Monday, May 01, 2006
TAUROMAQUIAS
Ayer, en la plaza de toros de La Maestranza. Toreaba su primer toro José María Manzanares. Un manso que no tenía un pase. Apenas le dedica un par de muletazos. Fuerte pitada. Bronca. Está gordo, dicen, viejo, dicen. Es un sinvergüenza, gritan. Cayetano triunfa y corta una oreja a su novillo (la Duquesa de Alba se salía del palco real, con el pañuelo en mano, pidiéndole al Presidente la oreja). Es aclamado por la plaza, puesta en pie, como el nuevo ídolo de Sevilla.
Segundo de Manzanares. Desde el principio, la plaza en contra. Que si está acabado, que no vuelva, que es un ladrón. Eso, ya en el primer tercio. La cuadrilla -desastrosa- no ayuda. Me vuelvo al de detrás, que vocifera como un desesperado: "Este hombre -le digo- es Historia del Toreo; está en las Enciclopedias y merece un respeto. Vamos a esperar un poco". Empieza Manzanares con la muleta. Alguien le grita algo desde los tendidos de sol. Se le calla. Otro repite un improperio a voz en grito. La gente pide silencio. Porque Manzanares ha empezado a torear, a estirarse en ese toro, que embiste. El alicantino da unos muletazos de plasticidad y hondura, como él sabe darlos. Sson pases sueltos, sin continuidad, pero tienen el aroma y la gracia que sabe dar el maestro. Son lances e imágenes que valen por muchos muletazos insulsos de tantas figuritas de diseño. Le digo a un aficionado que se sienta a mi lado, que no podemos exigir a todos los toreros lo mismo, tengan la edad que tengan, ni querer que a todos los toros se les haga faena. A Manzanares hay que venir a verle como se venía a ver a Curro. Por si llega el duende y se siente a gusto con un toro. El de detrás, a instancias de su mujer, empieza tibiamente a dar su visto bueno. Aplaude incluso. Pero el toro se termina pronto y no hay faena. Vuelven las protestas.
Una vez arrastrado el toro, se produce una cierta confusión, la plaza está dividida. Unos ovacionamos, otros insisten en sus protestas...en esto, Manzanares se sale al tercio y hace que su hijo le corte la coleta. Hay un momento trascendente de silencio, cuando suena la música, en homenaje al maestro que se retira y la plaza estalla en una ovación cerrada, atronadora, sostenida, inmensa, que dura mientras el torero da su última vuelta al ruedo, despidiéndose de los aficionados, entre las lágrimas de algunos, que le vieron muchas de gloria, en esta misma plaza, a lo largo de los treinta y cinco años que lleva de matador de toros.
Luego, mientras Cayetano torea a su segundo toro, nos damos cuenta de que el callejón es un hervidero. Han ido llegando toreros, convocados a través del móvil. El nieto de Ordoñez, el hijo de Paquirri, sigue toreando bien. Corta una oreja. Obliga a Manzanares a dar la vuelta al ruedo con él y, cuando ya saludan desde el centro, sale Padilla, el torero jerezano, corriendo desde el burladero y se le mete entre las piernas a José Mari y lo iza a hombros, y detrás de él, apelotonados, sucediéndose como porteadores del maestro, El Cid, Espartaco, Enrique Ponce, lo llevan en triunfo por todo el redondel y lo hacen salir, en un exceso antirreglamentario, pero justificado por la trayectoria inigualble del matador, por la puerta del Príncipe.
Miro al señor de detrás, que se ha emocionado, con la misma inconsciencia con que antes había injuriado al maestro. Y veo que en este mundo la emoción es la que justifica y manda. Y es justo que se abra ahora, como homenaje, esa Puerta soñada. Y manda la emoción de haber sido testigos de esta tarde en que dijo adiós José María Manzanares. Esa emoción con la que todos volvemos a casa, y que he querido transmitir en este comentario.
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Tome nota el idolatrado y tome nota el vituperado. Todo es coyuntural ¿verdad? Y el que está arriba tiene que recordar que es hombre, mientras que el que está abajo tiene que recordar que posee toda la dignidad del hombre. ¡Qué fácil es creerse uno lo que dicen bueno de él! y qué difícil mantener, contra viento y marea, un criterio inactual. De acuerdo contigo, José Ángel: es la realidad nacional. De todas formas, yendo a lo literario, uno de los pocos géneros épicos que nos quedad (y no explorado -según creo- por la novelística) es el mundo del toreo. Cuando leo crónicas como la del otro día, de los Miuras, "matar o morir", "héroes",...parece que vuelvo a los orígenes griegos de la literatura...me gusta, he de reconocer que disfruto de esas crónicas desmesuradas. El exceso, convertido en virtud. Nada más cierto y más español (o italiano, Berlusconi lo atestigua). Un abrazo.
ReplyDeleteMi enhorabuena por este texto sincero. Y certero.
ReplyDeleteAl leer las crónicas en los periódicos me figuraba que algo de despecho había en el gesto de Manzanares. Ese cortarse la coleta de improviso me olía raro. Gracias por ese texto en directo.
ReplyDeletePues has conseguido transmitir esa emoción; incluso a alguien al que no le gustan los toros.
ReplyDeleteAl hilo de lo que habéis comentado: hay quien es invulnerable a las críticas, ¿pero quién es insensible al halago?
Un abrazo.