Thursday, March 19, 2009

UNA HISTORIA OFICINESCA


Un hombre consiguió un trabajo en una oficina del Ministerio. Su trabajo consistía en estampar un sello redondo en aquellos documentos que le iban poniendo encima de la mesa. Trabajaba ocho horas diarias sellando, documento tras documento, sin que nunca se acabase el montón, que le iban reponiendo según realizaba su trabajo.
Aunque nadie parecía notar la diferencia, ni probablemente lo notaría nunca, el trabajo de aquél nuevo oficinista era peculiar y muy distinto al de sus compañeros. El sello estaba colocado en el documento siempre en el mismo lugar, con gran precisión, siempre en la misma posición (de modo que el lema del escudo central apareciese derecho y fuera legible). Además, el entintado era uniforme, no como en los documentos sellados por sus compañeros. Ello requería empapar el sello en el entintador cada dos o tres utilizaciones y, luego, estamparlo con el grado justo de presión sobre el papel. Se podría decir que el trabajo rozaba la perfección, si no fuera por que la escasa entidad e importancia de los documentos y la categoría del empleado restaban cualquier interés al resultado.
Sin embargo, por alguna razón, ese empleado no tenía la misma expresión ausente y triste de sus compañeros, ni miraba constantemente al reloj durante la jornada laboral, apenas se levantaba, no iba al trabajo con el ceño fruncido y encogido, sino con paso vigoroso, en el trabajo sonreía e incluso alguien creyó alguna vez escucharle tararear una melodía, que acompañaba rítmicamente sellando con el tampón (había descubierto –en efecto- que al imprimir el sello, según la postura del mismo, podían conseguirse dos sonidos diferentes y, jugando con ellos, componía para sí una especie de música que le divertía mucho).
Él era allí feliz y así se lo solía decir a quienes le preguntaban (aunque los otros sonreían escépticos, pues sabían que aquél trabajo era sobremanera aburrido y nadie aguantaba en él mucho tiempo).

(Esta historia la leí, contada por Pablo D’Ors, en su libro “Andanzas del Impresor Zollinguer”, pero ahora la rememoro con mis palabras, porque la he hecho mía al leerla y conmigo la llevo como antídoto contra el aburrimiento y lo repetitivo de la vida. Cada persona que asoma a la ventanilla de mi negociado, junto con su problema humano, me trae el sonido de una música peculiar, que se me da a escuchar, para llenar de notas diferentes las horas de la jornada)

2 comments:

  1. Mientras leía no he podido apartar de mi cabeza el recuerdo de "El proceso", y es que la sombra de Kafka es mucha.

    Un saludito, Francisco.

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  2. Hola Mertxe. Bajo la monotonía de las oficinas hay mucha angustia kafkiana, eso es verdad. Lo de hacer música con el tampón, es una salida desesperada ¿no te parece? Pero muchas veces creo que si no te empeñas en amar lo que haces, vas a pasarlo peor. Un saludodito te envío para allí también.

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