
Tengo unas cuantas películas que quiero comentar. No tanto las películas sino lo que esas películas me han planteado.
Empiezo por este fin de semana. "La duda". He seguido el film con interés. Me plantea sobre todo una pregunta: ¿puede alguien sentir una inclinación homosexual y a la vez una vocación firme al sacerdocio? Es lo que, en el fondo, se cuestiona. En -Estados Unidos, en los años sesenta, hay una realidad llamada intolerancia. Segregación racial, por ejemplo. También homofobia. Todavía sentimos -como hace cuarenta años- el incierto peligro del homosexual. Se sigue confundiendo homosexualidad con vicio, con descontrol. Tratándose de sacerdotes, con pederastia.
En tal caso ¿desconfias del homosexual como educador de tus hijos? ¿compartes en lo profundo el temor de que pueda abusar de ellos? Es decir. Un heterosexual puede confesar a mi hija. Pero un homosexual no debe siquiera tener la posibilidad de acceder al sacerdocio ¿es así? Lo pregunto porque no lo tengo claro. Porque yo no soy el que llama, sino Dios. Y admito que Dios llame a un homosexual. Comprendo esa vocación. Incluso comprendo que un sacerdote homosexual pueda prestar apoyo y guiar en sus problemas de conciencia a otros que sienten lo que él ha sentido: no se trata de vencer un vicio, sino de algo esencial a la persona, algo que es lo que uno siente, y sin embargo uno lucha contra ello, desde la negación, la represión, la ocultación, en definitiva la culpa. Y la culpa es un cáncer que roe el alma de ese joven que está empezando a vivir. Ahí podría ayudar ese sacerdote.
Entonces, ¿cómo podríamos poner luz en todo esto? ¿Por qué es necesariamente oscura esa sexualidad? ¿Por qué ha de ser un homosexual inasequible a la pureza? ¿No valen lo mismo los votos de castidad del homosexual o han de ser menos creíbles que los del hetero? Todo ello me lo pregunto porque yo también siento ese aguijón de la desconfianza, siento LA DUDA (y eso lo he heredado de mi educación quizás).
Yo quiero decir como la monjita de la película: yo le creo a usted, creo que usted se limita a amar a los demás. Y digo lo que la canción de Taizé que se escucha en la Iglesia: "ubi charitas et amor, Deus ibi est". Donde hay amor, allí está Dios. No temamos al amor, no desconfiemos del que ama. Y es verdad: hay que tener pruebas de los hechos, no bastan las sospechas para condenar. Sabemos lo que ha sucedido estos años en Estados Unidos, conocemos el escándalo de los abusos a menores. Eso ha de terminar, no debe ocultarse. Transparencia, control. Pero lo que hay que atacar son los hechos, los actos, las violaciones. No a las personas, y menos las tendencias sexuales de cada quien. A todos se nos puede exigir que controlemos nuestros impulsos. En eso consiste la educación y eso persigue el Derecho. Pero esa exigencia es común a todos. Todos somos iguales ante el menor. Todos, potencialmente, capaces de vulnerar sus derechos. Y son esos derechos los que se imponen frente al intento de abuso de su inocencia, venga el abuso de quien venga. Vigilancia, prevención de situaciones de dominación. Pero todo esto, entiendo, nada tiene que ver con la homosexualidad.