
La Biblia nos cuenta que cuando cesó el diluvio, cuando el mundo viejo y pecador quedó extinguido y muertos todos sus habitantes, se abrieron los cielos y la barca encalló en tierra, en lo alto de un monte. Y cuenta que Noé descubrió la vid y su fruto y que se emborrachó. En el mundo nuevo, tras el diluvio, los hombres descubren la embriaguez, el dulce olvido en el alcohol. Quizás Noé bebía para olvidar a un Dios que aniquila lo que creó. Un Dios justiciero que luego se arrepiente de su ira repentina, cuando ya la cosa no tiene remedio. De un Dios así hay que olvidarse, y Noé intenta olvidarlo en la bebida. Los hijos de Noé descubrieron a su padre ebrio y desnudo y taparon su desnudez. No entendían, se avergonzaban de su sonrisa de payaso feliz. Pero ¿es o no es para pillarla descubrir tras el encierro de cuarenta días un mundo anegado por las aguas? ¿es o no para cocerse ser el que sobrevive a una hecatombe como esa, por puro capricho divino?
Amigo vino. Amiga embriaguez que nos haces por un momento inmortales.
El día después del diluvio el mundo amaneció convertido en un cementerio inmenso de pecadores.
El día después del diluvio Dios -impresionado de su propia venganza- prometió no destruir de nuevo su creación. Maduró la divinidad o se espantó de sí misma.
El día después del diluvio el hombre descubrió la botella. Descubrió un Paraíso artificial, un Paraíso etílico, sin la amenaza de un Dios justiciero.
Durante mucho tiempo, hasta que bajaron las aguas, sólo intuyeron la multitud de los cadáveres. Había que beber mucho para soportar el hecho de sobrevivir a tantos. Cuando las aguas dejaron ver la magnitud de la matanza, la hecatombe fue insoportable para los supervivientes.
Noé se emborrachó porque en determinado momento se acordó de sus amigos ahogados, pudo escuchar sus gritos de angustia y se sintió traidor por seguir viviendo. Entonces se reconoció tan pecador como ellos, hecho de la misma pasta y quiso la misma suerte de ellos, quiso un mundo con ellos, un mundo en el que él se enfrentaría al Dios que le proponía salvarse y le diría que renunciaba a la salvación con tal de compartir la suerte de sus amigos...en lugar de salvar a tanto bicho raro y absurdo, tanta grulla y tanto pavo, tanto faisán y tanto rinoceronte...en lugar de aceptar esa tarea absurda de salvador de bestias, debió haberse negado al juego y salvar -en todo caso- a sus amigos, o irse con ellos al fondo de las aguas dejando perecer a todas esas fieras.
Le hizo el juego a Dios: el juego de los buenos, que siempre se salvan ellos solos. No. "O todos o ninguno. O reconoces nuestra débil condición, nuestra condición de transgresores de cualquier norma, de locos, ególatras lujuriosos. O nos reconoces tales como nos creaste, o acabas con todos, no dejes a ninguno. O nos salvas a todos o nos condenarás sin justicia, pues somos como nos hiciste. Danos nuestra pobre vida miserable y heróica. Nuestra vida imperfecta, efímera. Nuestro destino de muerte. Y de esa pobre vida mortal seremos capaces de sacar gestas, amores y trascendencia".
Noé se embriagó para olvidar su vergüenza de superviviente.