Saturday, June 12, 2010
UN DESCONOCIDO
Esta mañana, camino del trabajo, un hombre estaba tumbado en medio de la calle, las cabeza entre las manos, de costado, parecía que durmiera. Estaba al otro lado del paso de peatones. Ahí en medio. La gente se apartaba a los lados para no pisarle. El vendedor de lotería de la esquina miraba a uno y otro lado, nervioso. Nadie sabía qué hacer. Si llamar a la policía o qué. Quizás se encontraba mal, enfermo, o había muerto. Eran las nueve y media. Entré en el banco a hacer una gestión y se lo dije a Ana: ahí en la puerta hay un señor tirado en el suelo ¿no habría que llamar a alguien? ¿Tirado? Sí. Y siguió preparando mis papeles. Luego, cuando terminé, cuando salí ya no estaba allí. Estaba más adelante, en la misma postura. Quizás alguien le dijo algo. Quizás esté loco o solo quiera protestar por la inhumanidad de este mundo, pensé. Y al pasar a su lado me vino la palabra "dignidad". Este es uno como yo. Un hermano mío al que me duele mirar. Y se me viene a la cabeza lo que leí sobre esa noche en que alguien se topo, hace mucho tiempo, en un callejón, con otro hombre tirado encima de su propio vómito. Un hombre como este de aquí. Y tuvo asco de él, de esa miseria. Ese hombre indigno, esa piltrafa humana era (había sido) Edgar Alan Poe.
No sabemos ante quien estamos, ante qué biografía. Pero sé que la vida de cualquier hombre es preciosa e irrepetible. Ese hombre tirado ahí es único y Dios lo conoce por su nombre y está ahí, con él, mientras paso por delante.
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hay siempre en ti una esperanza...me alegro que dure...seguro que yo miro de otra manera, la tuya me consuela.
ReplyDeleteun abrazo
Sí, estoy con Fernando. Me animan mucho tus letras aun cuando retratas lo más ínfimo de la vida.
ReplyDeleteUn saludo desde un Maresme que no acaba de encontrar sus azules.
Precisamente lo que digo es que no es ínfimo, nunca es ínfimo, porque cada individuo es toda la humanidad, la represente en su condición de ser único e irrepetible. Fíjate Mertxe en ese que miraba con desprecio a nada menos que Poe. Él era el despreciable y nunca podría ni acercarse a la altura de ese desconocido caído en la calle.
ReplyDeleteY -como creo que Fernando- también yo miro de otra manera: ese hombre tirado es un grito contra la injusticia estructural de este mundo, algo contra lo que uno se siente impotente. Me siento mal, sucio, al pasar al lado de ese hombre que -si pudiera hablar con él- me contaría toda una vida, quizás más rica que la mía ¿No es entonces la fe en que Dios está dentro de esa persona una forma de evadir mi responsabilidad? Busco la esperanza, pero no es fácil, ni faltan las contradicciones. Abrazos a los dos.
Como siempre, tan lúcido y sensible, compañero Francisco. Ese tipo de sensaciones o pensamientos o impulsos reprimidos lo hemos tenido todos. De todos modos un hombre se convierte siempre en u na figura, esté en pie o caído. No vemos el hombre que hay dentro, sino el que cumple un papel. Incluso con los mendigos, desesperados, tirados o abandonados (de sí) reaccionamos concediéndoles que actúan, que están en su rol. ¿No será que contemplamos el mundo como espectáculo y por eso siempre nos quedamos cortos? Además hay un tema no baladí. Los abandonados nos parecen sucios y no nos gusta acercarnos a ellos. ¿Es que acaso nosotros estamos limpios por mucho gel o Loewe con que recubramos nuestra epidermis?
ReplyDeleteEs entonces, en ese instante en que nos encontramos a un hombre por el suelo cuando nosotros también caemos. No para estar a su altura, sino por debajo. La palabra dignidad, mencionas. Después de ver lo que vemos por doquier, es eso, una palabra, muy nombrada y santificada. Ya no me interesan este tipo de palabras (aunque las siga pronunciando) Ocultan nuestra inacción, nuestro ombliguismo, nuestra vida en un caparazón de sujecciones de pequeño confort.
Y sí, nunca sabremos ante quien estamos. De la misma manera, compara con aquellas personalidades de cualquier escalón de la vida social reconocida con las que topamos alguna vez. Nos corremos de gusto ante su presencia, aunque sean escritores vacuos, aunque sean políticos mediocres, aunque sean profesionales deficientes. ¡Pero tienen estatus reconocido! Y eso nos priva. No, Francisco, hace tiempo que también voy huyendo, cada vez más de este tipo de gente celebrita, pero más aparente que otra cosa.
Una vez hallé a un tipo casi caído por la calle. Estaba sucio pero no en extremo, y su barba descuidada y su gesto ausente me hacía presagiar que podía ser parte del asfalto en cualquier momento. Tragué saliva, toda la saliva de que es capaz la glándula de suministrar. Le dije, vamos a tomar un vino; luego no fue un vino, fue un café caliente. Me consó algo de su vida, con recelo, pero con necesidad de hacerlo. No era un Poe ni un abandonado nato. Yo sentía que era Alguien. Y ese alguien me estremecía, se trataba de un alguien que podría ser Yo. Al contarme pinceladas -inconexas y dificultosamente pronunciadas- pensaba para mi. Y esto que hago, ¿para qué? Me sentí traicionado por los traidores. Es decir, me venía a la mente aquello que los bienpensantes religiosos me inculcaron en la infancia. De que tras un personaje como este podría hallarse Cristo. Cuando pensaba esto, yo me reía para mis adentros. Yo no le invitaba a un café a aquel individuo porque podía ser Cristo (o Poe) Le aguanté aquel rato, desafiando las miradas de otros clientes del bar, porque podía ser Yo.
Un fuerte abrazo, Paco.