Él se enamora quizás de su personaje o de su juventud al escribirlo. Ella del autor que escribió el texto que ha interiorizado. Ambos se enamoran de algo que no existe ya. Pero lo importante es que su corazón late, funciona. Sienten la llamarada.

Sin embargo Tolstoy ha asumido la idea de renuncia y evita el amor. Tolstoy idealiza, evita la realización, prefiere mantenerse en el pasado condicional, en el si-hubiera (sido más joven), al presente de indicativo. Y la aventura no pasará de una hora de besos en un vagón de ferrocarril. Y de una fantasía de ese momento: la posibilidad de liarse la manta a la cabeza juntos y provocar un escándalo.

Años más tarde el anciano Tolstoy dirá a unos amigos que él solo se enamoró una vez en su vida "o quizás dos". El estreno y el reestreno. El estreno es un momento único que pasa. Lo otro es un "quizás", algo ilusorio. Porque ya no existe la seguridad del principio, ni la ilusión de la primera vez. Uno ya sabe hacerse trampas.
¿De verdad todo esto tiene que ver conmigo? No lo sé...Pero decido dejar los juegos de azar y sus retos y seguir atento en mi vida.

Thursday, September 06, 2007

CAÓTICA BELLEZA



De “Caótica Ana” me sorprendió la cantidad de subvenciones públicas, algunas sin aparente relación con la película (Gobierno de Canarias, Gobierno vasco…). Luego me enteré de que es la más cara de Julio Medem y que ha costado cinco millones de euros.
Después de verla, hace unos días, sigo recordando escenas, siguen viniéndome imágenes, ideas. Me tuvo con los ojos muy abiertos las dos horas que dura. Pero en cambio mi acompañante se aburrió y me dijo que le parecía infumable.
Yo hubiera dicho que es “rara”. Pero es que a mí me gustan las pelis raras. Busco una opinión profesional y leo las críticas. Son despiadadas: el guión es un puro despropósito, a Medem se la ha ido la olla, es un presuntuoso, los desnudos de la protagonista son gratuitos, los diálogos absurdos, el personaje de Bebe no aporta nada…La conclusión, un bodrio: el autor no hace más que mirarse al ombligo a costa del dinero público. La escena final –dice alguno- es una vergüenza para el cine español y nos demuestra lo bajo que ha caído. Todo por este estilo.
No es por llevar la contraria pero a mi me ha gustado. Antes que nada, creo que a Medem se la tienen muchos guardada por su película sobre la violencia en el País Vasco. Era descabellado
hacer cine de autor sobre un tema como ese. Contar su visión fue un riesgo excesivo, pues aunque existe la libertad en España, hoy por hoy, la “equidistancia” (que también practica algún que otro obispo) es una posición imposible de sostener en presencia de las víctimas. Aquí creo que fue un ingenuo Medem.
Dejando este espinoso tema (que Julio Medem no quiso dejar o no tuvo la sensatez de dejar), vuelvo a su película.
Peca de la misma falta de sensatez. La insensatez consiste en hacer lo que te de la gana en ese momento, sin respetar la lógica, las convenciones, el buen gusto…las reglas del juego. Y sin embargo el creador, el autor ¿no se arriesga más si se amolda a todas esas reglas? Por eso, lo que habría que preguntarse es si esta película es puro Medem o no. Si lo es, el autor sigue el único camino posible para él y honesto (aunque se quede solo y esta sea su última película).





Para mí, visualmente, es una película fascinante. Las localizaciones ofrecen imágenes de una belleza impresionante (el desierto de Arizona, el poblado indio en las rocas, la entrada en el puerto de Manhatan…). Los actores son también, cada uno a su forma, seres bellos, que parecen elegidos por esa belleza. Estética pura que se ve punteada aquí y allí con los cuadros de la hermana de Medem, muerta en el 2000 y a la que dedica la película.
Del contenido, aparte incoherencias, me quedo con la vida en esa especie de república libre de artistas que inventa Medem en un palacio de Madrid, comuna en la que cada cual hace lo que le viene en gana, pagado todo por una mecenas (que luego se lleva el 60% de las ventas). Viene a ser un sueño de libertad, que creo que es el sueño del propio Medem (pagado, eso sí, por un mecenas público).

Monday, September 03, 2007

DOS PAJAROS Y UN TIRO

Para Amanda


Este verano es el de los conciertos de Serrat y Sabina y el de las tardes de José Tomás. Como somos así, la gente se siente obligada a definirse y unos dicen que son de Serrat (seguramente también lo fueron de los Beatles) y otros que de Sabina (seguramente también serían de los Rolling Stones). Lo tierno y lo fuerte en el amor, lo tierno y lo fuerte en la música. Romanticismo y sexo.
Yo era de Serrat y hasta me disgustaba un poco físicamente Sabina. Pero estoy cambiando. Cada vez me gusta más Sabina. ¿Por qué? Quizás porque también en ese desgarro y en esa chulería voy descubriendo ahora una ternura (oculta, vergonzante, pero ternura al fin y al cabo) y el hecho de esconder ese desamparo lo voy atribuyendo a pudor, más que a cinismo. Y si es como creo, ya entiendo ahora esta armonía de contrarios que (de tanto explotar sus diferencias), con el tiempo, se han hecho amigos. Es que ellos también cambian: se ha serratizado Sabina con los años y se ha sabinizado Serrat al envejecer. Y ya entiendo ahora que, con los años, el que quería abolir la fiesta de los toros, acabe llorando ante una faena de José Tomás. ¿Por qué no, si en el fondo, aunque no lo creamos,somos un tanto parecidos? Y somos siempre algo que cambia, algo que va perdiendo el pudor o que lo gana, algo que aprende a emocionarse y llorar o algo que aprende a encubrir sus emociones para hacerlas más hondas.

(Niños malos y niños buenos. Pero no. Porque siempre maliciamos que los niños buenos no eran tan buenos, y que los niños malos tenían su corazoncito. Y siempre intuímos que había más peligro -y más morbo- en el niño malo que por melindre se hacía pasar (y luego te la jugaba y se quedaba con las niñas buenas -y con sus madres-), que en ese niño feo, siempre empeñado en tener mal pronto, pero sin acabar de ser canalla. Todos supimos, en el fondo, que el sexo muestra lo que la palabra encubre; que la piel da verdad y el romanticismo gato por liebre; que el sexo cura y la palabra envenena; que el cuerpo va derecho y desnudo a la soledad esencial y el ideal se engríe, cree poder y se alza, y es vanidoso. Porque el sexo es la sabiduría del amor, ya resignada. Siempre tuvimos que haber sabido que había más peligro en "Esas pequeñas cosas" que en cualquier canción procaz y arrabalera).