Sunday, December 20, 2009
APARICION DE FERNANDO PESSOA
De una esquina surgió Fernando Pessoa, con su sombrero negro y su gabardina, andando a grandes zancadas, como si fuera a alguna parte, con su seriedad de siempre y su efigie funeral de gafas y bigote oscuros. Entonces le recordé sentado junto a nosotros en A Brasileira, tomando cafe una mañana, mientra leíamos algunos de sus poemas, con él al lado, intentando distinguir la voz de sus heterónimos. Él cruzaba las piernas y parecía absorto, como una estatua entre los veladores.
Y mientras Pessoa lee su periódico, se arrancan la viola y la guitarra portuguesa. El bajo marca el ritmo -dice ella- para que los pies queden firmes en tierra: el fado, a diferencia del tango y del flamenco, no se baila. Porque el portugués hace frente a su destino a pie quieto y con la frente bien alta. El fado: el destino. Ese destino que nos había llevado a un viaje en busca de Pessoa. Y recuerdo ese viaje mientras escucho su voz.
Ella. La misma que pasó esos días con nosotros, que estuvo con nosotros en la habitación del hotel. Canta "Conjugar Lisboa", un recorrido por los barrios de la ciudad. Pessoa se levanta de su asiento y se despoja de la gabardina, toma el violín y empieza a tocar una melodía melancólica. Y sus notas me llevan de vuelta a la avenida de la Independencia, a Rosio, al Chiado, a Alfama, a un local de fados, donde desde otra mesa una mujer misteriosa nos mira, mientras cenamos. Pero estoy de vuelta ya, porque suenan los aplausos. Misia esta noche en Sevilla.
Presenta su nuevo disco, Rúas, en el Maestranza. Cincuenta años: "no tengo nada que demostrar a esta edad". Entonces, se puede permitir ya hacer lo que bien le parece, consciente de que todos esperan de ella lo de siempre. Y cuando, en la segunda parte del concierto, Misia se transforma en una turista y viaja descubriendo otras ciudades del mundo, cantando a Camarón, cantando música Enka en japonés, cantando rock (haciendo lo que bien le parece, haciéndolo sobre todo, para ella misma), yo me he quedado ya en Lisboa, en la Lisboa que me embrujó la primera vez, junto a la mesa de Pessoa en su café favorito, entre las lámparas y los aromas coloniales.
Me he quedado en esos miradores por los que cruzan las gaviotas, en el tranvía amarillo que recorre las calles adoquinadas, en las librerías de viejo llenas de tesoros, en el aire taciturno o triste de los viandantes que transitan sus calles, en esa forma de ser periférica y algo decadente, expuesta a las embestidas del mar que baña la plaza del Ayuntamiento. Oulissipo. Lissipoa. La ciudad de Ulises, a la que, después de los años, vuelvo con la memoria.
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De Lisboa, el barrio del Chiado
ReplyDeleteDe Pessoa, El inicio de La tabaquería
De Misia,Os velhos amantes.
Gracias y felices Fiestas.
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