
Querida
Irène: El viernes empiezo mis clases. Como siempre, me planteo cuáles han de ser mis objetivos ¿para qué he de servir? Pienso qué intención he de poner en mis clases, aún contando con mi propia incompetencia, a pesar de que los resultados no se obtengan.
Escribía
Umbral de
Azorín que en su libro
"El pequeño filósofo" descubre que la filosofía consiste en un intercambio de fluídos con la realidad: ser interlocutor de la realidad (de todo lo real). Ampliar el mundo, más allá de mí mismo (mi trabajo, mis dolencias...). Eso es también -o debería ser- la Universidad, lo que la Universidad debe dar: no una cualificación para un trabajo, sino -antes de tener que especializarse- una
universalidad, capacidad de interlocución. Estar abiertos a las cosas de un amplio mundo, que esas cosas nos afecten, nos transmitan algo, que reaccionemos ante ellas.
No ser funcionario de la realidad. Sino sorprenderse, preguntarse y dar posibles respuestas (aún provisionales y revisables), interesarse por la realidad exterior...con esfuerzo crítico, subjetivamente, para transformarla.
Otro mundo es posible. La juventud no puede prescindir de
la utopía, que hará avanzar al mundo. Si no aprovechamos ese
tiempo privilegiado de ser que es la adolescencia, para ver más allá, si nos mantenemos en el mundo de lo
útil, no estamos haciendo universitarios: ellos pasarán por la Universidad pero la Universidad no pasará por ellos. Distingamos entre
eficacia y eficiencia buscando la primera, esto es "hacer lo correcto", decidir los objetivos. Más tarde, cuando se enfrenten al mercado laboral, habrán de buscar la eficiencia o el "hacer correctamente". Ya te contaré. Un beso.